Luis Fernando Allen Forbes, Economista y Administrador de Empresas
En nuestros doscientos años de vida republicana los costarricenses hemos alcanzado notorios logros en una democracia que está en construcción permanente, que en cualquier momento puede debilitarse incluso desaparecer, lo que supone que la legitimidad de la democracia no se adquiere de una vez y para siempre.
Costa Rica aspira a ser una sociedad más equitativa, más justa y más moderna. Compartimos ese deseo, sabiendo que las soluciones requieren de esfuerzos colectivos, y que hay problemas estructurales que deben ser enfrentados con transparencia, inteligencia y con disposición para llegar a consensos amplios en la sociedad.
En este contexto de continuar postergando la búsqueda de soluciones, las consecuencias se verán no solo en el aumento de los problemas en sí, sino también en las manifestaciones de inconformidad de la población que podrían tirarse a las calles a exigir respuestas.
En los tiempos que vivimos, la democracia no se reduce al mero ejercicio electoral, de allí la importancia de fortalecer no solo el derecho electoral que garantice las condiciones para acceder al poder político y al ejercicio del poder, sino para administrar la cuestión pública para generar el bienestar común.
El desencanto democrático contemporáneo es un hecho establecido. Se inscribe con evidencia en una historia hecha de promesas incumplidas e ideales traicionados. Las elecciones se convirtieron, al mismo tiempo, en el momento privilegiado de expresión de frustraciones democráticas, y esto se materializa en el ascenso de los partidos populistas.
La democracia costarricense es en la actualidad un mecanismo de elección de la clase política que gobierna. Está demostrado que la democracia ha aportado poco para potenciar y desarrollar valores desde el poder. Todo lo contrario y evidente es que vivimos en un sistema corrupto impulsado desde el propio Estado “Democrático”.
Democracia no significa solo soberanía popular, deliberación pública, designación de representantes; democracia también significa atención a todos, consideración explícita de todas las condiciones. No ser representado es, en efecto, ser un invisible en la esfera pública, que los problemas de su vida no sean tenidos en cuenta y discutidos.
Una mayor visibilidad y una mayor legibilidad conducen además a mejorar la gobernabilidad de la sociedad y las posibilidades de reforma. Una sociedad con un déficit de representación de sí misma oscila, en efecto, entre la pasividad , el resentimiento y el miedo.
A pesar de nuestras diferencias los ticos, compartimos un principio rector: la responsabilidad ética y política que tenemos todos los ciudadanos de demandar cambios y proponer alternativas, basados en sustentos y soportados en la realidad y la posibilidad.
Es por eso que creemos en un Estado que se esfuerza para reducir la desigualdad social, utilizando la política tributaria como uno de los mecanismos esenciales para la redistribución; que cuenta con herramientas de evaluación del impacto de esta política en la reducción de la desigualdad y que se cuida de otorgar exenciones tributarias o subsidios regresivos o ineficientes.
Finalmente, deseamos un Estado que desarrolle políticas eficaces para el aumento del empleo y la formalización laboral de las que depende, en buena medida, la reducción de la pobreza y la desigualdad social.
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