Luko Hilje: ¡Qué dolor, Emilio, empezar sin vos el 2020!
Acucioso, creativo, incansable, amante hasta los tuétanos del terruño y sus gentes, estaba en lo mejor de la vendimia cuando, insensata, absurda y traicionera, la infalible e implacable muerte segó los fructíferos días de nuestro querido Emilio, dejando crudamente trunco su legado.
Luko Hilje Quirós (luko@ice.co.cr)
Cada año, y de manera cíclica, cuando se aproximan la Navidad y el final del año envío una tarjeta electrónica, que me esmero en preparar, para mis familiares y amigos más cercanos, así como a quienes usualmente leen lo que escribo, tanto en el país como en el extranjero. No es una rutina ni un formalismo, sino un acto de profundo afecto hacia quienes he tenido la fortuna de encontrar durante mi travesía vital y que, de una u otra manera, han enriquecido mi vida. En ella siempre les deseo salud y paz espiritual —a mi parecer, los dones más preciados que nos dan Dios o la vida misma, según sea uno creyente o no—, con la viva esperanza de que seguiremos compartiendo ideas, opiniones, proyectos, anhelos, ilusiones, sueños, inquietudes, preocupaciones, etc. en las rutas en que convergen nuestras existencias.
Pero, aún consciente de que somos criaturas frágiles, lo que no imagina uno es que en el breve intervalo que separa la Nochebuena del cambio de año, de apenas una semana, alguien se ausente para siempre, y sobre todo sin que medie una enfermedad previa. Y eso me ocurrió el pasado 30 de diciembre, cuando mi hermana Brunilda me llamó para comunicarme la infausta noticia del fallecimiento de nuestro común amigo Emilio Obando Cairol, víctima de un infarto fulminante, a los 73 años de edad y mientras desayunaba en familia.
¡No lo podía creer! ¿Emilio? ¡Imposible! Si hace apenas una semana, el 23 de diciembre, me había enviado un correo para felicitarme por un artículo mío referido a la batalla de La Trinidad, así como comentarme de la heroicidad del mayor Máximo Blanco Rodríguez, a quien hace un tiempo él le dedicó una amplia investigación genealógica e histórica. Aunque la verdad es que debo decir que, en realidad, mi relación en Emilio era constante, como lo narraré más adelante.

Nacido en 1946, laboró desde muy joven y por muchos años en el Banco Central. Con gran esfuerzo y sacrificio pudo combinar el trabajo con el estudio, para graduarse en el campo de Administración de Negocios en la Universidad de Costa Rica, tras lo cual cursó una maestría en la Universidad de Carolina del Sur. En su querida institución, sobre la cual escribió el muy voluminoso y detallado libro “El Banco Central de Costa Rica, su historia y su gente (1950-2002)” —que me obsequió, con una sentida dedicatoria—, así como “El Banco Central de Costa Rica. Nuestros fundadores- Semblanzas”, durante su fecunda carrera ocupó varios puestos, que culminaron con las muy delicadas jefaturas de la Dirección de Recursos Humanos y la Dirección de Servicios Institucionales.
Sin embargo, una vez jubilado, concretó y desplegó a placer su anhelo de dedicarse a los estudios genealógicos e históricos, así como a compartir sus conocimientos y experiencias con otros interesados, al punto de ser miembro fundador y varias veces presidente de la Asociación de Genealogía e Historia de Costa Rica (ASOGEHI), así como miembro de número de la Academia Costarricense de Ciencias Genealógicas.
Como mi hermana Brunilda es historiadora y genealogista, tuvo una relación muy cercana con Emilio en estos afanes e intereses. Y recuerdo que hace exactamente 12 años, un sábado de diciembre de 2007, me lo presentó en una conmovedora y muy concurrida ceremonia organizada por la Subcomisión de Cultura de la Municipalidad de Santo Domingo, en Heredia, en la que se develó la inmensa placa con los nombres de 22 combatientes domingueños que participaron en la Campaña Nacional de 1856-1857.
Gracias a la empatía instantánea entre ambos, desde entonces Emilio y yo cultivamos una cálida amistad, que se fue consolidando a medida que, cada uno por su lado, avanzaba en sus investigaciones históricas, aunque ninguno era historiador de formación.
Por ello, en determinado momento lo invité a integrarse a nuestro grupo cívico La Tertulia del 56, lo cual hizo y, además, ello rindió un suculento fruto. En efecto, como parte de un número especial de la revista Comunicación —del Instituto Tecnológico de Costa Rica— que me comprometí a coordinar y que se denominó Héroes del 56, mártires del 60, Emilio elaboró un prolijo trabajo genealógico intitulado Mora y Cañas en familia, sobre las estirpes de nuestros héroes don Juan Rafael (Juanito) Mora Porras y el general José María Cañas Escamilla; como parte de ese esfuerzo, tuvimos la grata oportunidad de compartir una visita a doña Norita Echeverría Loría y doña Marysia Pinto de Pacheco, descendientes y custodias de los objetos y documentos personales de estos próceres. Además, en esta misma línea de investigación, años después convergeríamos en el núcleo fundador de la Academia Morista Costarricense.
Diestro como pocos en el conocimiento y manejo de las fuentes documentales genealógicas, así como afable, dotado de un extraordinario don de gentes y de un inmenso espíritu de servicio, Emilio se convirtió en un imprescindible colaborador mío, cuando necesitaba disipar cualquier duda acerca de apellidos de algunas personas y sus relaciones familiares; pero, en sus respuestas, siempre expeditas, no se limitaba a suministrar el dato requerido, sino que incluía otra información valiosa. Esto explica que en todos mis libros y artículos académicos de los últimos años aparezca consignado su nombre, por toda su desinteresada ayuda.
Por fortuna, y en retribución, unas pocas veces le pude ayudar con algunos datos de mi propia cosecha, así como con información con la que me topé de manera fortuita y que sabía que le podría ser útil. En tal sentido, hace apenas dos semanas le remití dos amplios textos acerca de Ramón Matías Quesada Valerín, destacado intelectual y político cartaginés sobre quien tenía un escrito bastante avanzado.
A este respecto, debe resaltarse que Emilio se empeñó en rescatar y hasta reivindicar a figuras poco o nada conocidas, sobre todo para las generaciones actuales, y las concretó en libros digitales, por lo general ilustrados de manera profusa y diagramados por él mismo.
Entre ellos figuran los libros referidos a Esteban Samuel Costa Rica —de tan curioso apellido—, el abogado afrodescendiente Alex Curling Delisser, el líder obrero e intelectual Gerardo Matamoros Acosta, el político Modesto Guevara Láscarez, el músico Pilar Jiménez Solís, el ingeniero Luis Matamoros Sandoval, el empresario cafetalero francés Émile Challe Loubet y el actor Crox Alvarado Bolaños. Sin embargo, también lo hizo con la genealogía, la vida y la obra de personalidades de mayor renombre, como los empresarios y políticos Joaquín Mora Fernández y Joaquín Lizano Gutiérrez, el médico y político guatemalteco Nazario Toledo Murga, el abogado y político Félix Arcadio Montero Monge y el historiador Francisco Montero Barrantes. Asimismo, en sus investigaciones no omitió a sus ancestros, como el sargento Juan José de Obando y su abuela catalana María Mercedes Cairol Prat, ni tampoco a los de su esposa doña Abigaíl, como el colombiano Miguel Santiago Mathieu Varela y el militar Luis Araya Zamora.
A estos trabajos, muy extensos y completos, se suman numerosas crónicas sobre diversos personajes y hechos históricos, todos escritos en una prosa muy grata, que por ratos lo hacen a uno evocar privilegiadas plumas de otrora, como la de Ricardo Fernández Guardia en Cosas y gentes de antaño y Espigando en el pasado, la de Gonzalo Chacón Trejos en Tradiciones costarricenses, o la de Manuel de Jesús Jiménez Oreamuno en Doña Ana de Cortabarría y otras noticias de antaño. Textos realmente deliciosos, como el reciente De cuando Monseñor Llorente y Lafuente dio el consentimiento paterno para resolver un conflicto de amor, publicado en noviembre de 2019 en el medio digital La Revista.
Bondadoso y generoso como era, así como deseoso de compartir sus incesantes y valiosos hallazgos, Emilio solía colocar sus libros digitales y crónicas en el portal electrónico Genearcas, creado y administrado por él. Además, en tiempos más recientes se convirtió en un continuo colaborador de La Revista, para la cual se esmeraba en preparar versiones resumidas de sus documentos más extensos.
Acucioso, creativo, incansable, amante hasta los tuétanos del terruño y sus gentes, estaba en lo mejor de la vendimia cuando, insensata, absurda y traicionera, la infalible e implacable muerte segó los fructíferos días de nuestro querido Emilio, dejando crudamente trunco su legado. Por fortuna, hace apenas tres meses, el 1° de octubre, nos regaló una amplia y sabrosa entrevista, que le realizaron Ana Virginia Calzada y Fernando Zumbado en el programa Alto Voltaje, en la emisora CRC Radio 89.1 FM. Hoy nos quedan ahí, inmortalizados, su sabiduría, sus vastos conocimientos, su voz y sus gestos.
Desgarrado y desolado mi corazón, así como humedecidas mis mejillas ante tu irreversible partida y el inmenso vacío que dejás como ciudadano, esposo, padre y abuelo ejemplar, debo confesarte, Emilio, que me siento un poco huérfano, porque a partir de este nuevo año no tendré tu incondicional ayuda intelectual, ni el espontáneo y cálido afecto que siempre sentiste por mí y por mi familia. Ese pequeño gran tesoro de tu sincera amistad siempre lo guardaré en el alma, como se cuidan los más preciados dones.
Transeúntes del tiempo, pasajeros y habitantes de la memoria, confío en que algún día nos reencontraremos para saldar tantas conversaciones y dudas pendientes. Y ya para ese día, penetrados, explorados y develados los arcanos de lo insondable, con la insistencia y sapiencia que te caracterizaron en tu tránsito terrenal, de seguro que habrás hallado las claves para aproximarte y disfrutar de la más eterna de las verdades.
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