Juan Luis Rodríguez: “Si copiamos a otros, ¿dónde queda la personalidad de uno como artista?”
Conversatorio de Ma. Enriqueta Guardia con el artista Juan Luis Rodríguez
Juan Luis Rodríguez Sibaja Junio 2021
Dentro del ciclo de entrevistas a los artistas de la plástica costarricense, Ma. Enriqueta Guardia Yglesias, ha venido realizando una serie de conversatorios-entrevistas, en formato de vídeo, utilizando la plataforma de Facebook Live. Con el objeto de contar con un respaldo escrito de estos singulares eventos culturales, La Revista transcribió y editó el material documental para ponerlo a disposición de quienes quieran leerlo, sirviendo de referencia para el estudio de las artes plásticas y la divulgación de la cultura.
En esta ocasión, presentamos como invitado a Juan Luis Rodríguez Sibaja, artista que ha dado brillo al arte costarricense y que ha sido laureado de varias maneras durante su vida y ha sido reconocido con el Premio Magón 2020.
No podemos dejar de lado su faceta de maestro, que dejó su impronta en varias generaciones de grabadores y de creadores que fueron sus alumnos.
Es un artista innato que toda su vida se ha atrevido a innovar y desde joven experimentó con diversos materiales en la búsqueda constante por encontrar su personalidad pictórica. Las piedras molidas, los troncos, las rocas, los pedazos de madera, papeles y mil materiales más le son afines y continúan siendo su materia prima hasta hoy.
Juan Luis, es un gusto tenerte con nosotros para hablar de vos, de tu arte y sobre todo de lo que estás haciendo en estos últimos tiempos. ¡Bienvenido! Te dejo la palabra para que saludés al público que nos está viendo.
Gracias y un saludo para todos. La verdad es que a mí siempre me preocupó mucho todo lo que nos rodea, llámense piedras, árboles, madera y todas esas cosas. Mi papá me enseñó a observar y eso me ayudó mucho. Yo voy por la calle y me encuentro una cosa tirada que puede ser útil y que la gente lo bota, ignorando que están botando plata.
Yo, en cambio, lo recojo y lo transformó en algo. Y si son piedras muy grandes, me las llevo rodadas porque sirven de mucho. Cualquier cosa tiene valor y utilidad. Nosotros, desde pequeños, aprendimos a llevarnos las piedras que nos encontrábamos porque ayudaban a sostener la parte alta de la casa. Yo ponía los puños de piedra y si eran muchas hacía varios viajes para llevarlas. Es un material que vale mucha plata y sin embargo aquí se bota.
Entiendo que ahora tenés algunas obras que estás trabajando con materiales encontrados como maderas, piedras e incluso con cocos, ¿verdad?
Sí, con el coco es muy simple porque es como una cabeza a la que solo falta ponerle las facciones. Un tronco tirado en la calle se puede transformar en muchas cosas. Sirve para cortarla, para hacer un asiento, para sostener una base de una casa
Lo mismo sucede con las piedras. Se cree que todas son iguales y no es así. Algunas forman hasta figuras. Simplemente hay que tomarlas y con un poco de habilidad terminar lo que les falta.
Eso me recuerda una serie de esculturas de personajes que vos hiciste y algunas las expusiste en el Museo y en el Teatro Nacional. También me acuerdo de las que realizaste en Cahuita, Cocles y Córcega, en Francia. Contanos cómo recogías las piedras y lo que hacías con ellas antes de que el mar se las llevara.
Cuando tenía la oportunidad de viajar, esa inclinación mía siempre andaba conmigo. Es que yo considero que las piedras son entidades vivas. Yo las veo como personajes y si no busco la manera de transformarlas en eso.
Eso es lo divertido de la foto que pone ahí, aunque hay montajes de fotografías mejores que esa y donde parece que a los personajes solo les falta hablar. Esa obra es en la Isla Rosada.
Yo veía gradas entre las rocas. Eran figuras que se caían con el viento y yo les ponía las cabezas, redondas o con un perfil “X”. Bueno, sí, es una locura que tenía y tengo siempre.
Son personas que están mirando cosas en el suelo o que piensan. Algunos están medio desmayados y con la cabeza afuera con cara de pájaro.
Muy interesante lo de las obras de arte efímeras y creo que lo has hecho toda la vida. Precisamente voy a retroceder un poco al 68 en Francia, en donde participaste en la Bienal de París, como representante de Francia. Es muy interesante, por ejemplo, hablar de la obra esa con la que vos ganaste esa Bienal.
Era de hielo. Te voy a decir algo que tal vez mucha gente ignora y es que había dos grandes artistas argentinos allá. Hace poco los había conocido, nos hicimos amigos, casi hermanos, almorzábamos juntos. Uno de ellos se llamaba Carlos y había ganado el primer premio en la Bienal de Venecia. Un artista increíble y un tipo muy inteligente. Él se ganó el primer premio mundial porque lo que hizo fue a base de electricidad; con sonidos y todo; fue una cosa impresionante. El hermano también trabajó y ganó bastante pero no como Carlos.
Yo hice, en París, esculturas como sillas en hielo. Se derretían con el aire y el sol. Era terrible, pero las metía en refrigeradores y lugares donde tenían hielo y me permitían conservarlas. Eran sillas bien hechas, sillas normales en puro hielo.
Liguemos dos cosas, primero el mar y las olas que rompen las esculturas o el hielo que se derrite, eso las convierte en efímeras. Volvamos a la exposición de la bienal, porque hay algo que me interesa. ¿Por qué hielo y por qué boxeo? ¿Cómo se relacionan? Seguidamente mostrando una la obra del ring.
Es muy sencillo. Mi padre vendía granizados y nosotros éramos muchachos de escuela. Mi hermano y yo transportábamos todos los sábados las maquetas de hielo al hombro, desde El Carmen hasta Cinco Esquinas, donde crecimos. Y él nos raspaba granizados y otros los vendía; los hacía con sirope que nosotros mismo fabricábamos. Es una cosa que muy poca gente sabe. Inclusive logramos aprender a hacer helados de crema. Eso no se me olvida nunca. Yo quise como darle un mensaje de recuerdo a esas cosas, es como un homenaje a él.
También está esta otra foto de la obra del ring de boxeo. Me dijiste que aprendiste a boxear con un amigo, un muchacho joven que se llamaba Julio César.
Sí, pero ya se murió. Lamentablemente yo estaba en Francia cuando murió. Sí, Julio César Arrieta fue para mí uno de los primeros grandes boxeadores. Él nació en la calle y en la calle volvió a morir y su madre exactamente igual. Es una cosa terrible porque yo era como su hermano. Nos estimábamos mucho.
Eso viene ya relacionado con la cosa del deporte. Yo fui boxeador y quise hacer algo en homenaje al boxeo. Lo hice en Francia.
Además de que en esta Bienal presentaste una obra ligada al boxeo, y, algo también que hiciste fue que la escultura de hielo con color, conforme se derretía iba soltando el tinte. Es muy interesante además, el concepto de lo efímero del hielo.
Y quedaba un charco. El hielo se hacía a color, digamos que rojo, y cuando se derretía yo veía eso como si fuera la sangre de la figura.
En el ring que hiciste con una figura de hielo rojo o en otro en donde estaban, unas sillas de hielo, creo que también había un alambrado de púas que tenía las puntitas rojas, rememorando, de alguna manera, la Segunda Guerra Mundial.
Las cercas de las fincas y los potreros donde yo crecí, donde yo me metía a comer fruta, estaban llenas de púas. Es una barrera. Costaba entrar, pero uno se volvía muy ágil, pasando por debajo de clavos, hierros y esas cosas.
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Todo eso está muy ligado a la niñez. Todos hicimos eso, nos metíamos debajo de los alambres para ir a coger unos jocotes o naranjas que estaban muy apetitosas. Yo siento que, como me decía a mí una vez un finquero, esas frutas están sembradas a la orilla de la cerca por alguna razón y era entre otras cosas, para que uno las disfrutara. Hemos hablado de diferentes materiales como las piedras, el alambre y el hielo. Cada material tiene que ver con un tema diferente. Me contabas también, por ejemplo, que a veces uno tiene una sensación o un sentimiento que no lo puede expresar con cierto material.
Por supuesto María Enriqueta, ello depende de la temática, claro.
Me decías en una entrevista, hace muchos años, que tenías muchas experiencias en rocas y piedras y que de ahí nació la idea de los murales que hiciste en el 73. En Francia hiciste varios murales y en Costa Rica el que está en la Biblioteca Nacional, lo hiciste de rocas molidas y pequeñas piedras.
Es hecho con mosaicos y pedacitos de material de piedra, los primeros los mandaba a traer de afuera porque aquí no fabrican eso. Hay montones de murales hechos con esos materiales, uno de mis alumnos de la Universidad, Eugenio Herrera, me ayudo a montarlo en la puerta principal de la Biblioteca Nacional. Si lo ves a ciertas horas, la luz del sol produce reflejos brillantes y le da vida a la obra.
En este mural me decías que le habías puesto también piedra y roca molida que conocías bien. ¿Vos trabajaste con una petrolera?
Claro, yo trabajé con una compañía petrolera. Yo era el encargado de coger las piedras y el polvo o la arena y demás cosas para sacar los micro fósiles o pulirlos para que se vieran bien los esqueletos de los animales. Entonces cortaba en cuadros de piedra donde estaba el fósil y comenzaba a pulirlo hasta que apareciera bien y así se podía estudiar bien las líneas del contorno. Sabiendo qué clase de microfósil era se podía determinar en qué tiempo y en cuál medio vivió para ver si se podía perforar en busca de petróleo. Era una cuestión muy interesante y muy difícil. Había que tener mucho cuidado al pulir, porque si se destruyen las formas no se descubre nada.
Una vez me dijiste en una entrevista que siempre te han perseguido las piedras. Decías que de chiquillo ibas al río y te fascinaban los cantos rodados. Entonces ahí hay otra referencia también que tiene que ver con la piedra.
Sí, bueno, donde nací había un río al puro frente. Arreglábamos la casa con piedras que se encontraban en el río. Yo aprendí a brincar por las piedras y atravesar el río y lanzarme de un árbol a otro como Tarzán, aunque fuera peligrosísimo.
Hay algo de lo que te quería hablar. Antes de irte a Francia, ya habías hecho varias exposiciones. Una en el 57 de óleo y acuarela en el Centro Cultural Costarricense Norteamericano, y, que desde esa época, no has parado de hacer exposiciones. ¿Podrías hablarnos de cómo fue esa exposición?
La petrolera en la que trabajaba quedaba a una cuadra del Centro Cultural. Además, yo entré en contacto con ellos, cuando estudié inglés en Madrid. Siempre me interesaron los idiomas y eso me acercó un poco a ellos. Por eso hice esa exposición ahí.
¿A dónde aprendiste a hacer óleos y acuarelas?
Aunque ya sabía a pintar, yo fui a la Casa del Artista a mejorar la técnica. Nos enseñaron acuarela y pintura al aceite. Yo ya había aprendido sobre la acuarela, leyendo libros y practicando a pura voluntad en la casa. Así fue también con el inglés.
Te quería hablar de otra exposición de pinturas al óleo y acuarelas que en el 58 hiciste en el teatro Arlequín.
Es muy interesante porque el teatro Arlequín fue esencial para los artistas de la época de los 50 porque nos hacían muchas exposiciones.
En ese tiempo lo manejaban algunas personas, entre ellos, el esposo de Olga Espinach, que fue la persona que fundó y se hizo cargo de la Casa del Artista de la que hablabas hace un rato.
Sí es señor italiano.
Hay un tema muy interesante que has repetido varias veces. Y es que uno no se puede seguir copiando a sí mismo y menos copiar a otro por interés comercial. Que eso sería como traicionarse a sí mismo. Por ejemplo, vos nunca has hecho una obra igual a otra. Y cuando de alguna manera has retomado el tema, lo hacés de una manera diferente, como en el caso, del ring que hiciste muchos años después. Ya no se trataba del del boxeo, si no del poder. Fue una cosa completamente diferente, ¿verdad? La pirámide se llamaba. ¿Qué pensás de eso?
Sí, lo que pasa es vemos un pintor muy bueno y quedamos maravillados. Entonces uno llega a la casa todo emocionado y en lugar de ver la técnica que usa para degradar el color, se pone a copiarle y eso es el error más grande. ¿Dónde queda la personalidad de uno? Lo que se tiene que hacer es observar y tratar de pintar siguiendo la forma cómo él lo hace, pero no copiarlo. Eso es un absurdo, es negarse y traicionarse a sí mismo.
Yo siempre hablé de eso en las clases, que no copien nada de nadie. Traten de observar los contornos en los dibujos que a ustedes les llaman la atención. Dense cuenta de la densidad que tienen, cuando nace y cuando muere la línea y todo eso. Pero no copien, traten de desarrollarlo a su manera, aunque estén aprendiendo.
Lo que pasa es que aquí no se sabe enseñar. Ni en la escuela primaria, el colegio o la universidad. Lo primero que se requiere, sobre todo en primaria, es que el maestro o maestra observe individualmente a cada uno antes de comenzar con la clase. Averiguar sobre su vida, si tiene comodidad, no calificarlo sin saber quién es. Y cuando comienzan a trabajar, ayudarlos, no solo corregirles. Cuando yo estudiaba, sucedía también.
Hiciste grabado en metal y entiendo que Naciones Unidas te patrocinó unos equipos para empezar a trabajar.
Sí, el material era muy caro y lo pagaron ellos mismos.
Según me habías contado, te dieron láminas de cobre pulido, dos docenas de buriles, dos docenas de puntas de metal, dos docenas de pulidores, dos docenas de tarros de tinta negra de impresión, cinco docenas de tintas de color, una lupa de pie grande y doscientas hojas grandes de papel de medio. Y vos me dijiste que venía condicionado a que Juan Luis Rodríguez debía enseñar esa disciplina en Costa Rica porque era el único capacitado para hacerlo en ese momento. Entonces este equipo llegó en febrero del 72. Fue en ese año y en 1973 cuando empezaste a dar cursos en la Universidad.
Vea, como lo he dicho antes, yo quería aprender algo que no sabía exactamente que era. Averigüé que existía una disciplina que se llamaba grabado sobre metal y no sobre madera, que es el que todo mundo hacía. Entonces me fui a Francia justamente a aprenderlo para traerlo a mi país.
Hay una anécdota que pocos conocen, y es que vos, por ejemplo, en una Universidad en los Estados Unidos, expusiste con Rufino Tamayo y Luis Toledo, por invitación de esa universidad.
Así fue, yo expuse grabado ahí.
¿Qué podés decirles a los artistas nacionales con respecto a su propia obra? ¿Querés mandarles algún mensaje?
Lo más elemental es que no copien nada de nadie, que si les gusta mucho un cuadro, obsérvenlo. El color, las líneas, etc., pero no copien. Eso de copiar es lo peor que puede haber en cualquier campo. Tenemos que ser como los doctores, que mejoran lo que ya se conoce. Hay que conocer a fondo cómo funcionan las cosas y adaptarlas a la manera de cada uno.
Como artista, ¿cuáles premios te han hecho sentir más contento? Por ejemplo, haber sido ganador de una Bienal Lachner y Sáenz , o del premio Aquileo J. Echeverría que te lo dieron precisamente en 1994 por una exposición de grabados que hiciste en el Museo Nacional.
No es que no me interesen los premios, pero cuando participé en la Bienal me dieron el gran premio, yo llamé a los periodistas y les dije que no quería recibir ese premio, que tenían que dárselo a alguien que no tuviera nada y lo necesitara para vivir. A los cuatro meses llegan y me dicen aquí está el premio.
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Ese primer premio de 1969 en París consistía no solamente en una cuestión monetaria, sino como en seguir unos estudios. Pero entiendo que ya eras un poco independiente y no querías volver a encerrarte en cuestiones de aprendizaje formal. Al final aceptaste el premio. En Costa Rica ya había pasado con Dinorah Bolandi que rechazó el Magón.
Queremos ir cerrando esta conversación. Ha sido un placer tenerte con nosotros. Vamos a poner en pantallas algunas de las últimas obras que has estado haciendo y algunos comentarios o saludos de las personas que nos ven. Por ejemplo: Luis Fernando Quirós Valverde, Paulina Dueñas, Carmen Cruz, de quien fuiste profesor de Bellas Artes, el conocido artista Carlos Aguilar Durán, Emilia Madrigal, que te recuerda con mucho cariño, Orlando Ramírez, entre otros que te mandan saludos y están muy contentos de verte y de saber que sigues activo creando.
Vos influiste en un grupo de artistas en el taller de grabado en la Universidad de Costa Rica, quienes dieron la cara por el arte en los 90. En particular hablo de tus alumnos, Rodríguez del Paso, Hector Burke, Carlos Aguilar, Emilia Villegas Garita, entre otros.
Por último, vamos a poner unos autorretratos tuyos y los últimos trabajos que has hecho, como este de las ciudades. Me decía Diana, tu esposa, que lo empezaste en el 2000 y lo terminaste hace poco en el 2020 ya que le fuiste agregando a esta puerta una serie de elementos.
Bueno, mucho gusto de saludarte. Ha sido un placer y estoy muy contenta de la gran acogida que tuvo esta entrevista y que tanta gente pudo verte.
Te agradezco María Enriqueta, la invitación que me han hecho para recordar hechos de mi vida personal y de artista, a lo cual me he dedicado por años, tratando de contribuir al desarrollo cultural de las generaciones actuales y futuras.
Rodríguez, Juan Luis
Nace en 1934.
De joven practicó el boxeo y trabajó como fogonero y peón del Consejo Nacional de Producción.
Durante ocho años, fue asistente de micropaleontología en la Compañía Petrolera.
En 1950, ingresó en la Casa del Artista y estudió con María Esquivel y Olga Espinach. Durante este período expuso dos veces en forma individual (1957 y 1958).
En 1963 Se fue a estudiar con una beca y estableció su residencia en París, ahí empezó a participar en el ambiente cultural europeo.
Puede ser considerado un artista de transición entre la generación del sesenta y setenta, es considerado el impulsor del grabado en metal en el país. En su obra personal de grabado crea nuevas técnicas, como lograr una serie de texturas interesantes, las planchas de metal no solamente las somete al ácido, sino que a la acción del tiempo.
Innovador en el arte matérico y a su vez en la obra efímera.
En su creación pictórica desde los años sesenta, pone de manifiesto su formación en micropaleontología al utilizar técnicas con minerales y polvos de piedra pulverizada y madera para crear una obra matérico-informalista que va tener cierta repercusión en los jóvenes creadores. Con el mural de la Biblioteca Nacional elaborado en la técnica de mosaico veneciano en pasta de vidrio y los altorrelieves del INS en 1976, Juan Luis Rodríguez en cierto modo se puede considerar continuador de la obra mural que había irrumpido en el país en los años cuarenta.
- Entrevistó: María Enriqueta Guardia Yglesias
- Colaboró: José Ricardo Carballo Villalobos, Periodista Codirector
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