Jeanette Amit: La lucidez del cuerpo (VI)

La piedra del silencio. No tengo herencia para vos. Doble vertical. Extravío. Perversiones. Visiones. Todo será el pasado.

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Jeanette Amit.

VI

Entre el cuerpo la violencia florece.

Cada quien es un grito – y no lo sabe -,

un cometa siguiendo su destino de llamas

hasta encontrar la estela de su primer abismo.

 

La piedra del silencio

Tendrás el nombre que tuviste entonces:

vencedor de los moros,

caníbal como todos los eroles.

Poseedor del fuego y los metales,

domador de la piedra y de la noche.

Tu piel será la antorcha de las horas,

tus brazos esas lanzas que respiran

desde el mar hacia el aire.

Tendrás el ruido de las muchedumbres.

Nativo hasta los bordes de tu furia.

Enemigo del tiempo como son los amantes.

Guerrero entre animales y entre dioses.

Débil como el pecho de los árboles.

Dócil como el brillo de la nieve.

 

Igual que entonces temblaré con verte.

Me quedaré tan ciega debajo de tus manos

haciendo dibujillos con los ojos

completamente inútil y violenta.

 

Tendrás que hacer batalla con mi sombra

levantando tus armas sin dudarlo.

El golpe durará lo que tu sueño.

Deberás ceder de nuevo ante mi cuerpo,

derrotado siempre porque yo he vencido

– vida tras vida –

letal como la piedra del silencio.

 

Tendrás el nombre que tuviste entonces

y yo tendré en mi piel más que palabras.

No tengo herencia para vos

No tengo herencia para vos,

nunca la tuve

y nunca fue mi intento hacer engaños.

Pero cuando ves mis manos

centelleando debajo de la tierra,

hueles mi espera dolorosa,

vos que me conocés tan poco, casi nada,

lames las piedras de mi cuerpo

como un animal embistiendo las sombras,

vienes reclamando una parcela ancha

y una casa y un pozo,

un árbol a la vista…

 

Y yo sin herencia para vos.

Doble vertical

Me subo en vos para mirar de lejos,

para sumar tu altura a mis engaños.

Me subo en vos y me coloco

a mitad de tu casa y de tu cuerpo.

Bestia de ti anudada

como un caballo niño de la arena.

Me subo y soy la cima de tu sueño.

 

Arriba todo deja de ser tuyo,

todo se aparece voraz como en enjambre.

 

Me subo en vos escalonando el aire

para lanzar mi olvido

hacia esa otra altura donde la sombra muere.

Con los rostros hirsutos

y los brazos hechos cuerda en el rojo de la tierra.

Un árbol alargando la vista

hacia el doble vertical que nos consume.

Extravío

La madera no arde.

No hay hogar ni dirección,

el extravío es el último refugio entre la noche.

 

Creo que huiré

antes de que asomes a mirarme

y me pidas que me quede con vos

a celebrar la oscuridad que nos señala.

 

Aún hay fuego masticando el aire.

 

Aquí la piel se espina y se endurece

como el sol en la arena.

Por eso no te acerques

– no es que yo tenga miedo –

pero tu jadeo en mí

se extiende y me pervierte,

me tiñe la saliva de horizontes

y deja marcas de colmillo

como surcos dobles en mis brazos,

gemelos en su treta

de crear otro mundo y otra casa

donde quizá quepás vos

conmigo y con la muerte.

Perversiones

Toma el breve tributo de mi nombre

hasta que sea

letra añeja,

imán caliente.

Pervierte mis certezas.

Ábreme la puerta que es conjuro

y es casa también.

Corrige esta torpe artimaña

de ser aún inciertos y distintos:

hermanos de mentira y de palabra.

Corrompe aquí en mi boca

el escalón de la garganta.

Empújame violento hacia el desvío.

No me escuches llorar,

siempre enferma de visiones.

Perviérteme despacio.

Deforma cada escama de mis huesos

hasta que tome forma de ojo o de cometa.

Porque no es tanto, nunca es tanto,

el riesgo que tomamos

al dejar caer la mano hasta la mano,

la saliva atisbando entre los labios,

la pupila dorada como acero.

 

Visiones

Hay tentaciones tan antiguas como el miedo,

visiones de estampida que no dejan rastro

pero pueblan de pezuñas la sangre.

Algo en mí va corriendo idéntico a la muerte,

gira tan atrás del beso

que parece labio pero duele.

Aun así queda un soplo de huida

y un dedo para el odio que a veces te señala.

 

 

Todo será el pasado

I           Me sentaré en la hierba a mirarte

y cada cosa vista describirá la vida,

el camino sin bordes del cuerpo atravesado

por todas las ciudades, los ojos y las horas.

Estaré casi dormida al lado de tu sueño

en ese mismo sueño que te mira.

 

II          Todo lo que hoy es fuego

correrá como el barro cuando llueve.

Pondré la mano donde tu mano quiso

y la piel se agrietará en su breve mundo

hasta perderlo todo:

la casa-cama-hierba-cuerpo-sueño,

en esa última noche donde el fuego

acompañaba al tiempo,

y vos con él dibujabas mis nombres

cada vez que cambiaban y morían,

dándome un cauce nuevo para el agua,

un cántaro ligero en qué beber el vino,

un cuerpo violento donde crece la sangre.

 

III         De cuclillas tal vez se vea la muerte.

Quizá la tierra suba un poco más esta noche

hasta atisbar su rastro,

su boca que destila un tiempo no resuelto.

 

De cuclillas tal vez se vea la muerte,

a través de tus ojos junto a mí también acuclillados,

en este deseo que seduce a la vida y la reduce

a una casa vacía

donde solo los perros ladrarán,

quizá inmunes al olvido.


Publicado en el libro: “La lucidez del Cuerpo”
Ediciones Perro Azul, San José, Costa Rica, 2008.

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