Mario Ramírez Granados: The Idol los límites de la provocación
Es pronto para saber el rumbo que tomara The idol, esperemos que no se quede en la mera provocación y sea capaz, al decir de Walters de mostrar algo alguna verdad que supere esta sensación de reivindicación de machismo rancio, que acompaña sus capítulos iniciales, o si será otro experimento fallido de una temporada.
Mario Ramírez Granados.
El arte en sus distintas manifestaciones habla del artista, su vida y sus preocupaciones, su entornos, los otros, y en ocasiones los deseos y temores de una época. El arte se puede retratar a las personas y su época de forma verosímil: como la crónica, el reportaje periodístico o la novela realista. En otras ocasiones, mediante la experimentación, mediante la generación de emociones en el público mediante recursos como lo grotesco, el absurdo, parodiando la realidad. Este tipo de expresiones es lo que se conoce como las vanguardias.
Tal vez el medio que por su masificación logra alcanzar a un mayor público fue el cine y posteriormente la televisión. Desde los comienzos del cine encontramos expresiones como El perro andaluz de Luis Buñuel y se convierte en un medio ideal para mostrar sus ideas con mayor libertad y como una vitrina para otros proyectos de carácter más masivos. Uno de los referentes de esta tendencia es John Waters, conocido también como el rey del mal gusto, quien se dio a conocer a partir de producciones que explotaban el asco y la irritación como Pink Flamingos.
Recientemente, John Walters, defendió su apuesta estética, señalando que: “La provocación está bien para llamar la atención de la gente, pero luego tienes que aportar algo más si de verdad quieres cambiar su manera de pensar”. Esta precisión deja ver que pese al carácter de la forma, está siempre se encuentra sujeta al contenido que el autor trata de expresar.
The idol: Retratos de un naufragio
Retratar la vida de un artista no es algo nuevo. El cine y la televisión se han convertido en vitrinas que muestran la biografía de pintores, escritores y recientemente artistas como cantantes o músicos. En ocasiones, similar a la novela de aprendizaje, muestran los orígenes de la persona y el paso del anonimato a la fama. Otros por su parte, se enfocan más en mostrar el lado de los excesos de la vida de los artistas. En este segundo extremo se ubican Sam Levinson y su nueva serie The idol (La ídolo)
The idol viene precedida por la exploración que Levinson realizó del mundo juvenil, cuyo imagen se centraba en demasía la sexualidad y la drogadicción, dejando de lado otros dramas de la crisis juvenil y el paso a la vida adulta., pero logró que la serie se volviera en objeto de conversación y debate. The idol se centra en las vivencias de una estrella juvenil llamada Josselyn, quien ingresa a la fama desde los 11 años, y que debe lidiar no sólo con los vaivenes de la industria, sino con una vida llena de carencias en la cúspide de su éxito, sufre un colapso nervioso a raíz de una pérdida, y sus intentos por regresar al estrellato.
El mayor atractivo de la serie es la presencia de Lily Rose Depp, la hija mayor de la estrella Johny Deep,, quien ofrece una caracterización, de Joselyn que recuerda por momentos a Britney Spears. Su personaje, Josselyn es una estrella Como Camille Preaker, el personaje de la miniserie “Heridas abiertas”, Joss tiende a volcar su dolor en su propio cuerpo , mientras la serie va mostrando paulatinamente como el glamour y el exceso alrededor de su vida, esconden sus propias carencias.
Desde esta perspectiva la visión de The Idol no es muy distinta de otras producciones que muestran al artista como una especie de Ícaro que busca el éxito mientras trata de bordear los peligros de la soledad y los excesos. Por un lado, muestra a la industria como un Moloch en cuyos altares se sacrifica la individualidad en aras del consumo, donde un artista debe cantar música que encuentra superficial o que incluso abiertamente odia, en aras de complacer a sus productores, mientras en secreto sueña con crear temas trascendentes y el proceso de creación como un calvario por el que la industria hace pasar al creador. Pero al mismo tiempo, y esto es lo que explica la dificultad para este tipo de personajes para salir de esa vida, se convierten en una especie de segunda familia para los artistas.
La serie logra además por momentos enunciar debates interesantes, pero que no se desarrollan como la explotación de la imagen femenina, la romantización de la enfermedad como mecanismo de consumo, la exposición de la vida íntima en la pantalla, el auge en la actualidad de la autonomía corporal, como contrapunto de la sexualización, y sus límites, y el uso de las redes sociales como mecanismo de venganza, entre otras.
Toda la reflexión sobre Josselyn y su entorno se dejan de lado en el momento en que entra a escena Tedros, un personaje interpretado por el cantante Abel The weekend Tesfaye. Tedros aparece primeramente como el enigmático dueño de un club nocturno de los Ángeles, para dar paso a un personaje que parece más una caricatura de masculinidad tóxica anticuada, cuya función es cómo se introducen las personas tóxicas en nuestras vidas.
Al principio, Tedros aparece como un seductor, pareciendo alguien encantador aspecto que se mimetiza con el entorno de la industria musical para envolver a su víctimas, presentándose como alguien que conoce el medio musical, y que aprovecha la confianza que despierta en Josselyn para ingresar al campo artístico. Pero conforme la serie avanza esa persona empieza a ingresar en una vida en esas condiciones, deja claro que el personaje apenas conoce el medio, y que más bien muestra facetas más inquietantes como ir tomando el control de la vida de la persona, alejando a los personaje del entorno cercano de Josselyn para que ella depende directamente de él. Es decir funge, Tedros funge como un vampiro emocional.
La serie hace algunos guiños a algunos hitos del cine erótico como Bajos Instintos o Nueve Semanas y media, pero al ver su puesta en escena, nos lleva a preguntarnos si el erotismo que puede contener The Idol cede frente a la romantización del vampirismo emocional.
Tal vez lo más logrado de la serie es el retrato de la industria discográfica, que apenas se insinúa en producciones como “Quiero bailar con alguien” (que describe el lado “amable” de la producción mediante una caracterización muy favorable del productor Clive Davis y su papel en el éxito de Whitney Houston), y prefiere darnos un enfoque más complejo.
Su mayor problema es que naturaliza la dependencia emocional, al mostrar como Josselyn acepta voluntariamente el control de Tedros , y permite que este controle incluso sus secretos personales y los utilice para incluso empujarla a la degradación.
No estamos en presencia de comedia negra o parodia, sino de la justificación de relaciones enfermizas, usando como pretexto el sexo y la provocación, que envía el mensaje de que una persona sumisa necesita de un “motivador sádico” que saque lo mejor de ella, terminando de esta forma de naturalizar la dependencia emocional.
Probablemente lo más rescatable, es que esta serie ha despertado olas de indignación, respecto a la mirada machista que esconde la obra, reabriendo los debates que empezaron a introducirse con la llegada del movimiento Metoo. No solo se trata de cuestionar los roles femeninos que naturalizan una imagen sumisa de la mujer, sino también poner en evidencia comportamientos arraigados como el mansplanning (donde el hombre se asume a sí mismo como un experto en cualquier campo y con derecho a explicarle a la mujer, aunque esta sea una experta en esa materia) o el rol de las personas alrededor de la víctimas, que muchas veces intuyen lo que pasan e incluso presencian agresiones y ven hacia otro lado o guardan silencio. ¿Será que la provocación tiene límites?
Es pronto para saber el rumbo que tomara The idol, esperemos que no se quede en la mera provocación y sea capaz, al decir de Walters de mostrar algo alguna verdad que supere esta sensación de reivindicación de machismo rancio, que acompaña sus capítulos iniciales, o si será otro experimento fallido de una temporada.
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