Juan Ml. Muñoz: Más allá de Afganistán – dilemas y contradicciones de la política exterior de EE. UU.

Las personas afganas tendrían que deliberar sobre esto, discutiendo cómo se ajusta a sus valores y costumbres más apreciadas. Pero creo que es inevitable que se requiera del apoyo de países como Estados Unidos y otras naciones, para proteger los derechos de las personas más vulnerables, como las mujeres.

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Juan Manuel Muñoz Portillo, Académico.

La salida de las tropas estadounidenses de Afganistán ha estado entre las principales noticias en los últimos días y no es para menos. La caótica salida de Estados Unidos y rápida toma de control por parte de los talibanes, ha dejado muy mal parado al gobierno de Joe Biden.

Los análisis y las críticas de esta decisión crecieron rápidamente en cuestión de días. Claro, es más fácil explicar el pasado de una decisión que predecir sus consecuencias. No obstante, algunos de estos análisis se han enfocado en un problema viejo conocido: la promoción de instituciones políticas y económicas fundadas en los valores e intereses de Estados Unidos y sus aliados. Es un pilar de la política hacia Afganistán y otros lugares similares, conocido como nation-building (construcción de nación), que se apareja con el pilar enfocado en la intervención militar ligado a peace-keeping (mantenimiento de la paz).

El nation-building es controversial ya que este busca promover instituciones y valores aceptados por el gobierno de una nación, en otras sociedades que tienen sus propias tradiciones, valores y costumbres. Muchas de estas son consideradas naciones en sí mismas, dados sus vínculos étnicos, lingüísticos y culturales, aunque políticamente no están reconocidas como estados, en el sentido occidental del término.

Por ejemplo, en Kosovo en el sudeste de Europa, el nation-building de Estados Unidos y potencias europeas ha sido recibido con una mezcla de aceptación y rechazo. Las intervenciones de EE. UU. y sus aliados han sido señaladas por estar impregnadas de imposición, prepotencia y aires de superioridad étnica, moral e intelectual. Ambos, nation-building e intervención militar —que a menudo produce daños colaterales en población civil— han generado sentimientos antiamericanistas.

A pesar de lo anterior, existen dilemas éticos de si es correcto o no intervenir en otro Estado. Esto debido a que ciertos valores y tradiciones de las naciones intervenidas son incompatibles con valores liberales, pero más que eso son derechos humanos universales. Por ejemplo, los relacionados con los derechos y libertades de las mujeres de decidir por sí mismas, de recibir educación y salir de sus hogares sin necesidad de hacerse acompañar de un hombre familiar, entre otros. Este es uno de los aspectos más controvertidos del regreso de los talibanes al poder político central en Afganistán.

Más bien, según argumentan los que se adhieren a una doctrina de derecho internacional, existe una responsabilidad de proteger esos derechos de poblaciones vulnerables, a pesar de los dilemas que causan con respecto a los principios de soberanía y autodeterminación de los pueblos. Estos dos, muchas veces utilizados por líderes autoritarios, como Daniel Ortega, en Nicaragua, para concentrar poder político y cometer abusos.

La promoción de instituciones y valores democráticos en la política exterior de Estados Unidos ha estado presente en menor o mayor medida, al menos desde el gobierno de Woodrow Wilson, a inicios del siglo XX. No se trata de altruismo. Aunque conocido por su “idealismo” político y promoción del derecho internacional, en el fondo el nation-building de Wilson y otros después de él ha estado vinculado a lo que expertos en política exterior estadounidense llaman “gran estrategia” (grand strategy).

Para el historiador Patrick Porter, aunque algunas cosas pueden cambiar en el tiempo, el ideario de “gran estrategia” en la política de Estados Unidos tiene cuatro elementos consistentes a través de su historia: 1) ser militarmente preponderante, 2) tranquilizar y contener a los aliados, 3) integrar otros estados en instituciones y mercados diseñados por Estados Unidos, e 4) inhibir la propagación de armas nucleares. El objetivo ulterior de todo esto es la seguridad nacional. Entonces, los gobiernos de Barak Obama, George W. Bush y hasta Donald Trump, a pesar de lo diferentes que hayan sido, a grandes rasgos, comparten una visión similar de gran estrategia en política exterior.

En Afganistán, desde el inicio de la intervención en 2001, hay un poco de todo eso, especialmente de los elementos 1) y 3) [1]. Este último tiene que ver con nation-building. Sin embargo, aunque algunas veces funciona bien para EE. UU. y sus aliados (puedo pensar en el Plan Marshall), la gran estrategia es resultado de procesos llenos de ambigüedades, dilemas éticos y contradicciones estratégicas. Esto no es de extrañar.

El ambiente internacional es complejo y dentro de EE. UU. ese problema se mezcla con burocracias de política exterior complicadas y competencia por recursos para financiar otros programas y políticas. Para hacerlo más difícil, la ecuación se completa con una política partidaria en competencia constante y una opinión pública volátil. Además de supuestos, muchas veces infundados, sobre qué es la realidad internacional y cuáles son sus problemas prioritarios, ideas sobre cuál debería ser el papel de EE. UU. en el mundo y cuál debería ser el legado histórico del actual presidente.

En Afganistán este ha sido, ciertamente, de acuerdo con varios análisis —por ejemplo, de Michael McKinley—, un proceso lleno de contradicciones, falta de claridad y amplio desconocimiento de la realidad de ese país y lo que se estaba haciendo allá. Inclusive, Joe Biden se ha contradicho varias veces acerca de su posición sobre nation-building y el brazo militar de la estrategia en Afganistán. Esto siendo Senador, Vicepresidente y ahora Presidente de los EE. UU.

Más allá del cálculo estratégico de Biden y otros políticos que dicen una cosa y luego otra si les conviene, existe un problema de la poca claridad que tienen los mandos altos y medios sobre qué es nation-building o qué debería ser. Carter Malkasian, actualmente académico en la Universidad John Hopkins pero, anteriormente, asesor del Ejército de EE. UU. en Afganistán, se cuestiona si nation-building se ha entendido como construcción de instituciones democráticas o intervención militar.

Lo cierto del caso es que el mismo concepto de nation-building choca con los idearios de nación que tienen distintas poblaciones en el territorio que hoy conocemos como Afganistán. La unificación nacional en un Estado y el posterior sentimiento de “nacionalidad”, en países occidentales ha sido en muchos casos resultado de conflictos violentos o la aplicación de la fuerza por un grupo dominante.

Por ejemplo, Italia, Alemania y España, en Europa, varios estados nacionales sudamericanos y aquí mismo, en Centroamérica, con el fallido intento de la Federación Centroamericana, el siglo pasado. Esfuerzos por construir estados-nación desde Occidente en países de África y antiguas repúblicas soviéticas y países de Europa del Este, han generado conflictos interétnicos y desencadenado guerras civiles.

Ahora, ¿significa esto, entonces, que se debería renunciar a los esfuerzos para hacer que se respeten los derechos humanos de las mujeres y otros grupos vulnerables? Es un dilema difícil de resolver y desde ya, varios grupos reclaman que Occidente les ha traicionado con su retirada de Afganistán.

Parte del problema ha estado en enmarcar los esfuerzos bajo el concepto de nation-building, lo que ha moldeado las mentes de ciudadanía, políticos y funcionarios estadounidenses sobre cuál es el objetivo de la intervención de su país, y la percepción que tienen las personas afganas de esta. Los funcionarios estadounidenses parecen haber actuado todos estos años bajo la idea de promover la construcción de un Estado nacional, como condición necesaria para una democracia y que la democracia es la única vía para lograr que se respeten derechos humanos fundamentales.

Como demuestra David Stasavage, en un libro reciente, libertades fundamentales y prácticas democráticas como la representación y las decisiones en asamblea, se han practicado por distintas culturas alrededor del mundo antes de la Grecia antigua y, ciertamente, antes de Estados Unidos y las potencias europeas. Entonces, se podría dejar de concebir a la democracia como un producto de Occidente, que se exporta a naciones menos desarrolladas.

Por otra parte, aunque varios teóricos políticos más o menos están de acuerdo con la famosa afirmación de Winston Churchill, “la democracia es la peor forma de gobierno excepto por todas las demás”, no quiere decir que en el futuro se encuentren mejores formas de organización social que sean compatibles con libertades y derechos fundamentales.

Las personas afganas tendrían que deliberar sobre esto, discutiendo cómo se ajusta a sus valores y costumbres más apreciadas. Pero creo que es inevitable que se requiera del apoyo de países como Estados Unidos y otras naciones, para proteger los derechos de las personas más vulnerables, como las mujeres.


[1] Afganistán no tiene armas nucleares. Sin embargo, su vecino Pakistán las tiene y también, en su periferia, Rusia. Además, colinda con China que en algunas cosas es aliado, en muchas otras, más bien, competencia de Estados Unidos.

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