Mario Ramírez Granados: Racismo en el aula

Más allá del abordaje de corte disciplinario,  que  investigue  si existió  o no una falta administrativa por parte de la docente de la escuela mencionada, un abordaje franco del racismo en el aula pasa por revisar  los programas educativos  y la  formación docente en materia de educación intercultural.

Mario Ramírez Granados.

El aula no solo es un lugar de transmisión de conocimientos, sino un espacio de convivencia e interacción social que permite formar valores y comportamientos respecto a cómo nos auto  percibimos,  así como nuestra relación con los demás. Bajo esta premisa, la noticia respecto a comentarios  racistas que  aparentemente  una docente realizó durante la apertura del curso lectivo en una escuela pública de Aserrí, no solo debe  indignarnos sino llevarnos a la reflexión.

Los comentarios aparecidos en redes sociales en los que se señalan  el uso de dreads o trenzas, como si fuesen algo  ajeno al Valle Central y algo propio de la zona de Limón reproducen una visión basada en la segregación racial.  Por segregación se entienden aquellas acciones dirigidas a mantener a un grupo social confinado en  un  territorio  y darle un tratamiento diferenciado. Esta visión diferenciadora es la que tradicionalmente  discriminó la población afro costarricense, que la imaginó recluida en Limón.

Desde su origen, Limón fue un crisol  donde convivían la población  proveniente del Valle Central con la indígena y la africana y que fue posteriormente por  la llegada de migraciones  italiana, china y  jamaiquina, las cuales llegaron inicialmente para laborar en la Construcción del Ferrocarril al Atlántico y  posteriormente se asentaron en nuestro país.

A pesar de su  importancia como  puerto,   Limón  fue tradicionalmente entendido como un  espacio ajeno al Valle Central e incluso durante la presidencia de León Cortés Castro (1936-1940)  se crearon regulaciones legales que imponían trabas para que la población afro costarricense pudiese  trasladarse  al Valle Central.

Así las cosas, la persistencia de expresiones que vean en forma diferenciada a la población afro costarricense podrían clasificarse dentro de lo que Michel Wieviorka denomina racismo institucional, que define como una serie de prácticas y discursos que existen sin que exista un referente ideológico  o dominante, lo cual  lleva a que las personas que lo practiquen no perciban su carga ofensiva e incluso  lo justifiquen, trasladando la culpa  a sus víctimas

Durante la década de los noventa, la academia costarricense y  las organizaciones afrodescendientes lograron desmontar algunos de los mitos de esta visión diferenciada, que descansaba en la falsa premisa de una Costa Rica esencialmente blanca, así como manifestaciones solapadas de racismo en la  literatura,  la historiografía  mediante la investigación rigurosa, la sistematización de casos y el activismo político. Parte del esfuerzo de estas organizaciones se materializó en la reforma del artículo 1 de la Constitución Política, que reconoció a Costa Rica como un país multicultural en el año 2015, y la introducción del artículo 404 dentro de la Reforma  Procesal Laboral, que reconoció al racismo como como una forma grave de violación del contrato de trabajo

Sin embargo,  no basta  la aprobación de reformas legales para que  la discriminación mágicamente desaparezca, sino que estas leyes deben ser acompañados de mecanismos jurídicos y sociales que  impidan la impunidad y garanticen la presentación efectiva de denuncias por tratamiento  discriminatorio  no quede  en un mero “derecho al berreo”. Desde esta perspectiva, el inicio de una investigación administrativa y de medidas dirigidas a asegurar los derechos de las personas menores de edad es un buen punto de partida, pero no convertirse en un fin en sí mismo.

Más allá del abordaje de corte disciplinario,  que  investigue  si existió  o no una falta administrativa por parte de la docente de la escuela mencionada, un abordaje franco del racismo en el aula pasa por revisar  los programas educativos  y la  formación docente en materia de educación intercultural. La educación intercultural supone que la institucionalidad pública cree espacios  que permitan visibilizar a los diferentes grupos presentes en un comunidad, como eje central de las políticas de formación de una mejor ciudadanía, y que se les dé voz para compartir sus  ideas y vivencias, con la intención de evaluar contenidos, identificar prácticas que podrían considerarse nocivas y desarrollar  acciones  que propicien el entendimiento, como la transmisión  y revisión de valores, así como el desarrollo de estrategias de prevención del bullying.

Es decir, que el diálogo intercultural significa entender que  la diversidad  nos hace  más fuerte como sociedad. En palabras de Martin Luther King, el camino a una sociedad más justa implica que  “a medida que vamos  avanzando, hemos de prometernos que seguiremos adelante…Con esta fe seremos capaces de tallar, de la gran cantera de desesperación, una piedra de esperanza. Con esta fe seremos  capaces de  transformar las estridentes discordias de nuestra nación en una armoniosa sinfonía de hermandad”

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