Kenneth Calderón, Diseñador gráfico y estudiante de Filología Española
Lo sucedido en 1492 y, prácticamente durante todo el siglo XVI, la verdad, no queda muy claro, o al menos debemos de completar los gaps narrativos de esa coyuntura. De los testigos cercanos a los eventos tenemos lecturas bastantes sesgadas; algunas fantásticas, por supuesto, como la bitácora de Los delirios del Almirante, con sus hombres cara de perro y su eterna búsqueda del Gran Kan, que pareciera sacado de Las ciudades invisibles de Calvino. Otras, como las cartas de relación de Cortés, impregnadas de la inmaculada retórica del político, que empaña cualquier atisbo de objetividad. Claro está, muchos de los relatos que han sobrevivido al tiempo, están barnizados con el fervor de quiénes lo cuentan. En todo caso, el traer a la discusión el contacto, y conmemorar lo que sea que conmemoremos el 12 de octubre, nos enfrenta a nuestra herida de origen: el trauma fundacional y la crisis identitaria inherente de esta Arcadia del Sur global.
De la violenta la conquista y colonización nace Latinoamérica. Nace del conflicto. Nace el mestizaje. Nace la Raza cósmica de Vasconcelos… pero nace dislocada. El mestizo, buscó(a) el anclaje en algún discurso dador de sentido: trata de enfrentar el dilema de “no pertenecer”. Lo anterior es obvio, porque ni llegamos de los barcos, como cantara Nebbia, ni somos los hombres de maíz. Nuestro problema de origen, el conflicto identitario, sigue vigente, y no es inocente. Este trauma ha invisibilizado y victimizado a muchos colectivos a lo largo del continente, y que nos ha llevado a interpretar el pasado y el presente de forma maniquea, con evidentes consecuencias en el tejido social.
Por otro lado, tenemos que agradecerle a… no sé, tal vez a Quetzalcóatl, que a casi 500 años de la caída de Tenochtitlán, se viven tiempos donde la investigación académica se ha ocupado de este periodo histórico ampliamente. Debemos reconocer los esfuerzos de las Bibliotecas Nacionales por digitalizar fuentes primarias; el trabajo quijotesco de personas que han rescatado, curado y publicado documentos; además, la investigación y divulgación de estudios de la mano de muchos académicos y académicas. En definitiva, estamos en una buena época para relacionar saberes, y replantear las perspectivas para interpretar la historia, porque al final se trata de esto: entender nuestro pasado y enfrentar, con lentes mejor calibrados, el presente.
Ahora bien, uno de los documentos del siglo XVI, que puede servir de ejemplo de lo anterior, y que puede dar luz de la complejidad de la historia, y nos provee testimonios del origen regional, es el famoso Lienzo de Tlaxcala. El creciente interés de este códice, como objeto de estudio, se debe principalmente a dos eventos que se dieron en la década de 1980: la traducción de las Actas del Cabildo de Tlaxcala, y el descubrimiento del Manuscrito de Glasgow. Otro hecho, más reciente y de relevancia considerable, es la publicación de la Copia histórica del Lienzo de Tlaxcala, realizada en 1773 de Juan Manuel Yllanes del Huerto, cuya edición estuvo a cargo del Gobierno del Estado de Tlaxcala y el Instituto Nacional de Antropología e Historia de México. Este códice se erige como un testimonio de la heterogeneidad de los pueblos mesoamericanos, además permite entender y desmitificar el proceder político de Cortés, las alianzas hispanas con los diferentes pueblos indígenas, la conquista de lo imaginario, parafraseando a Gruzinski, y el mestizaje de origen que visibiliza las dos grandes tradiciones que nos atraviesan como región. De este documento me interesa conversar, de forma introductoria, en el presente texto.
El Lienzo de Tlaxcala: un Códice Mesoamericano
Los especialistas denominan códices mesoamericanos al espectro de documentos que atestiguan los conocimientos de las culturas prehispánicas, a través de un sistema gráfico que basado en una escritura logosilábica y pictográfica, que se rige por un principio fundamental: la primacía del significado. Estas textualidades se materializaron en formatos tan variados, como pueden ser los rollos, tiras, biombos, hojas o lienzos; además, se emplearon diferentes soportes, como por ejemplo cueros curtidos, papel amate, fibras vegetales, lienzo de algodón, etc. Una parte de la crítica ha dividido los códices acorde a criterios gráficos-formales y a los procesos de conquista-colonización, optando de ese modo en segmentarlos en dos grandes grupos: los códices prehispánicos y los virreinales.
Como se anotó, al procurar la claridad de significado, estas sociedades emplearon una serie de convencionalismos formales (estereotipos pictóricos), compartidos en toda la región mesoamericana. El nivel de abstracción de las representaciones y la economía de recursos gráficos, por ejemplo los glifos de monte, casa-templo o lágrima, son identificables y consistentes en los códices prehispánicos. En los virreinales, producidos años después de la caída de Tenochtitlán, se puede apreciar la imposición de los cánones renacentistas. Esto llevó a un proceso de naturalización, que condujo al estudio del paisaje y del retrato, a partir de nuevas referencias visuales, por ejemplo los grabados religiosos europeos. Como consecuencia de este influjo estilístico, se observan ejercicios gráficos que involucran la perspectiva, la ilusión de volumen, la corrección de las proporciones anatómicas o el sombreado de los objetos representados. Por su fecha estimada de creación, El Lienzo de Tlaxcala pertenece a los códices virreinales, se observa en la obra la asimilación de los estándares europeos, pero también, por el empleo de pictogramas y de glifos topónimos, se atestigua la vigencia de la antigua tradición como forma de representación y comunicación.
Yaotlacuiloli como género discursivo
Los códices también se han categorizado según su contenido. Generalmente los han dividido en genealógicos, geográficos, históricos y calendáricos. En los denominados códices históricos se encuentran los Yaotlacuiloli, o escritos de guerras, género al cual pertenece el Lienzo de Tlaxcala. Cabe destacar que esta obra no es única en su especie. Actualmente, existen documentados otros dos lienzos de guerra, que comparten, con el Lienzo de Tlaxcala, tanto los recursos estilísticos, como la función política de ser una relación de guerra para demostrar méritos y reclamar privilegios a la corona española. El primero de estos Yaotlacuiloli, es el denominado Lienzo de Analco, que relata la colaboración militar de un grupo de nahuas en la conquista de la Sierra Norte de Oaxaca. El segundo, el Lienzo de Quauhquechollan, narra la alianza entre los quauhquecholtecas y los españoles en la campaña de conquista de lo que hoy conocemos como Guatemala. Los tres retratan la consigna de los indios conquistadores. Ha esta altura de la investigación y documentación histórica, es ingenuo pensar que Tenochtitlán cae por la heroicidad de Cortés y un puñado de españoles, sin considerar las alianzas político-militares que forjaron con los tlaxcaltecas, enemigos históricos de los mexicas, pero también con los totonacas, cholultecas, huexotzincas, chalcas o acolhuas, por ejemplo; además, sabemos que no hubo una guerra de conquista, sino un siglo de campañas militares distribuidas a lo largo de mesoamérica. Es sumamente interesante la manera en que se reconfiguran las narrativas a partir de las lecturas de los eventos. Mientras para los mexicas, su axis mundi, representado a través del quincunce, se disloca y se deshace, para las otras naciones prehispánicas, significó, al menos durante las siguientes décadas, una oportunidad de renovación. Para los tlaxcaltecas, por ejemplo, significó una refundación de su altépetl, atestiguado simbólicamente en el Mapa Historiográfico que se encuentra en la parte superior del Lienzo.
La narración de la alianza hispano-tlaxcalteca
El Lienzo de Tlaxcala se conforma de ochenta y siete imágenes que narran la participación de los tlaxcaltecas en la conquista hispana del territorio mesoamericano. El Lienzo pretende abarcar desde los primeros acercamientos y el pacto entre ambos grupos (láminas del 1 al 8), el sitio y proceso de conquista de Tenochtitlán (del 9 al 48), la campaña militar al occidente (del 49-71) y la campaña de conquista al sur, la actual Guatemala (del 72 al 87). Todos los especialistas concuerdan con el anonimato de los creadores del Lienzo, así como la inexistencia de los documentos originales. Lo que ha llegado a nuestros días son copias elaboradas en los siglos XVI, XVIII y el XIX. También hay un acuerdo en sostener, a modo de hipótesis, que este yaotlacuiloli, fue encargado por el Cabildo de Tlaxcala, según se estableció en el Acta de 1552, donde se instaba en plasmar la participación tlaxcalteca en la toma de Tenochtitlán. Este documento se elaboraría para enviarlo a la corte española, con el fin de obtener reconocimientos y beneficios políticos para la nación de Tlaxcala.
De los tres posibles originales hechos en el siglo XVI, uno con destino a la corte española de Felipe II, otro para Luis de Velasco, Virrey de Nueva España, y una tercera copia que permaneció en el Cabildo, no hay evidencia de que aún existan. Con respecto a la copia que se encontraba en el Cabildo de Tlaxcala, anota el Dr. Brito Guadarrama, “para finales del siglo XVIII, el ejemplar del Ayuntamiento se hallaba, según comentarios de Faustinos Mazihcatzin, en un estado de deterioro considerable: “en una pintura tan tosca y antigua que con gran dificultad se divisa y leen las letras”, situación que motivó se buscará la manufactura de un nuevo Lienzo en algodón. La tarea se encomendó a Juan Manuel Yllanes del Huerto, destacado pintor poblano, activo entre finales del siglo XVIII y principios del XIX” (Alemán, 2016, p.56). Esta última versión de El Lienzo es la que actualmente se conserva en la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia de México.
Función del Lienzo de Tlaxcala
El objetivo de este yaotlacuiloli fue dejar constancia, en la corte española, de la colaboración de los tlaxcaltecas en la conquista. Tal documento funcionó como un relación de mérito que se presentó con fines políticos y económicos, por ejemplo, exenciones fiscales, autonomía territorial y de gobierno, privilegios nobiliarios para la élite, títulos como la Muy noble y muy Leal, o el escudo de armas que, tiempo después, les fue otorgado por Carlos V. Claramente, la historia que relata el Lienzo está en relación con su agenda política, por ende, modificaron la información y reescribieron los hechos en función de sus intereses. En esta reescritura de la historia procuran dos hechos: “por una parte omiten cualquier referencia a los enfrentamientos militares que tuvieron con los españoles antes de la alianza; además imprimen la omnipresencia de los tlaxcaltecas, borrando todo rastro de totonacas, cholultecas, huexotzincas, chalcas y acolhuas que también tuvieron una participación decisiva en la campaña”, como dice Isabel Bueno (2010), en su artículo El Lienzo de Tlaxcala y su lenguaje interno.
A modo de conclusión
Del fascinante Lienzo de Tlaxcala se desprenden muchas líneas de reflexión, que nos es imposible abordar en este espacio. Lo que me interesa es presentar un documento indispensable para tratar de entender el traumático origen de nuestra región, además, introducir el magnífico universo de los códices prehispánicos y virreinales, ejemplos extraordinarios para el estudio de la función social de la imagen, los problemas de representación, la imagen como forma de conocimiento y como detonante del relato de una tradición, fenómenos que nos acompaña de los albores de la civilización.
Por otra parte, la necesidad de complejizar la cuestión inicial: nuestra herida de origen. Tratar de acercarnos a ese periodo coyuntural y convulso, que supone nuestro nacimiento como región, no nos debería dejar impasibles ante la verdadera configuración de nuestra sociedad. Repensar las relaciones y los procesos históricos, nos debería llevar esfuerzos por visibilizar e integrar a los pueblos originarios, dignificar la memoria, y reconocernos como naciones pluriétnicas y, claro está, desplegar los mecanismos estatales que supondrían los caminos para el cumplimento de los derechos de los pueblos indígenas. Es de sobra conocido los discursos oficiales que han blanqueado la historia, y que ha violentado y discriminado a estos colectivos, acarreando problemas como, por ejemplo, el actual conflicto en la Araucanía. Pero sin tener que irnos al sur, cuando pensamos en las injusticias cometidas contra las poblaciones indígenas, es vergonzoso que a Costa Rica la Corte Interamericana de los Derechos humanos nos deba recordar la “deuda histórica del Estado costarricense con relación a los derechos de las comunidades indígenas y la desprotección a la que son sometidos los indígenas en sus propios territorios”.
Nombrar es visibilizar. Es un acto político. Si algo nos permite la revisión de documentos como El Lienzo, es repensar nuestros orígenes mestizos. Se convierte, pues, en un ejercicio que nos debería alejar de la indiferencia del ladino que imagina su reflejo blanquecino, y nos permita buscar caminos a una sociedad más justa, entiendo la deuda con la histórica que debemos saldar.
Referencias bibliográficas básicas:
Alemán, G. Ed. (2016). Lienzo de Tlaxcala. Copia de 1773 de Juan Manuel Yllanes del Huerto: Su historia y su contexto. Gobierno del Estado de Tlaxcala & Instituto Nacional de Antropología e Historia de México.
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