Luis Paulino Vargas Solís, Economista (Ph.D.)
Hay gente que, incansable, afirma que el Estado en Costa Rica es grande, inclusive “elefantiásico”.
Tan ilustres pe rsonas deberían procurar sustentar sus afirmaciones y no limitarse a esa estridente y repetitiva retórica.
Si usted busca indicadores, notará una cosa: la única forma de sostener que el Estado costarricense es “grande” es comparando con países muy pobres. No hay otra posibilidad.
Y siendo que es innegable que hay mucho que mejorar en la eficiencia del sector público, amerita al mismo tiempo preguntar: ¿en qué se basa la afirmación de que el sector privado de Costa Rica es, no solo eficiente, sino, inclusive, altamente eficiente?
¿Qué entienden por “eficiencia”? ¿Someter a sus trabajadores y trabajadoras a una presión laboral extenuante? Que de ser esa la acepción del término ¿no cabría más bien hablar de ineficiencia? Recordemos: la alta productividad nace del avance tecnológico y de la alta calificación y motivación de las personas trabajadoras ¿Corresponde eso a nuestra realidad actual?
¿Tenemos un sector privado realmente innovador? Empresas como Dos Pinos o Bioland hacen algunas cosas interesantes, pero ni de lejos revolucionarias. Los desarrolladores de software -cuya existencia debe muchísimo a las universidades públicas- aportan cosas notables, aunque con limitados efectos para el resto de la economía.
¿Qué más? Digamos, por ejemplo, los bancos y universidades privadas, las empresas del ámbito radial y televisivo, las plantaciones piñeras o las grandes constructoras que acaparan los contratos de obra pública ¿Nos movemos ahí en niveles siquiera medio comparables a Alemania o Canadá?
¿Queremos que Costa Rica llegue a ser un país rico e inclusivo, social y ambientalmente justo? Entonces estas preguntas deberían ser planteadas con seriedad y buena intención, dejando de lado esa ideología intoxicante que hoy enrarece nuestra atmósfera.
Leer más
Comentarios