María Bonilla.
Desazón de mí
El alba viene a mí despacio,
desde lejos.
La noche es más tenebrosa que nunca.
Mis ojos se abren y se cierran agobiados,
muy a su pesar.
Este mal día parece haber casi llegado a su fin…
(Aunque, ¿logra terminarse un día
que es para siempre?)
La silueta de la muerte
dormita tranquilamente en las rendijas
del marco de la ventana.
No sé cocinar.
Nunca supe.
Y tal vez hubiera querido
tener la marca de ese linaje
tan femenino.
Saber coser, saber bordar,
saber abrir la puerta para ir a jugar.
Saber cómo sobrevivir el paso
de las horas oscuras
con la vocación terrible
del ser mujer,
que aún con el corazón hecho trizas,
desgranado y ardiendo,
deliran las interminables horas oscuras
lavando, picando, condimentando,
hirviendo, tostando o salpimentando
los días inacabables.
¿Cuánta comida puede hacer
una mujer que odia cocinar?
¿Cuánto puede resistir la muerte
a tomarse un plato de sopa
con una pobre mujer sola
y enfrentar cuentas pendientes?
Esa muerte acomodada
en el marco de la ventana
de una mesa y una cocina
marchita de posibles,
esa,
que nos acecha a todas las mujeres
sin permitirnos siquiera,
a veces,
malvivir con
hijos, padres, hermanos,
novios, esposos y amantes,
todos amores malheridos
-la paz sea con ellos-,
arrancados por la mano
de estos tiempos terribles
que no son de Dios,
sino de la violencia y
de la ambición de poder
infinita,
incontable,
sanguinaria,
de estos hombres
verdugos de sí mismos
y de mujeres y niños
que mueren por esa mano,
dejando en duelo,
desolación y desconsuelo,
casas que nunca más
volverán a ser hogares.
De: Delirio de las horas oscuras, Estucurú Editorial, Costa Rica, 2019
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