Mario Ramírez Granados.
En las veredas de la imaginación no solo existen senderos que llevan a visiones del futuro, a aventuras o paisajes de terror. También hay lugar para caminos que empiezan con una historia de venganza y de redención.
Dentro de esas historias, existe una que ocupa un lugar especial en el corazón de los lectores: Los miserables. Escrita por el poeta, dramaturgo y político francés Víctor Hugo, los Miserables apareció en el mundo literario desde mediados del siglo XIX y se convirtió en un clásico. Narra la historia de Jean Valjean, un hombre que siendo casi un niño termina en la cárcel por un hurto menor. El presidio convirtió a ese niño en un joven lleno de odio y de rencor, que cuando sale quiere descargar esa amargura en los demás, hasta que un alma noble le enseña que es posible una alternativa, y Valjean dejara las sombras para buscar ganarse la vida de forma lícita.
Victor Hugo parte de un esquema interesante, frente a la idea del destino, propone como los actos van forjando nuestras decisiones y nuestro carácter. No se trata de un destino fijo, sino que un gesto de un extraño, o un acto propio, por pequeño que parezca, puede modificarlo. Víctor Hugo apoya entonces la idea de redención.
Por donde va, Valjean logra con su actitud, cambiar la vida a su alrededor, logrando incluso que florezca la abundancia, mejorando las vidas de la gente. Pero durante su vida, habrá personas que cambiarán su vida, como Jauvert, como Fantine o como Cosette. Jauvert personifica a un policía con una concepción rígida, que irá tras los pasos de Valjean toda su vida, pues no puede creer en la idea de redención.
Un lugar especial ocupan en la narración los personajes de Fantine y de Cosette. Víctor Hugo como Dickens consideraba a las mujeres como seres “más allá de la pena, la adversidad y la angustia” Fantine representa a las madres solteras, que sacan adelante a una familia, llegando incluso a entregar parte de sí misma, a cambio de un mejor futuro para su hija Cosette, una niñita que representa modelo de virtud por su inocencia, que florece en el medio del fango, pero que vive amenazado por sus tutores, los Thénardier, hasta que Jean Valjean se convierte en su protector y su padre adoptivo.
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Esa es tan solo parte de la historia que desarrolla “Los Miserables”, una historia que se desarrolla durante el siglo XIX francés, entre las luchas de la República y las luchas por la comuna de París, pero que como se decía, se volvió universal. Las figuras de Valjean, Jaubert, Fantine, Cosette, Garovche o Marius se volvieron en personajes universales, tanto en la literatura como en el celuloide.
Se trata de una historia que goza de total actualidad, en un mundo que como decía un título de Ciro Alegría, se muestra ancho y ajeno, los gestos de bondad pueden marcar la diferencia. Víctor Hugo nos muestra retratos que aún hoy siguen profundamente cercanos.
Un ejemplo de esto es Fantine. La madre sola que labora largas jornadas durante el día se ve obligada a involucrase en la vida nocturna del pueblo, a fin de garantizar mayores ingresos que puedan costear la educación de Cosette. La gente a su alrededor la juzga, y pierde su trabajo, lo cual la obliga a dedicarse a la prostitución. Para Fantine, la esperanza no vino de discursos huecos, de gente que tenía su comida asegurada, los cuales no resolvían su situación o la de su hija, sino del gesto de Jean Valjean.
Si uno deja por un momento las veredas de la imaginación y ve con cuidado la vida diaria, podrá identificar que estos mismos discursos que se ensañan con los humildes continúan entre nosotros, pero si mejor podrá ver que a pesar de esto, la gente sale adelante por los gestos anónimos de bondad. Desde este punto de vista, recordar las lecciones de los Miserables se vuelve imprescindible: El camino de la amargura y el rencor, o el camino de la bondad y la redención ¿Qué senda marca nuestro camino? ¿Qué huella deseamos dejar en los demás?
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