Leonardo Garnier
Travesuras de Julio
Nunca había tenido problemas para subir por la escalera, hasta que leyó el maldito cuento. ¿A quién podía ocurrírsele tal estupidez, el suelo plegándose frente a nuestros pies? Se reía consigo mismo recordando las instrucciones mientras se dirigía veloz desde el rojo destartalado del taxi hacia el rojo naranja y añejo del edificio de ladrillos. Pero su risa se tropezó de sopetón con el primer escalón. ¡Carajo, no lo vi! Y la risa pasó a mueca cuando el segundo y el tercer escalón se apartaron para dejar pasar su pie derecho (no confundir con el izquierdo, también pie) que fue a dar hasta el fondo de la escalera, es decir, hasta el piso. Con su pie derecho atrapado, sólo atinó a recordar que “para subir una escalera se comienza por levantar esa parte del cuerpo situada a la derecha abajo, envuelta casi siempre en cuero” ¡Habrase visto majadería igual, como si alguien pudiera necesitar instrucciones para esto! Como no lograba soltar su pie derecho, trató de apoyar el otro en los peldaños del medio, sólo para sentirse resbalar por la pendiente y terminar con los dos pies –es decir, el derecho y el izquierdo—atrapados por la curiosa y perpendicular trampa. “Los primeros peldaños son siempre los más difíciles” ¿Ah sí? Un último y desesperado esfuerzo tomó la forma de un salto, como tratando de elevar ambos pies a la vez, no importaba si hacia atrás o hacia adelante, pero hacia arriba. Las fauces no cedieron. Sólo sintió el dolor en los tobillos y el traquear de las rodillas. “Cuídese especialmente de no levantar el pie y el pie” Fue entonces cuando recordó que nunca había tenido problemas para ponerse el sweater azul, hasta que leyó el maldito cuento. ¡Jueputa Julio!
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