Mario Ramírez Granados.
En nuestras tierras latinoamericanas, algunos géneros han encontrado un sello propio como la novela negra con Ricardo Piglia, o más recientemente el terror y el misterio con una nueva generación de narradoras entre las que destacan Liliana Colanzi, Mónica Ojeda y Mariana Enríquez, cuyas obras apenas se conoce en Costa Rica. Esta nota sería un primer acercamiento a la producción de estas nuevas generaciones, iniciando con la obra de Mariana Enríquez.
Enríquez (1973) creció en una Argentina marcada por los años de dictadura y la crisis económica, cuyas huellas se encuentran en su obra. Publicó su primera novela “Bajar es lo peor “(1995) a los 21 años, mientras estudiaba Comunicación Social y Periodismo en la Universidad de la Plata. Años después, Enríquez indicaba que esta obra buscaba abrir un espacio para reivindicar las problemáticas de su generación:
“Sentía que no había libros que hablaran sobre lo a que mí me pasaba, lo que le pasaba a mis amigos, pero también de nuestros gustos”
Dicha preocupación por lo juvenil, continuó en algunas de sus obras posteriores, como sus cuentos y las novelas Este es el mar y Ese verano a oscuras, tratando de mostrar a las voces de su generación y temas como el rock. Junto al oficio de escritora, se incorporó como periodista cultural en Página 12, donde hoy ocupa el puesto de subeditora del Suplemento Cultural Radar, la cual combina con la enseñanza y la escritura. Continuó escribiendo y publicaría “Cómo desaparecer completamente”. Años después hablaría del valor de ese período señalando que “ […] le fijo las reglas sobre lo que no podría hacer”.
Es a partir de ese período que empezó adentrarse en el mundo del terror, género del cual se ha confesado admiradora y que lee desde niña. Dentro de sus lecturas se encuentran autores clásicos como Lovecraft o Emily Brontë, pero también autores más próximos como Ray Bradsbury, Shirley Jackson, Richard Matheson, Harllan Ellison, Thomas Ligotti y Stephen King. Dicha experimentación vendría a través de las narraciones cortas: el cuento se convertiría entonces en ese territorio para ensayar la voz desde donde se cuenta la historia, qué temas se tocan y cómo abordarlos. Estos primeros experimentos se plasmarían en su cuento El aljibe así como otras narraciones que a partir del 2005, empezarían a aparecer en diversas antologías.
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Escribir desde un determinado género supone además dos problemas que Enríquez en distintas conferencias ha señalado, y que son totalmente pertinentes para las personas con interés en crear historias: identificar la tradición de los temas que le apasionan, entendiendo por tradición, ese lugar a donde ir, donde se encuentran referentes que comparten nuestra manera de imaginar, lo cual presupone además que la persona se adentre en la lectura y; no menos importante, la traducción de la tradición a nuestra propia realidad, como medio para encontrar su propia voz. Por traducir, Enríquez refiere a la posibilidad de identificar, siguiendo en este caso la tradición de terror, cuáles son sus miedos, nuestros monstruos.
En el caso de la autora, ella remite a que más allá de sus primeras lecturas de ficción, durante su infancia y juventud el terror era real, al crecer en el contexto de una dictadura, donde los horrores de la dictadura eran divulgados primero como una forma de advertencia y posteriormente como una forma de denuncia y de buscar justicia, que sigue abierto al interior de la sociedad argentina.
Ya en sus primeros cuentos se empieza a notar su inmersión el género de terror, buscando leer estampas del horror social, en clave literaria, para devolvernos nuevas visiones de lo cotidiano. Así, relatos como “Cuando hablábamos con los muertos” nos remiten a la experiencia de unas adolescentes que indagan en una ouija el destino de sus familiares, o “Bajo el agua negra”, donde la brutalidad policíaca es leída en clave lovecraftniana. Posteriormente, empezarían a aparecer otras temáticas como la violencia hacia las mujeres, o la aporofobia y sus primeros experimentos con el body horror. Sus cuentos terminarían agrupándose en dos libros “Los Peligros de fumar en la cama “(2009) y “Las cosas que perdimos en el fuego” (2013)
Pero ha sido su tercera novela “Nuestra parte de Noche” (2019), la obra que terminó por catapultar a Mariana Enríquez a nivel internacional. Con dicha la obra obtuvo el Premio Herralde de novela. La novela logra conjugar los miedos y los temas preferidos por Enríquez por otros más recientes como las sectas y las relaciones entre padres e hijos, moldeado en su estilo, tan único. Como periodística destacan su semblanza “la otra hermana”, en la que se aproxima a la figura de Silvina Ocampo y “El otro lado”, una compilación de sus columnas y crónicas periodísticas. Se trata de temáticas a las que por su extensión y profundad, a las que por justicia volveremos en espacios posteriores.
Se propone que un primer acercamiento a la obra de Mariana Enríquez desde sus cuentos, desde sus retratos de lo terrible, como una voz fresca, que introduce aspectos muy relevantes dentro de la tradición del género del terror, pero también hacia la literatura universal, como entretenimiento pero también como una fuente de inspiración para escribir.
Las operaciones que propone Enríquez en sus conferencias son totalmente pertinentes a nuestro medio para evaluar nuestra propia fantasía oscura. Hoy por ejemplo en Costa Rica existe una creciente literatura de terror que debería ser leída y discutida por el gran público y sobre todo para anticipar lo nuevo ¿qué miedos se agitan a nuestro alrededor? Tal vez en ese detalle se resume aquello que nos fascina a algunos del género de terror.
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