Mario Ramírez Granados: The last of us y la literatura distópica
Desde ese punto de vista, The last of us parece erigirse en una heredera del optimismo de H. G. Wells. Hace un siglo, H.G. Wells inauguró la literatura distópica con su obra La máquina del tiempo, en la que un inventor, visitaba del siglo XIX hacia un futuro donde la humanidad había desaparecido hasta convertirse en dos razas o especies: los eloi y los morloks, condenadas a enfrentarse entre sí. Una novela donde el viajero lejos de sentarse a contemplar, trataba de tomar partido.
Mario Ramírez Granados.
En la historia de la humanidad, de vez en cuando aparecen ideas que se convierten en desencadenantes de cambios sociales. Ese fue el caso de la llamada Ilustración, que trajo ideas que vinieron a cuestionar a las monarquías que hasta entonces dominaban Occidente. Frente al origen divino de la autoridad, los Ilustrados propusieron la Idea de un poder limitado, que no tenía una condición sobrenatural, sino que era humano y debía ser sujeto a reglas para evitar que incurriera en abusos. Parte de esas reglas consistió en crear principios como la legalidad, el ejercicio de elecciones periódicas que garantizaran la alternancia del poder, así como la división de funciones del poder.
Para ello postularon la idea de un pacto hipotético, donde los individuos sacrificaban un poco de su libertad, a cambio de una instancia superior les diese protección a su vida y sus bienes, este pacto o convenio originario fue llamado Contrato Social. La noción del contrato social entendía además que todas las personas contaban con una serie de derechos inalienables e intransferibles, en los que cuales esa instancia (que llegó después a conocerse en lo que conocemos como Estado) no podía intervenir.
Dichas teorías entendían al Estado como un mal necesario, pero menor respecto de otros peligros, como el regreso al llamado estado de naturaleza, donde según esta corriente se vivía en un estado de guerra civil, y terminaron por constituirse en la base del Constitucionalismo Liberal, con un Estado limitado bajo principios como la legalidad o la separación de poderes y un amplio régimen de derechos individuales.
El siglo XX, sin embargo vino a comprobar que la idea del Contrato Social y el Estado tenían sus límites, por lo que nuevamente surgieron voces de advertencia que cuestionaban las ideas surgidas hacia más un siglo, mostraban que los caminos de la razón también tenían callejones llenos de peligros. Uno de los primeros críticos de la incipiente sociedad burguesa fue Jonathan Swift. Sus viajes de Gulliver constituyen una crítica ácida, y sus descripciones algunas de las precursoras de la sátira, que desde el siglo XVIII, exponía los problemas de su tiempo utilizando países o mundos alternativos, mediante los diarios de Viaje de un explorador ficticio. Sus viajes nos legaron para la historia países como el famoso Lilliput, una caricatura de la Inglaterra de entonces o Laputa, una ciudad sobre las nubes en la que vivían los sabios de su tiempo..
Existe una larga tradición de herederos de Swift, que mediante el camino de la sátira y los mundos alternativos, denunciaban los vicios de su tiempo y convirtieron su literatura como una forma de advertencia. A lo largo del siglo XX, con el surgimiento de la ciencia ficción, estas obras empezaron a agruparse dentro de la llamada literatura distópica, como una forma de crítica contra los extremos de las sociedades contemporáneas, ya sea mediante el relato de sociedades donde se retratan expresiones de autoritarismo exacerbado como 1984, Un mundo feliz o, más recientemente V de Vendetta o El cuento de la criada, o mediante narraciones que muestran futuros sombríos, donde un evento catastrófico ha llevado a que la humanidad vuelva a lo que en su momento Hobbes denominó “la guerra de todos contra todos”, donde la convivencia es reemplazada por sobrevivencia., y que cuenta con representantes como La carretera, Los hijos del hombre o The walking dead.
The last of us o semillas de esperanza en un horizonte baldío
The last of us (Los últimos de nosotros) es el producto más reciente de la popularidad del género distópico. Originada en un videojuego de sobrevivencia, The last of us es una serie de televisión que describe un EEUU de un futuro hipotético , donde un simple hongo conocido como Cordyceps, el cual afecta a especies de insectos, prospera en medio del calentamiento global y se vuelve transmisible a los seres humanos, convirtiéndolas en una especie de autómatas sin voluntad que esparcen la infección hasta llevar a la humanidad al borde de la extinción. Los sobrevivientes malviven en una especie de feudos llamados zonas seguras. A partir de esta premisa, dos contrabandistas, Joel y Tess, deben acompañar a una adolescente llamada Ellie, a través de los vestigios de un EEUU devastado por la pandemia, donde cada parada parece uno de los Círculos del Infierno de Dante, en busca de una posible cura para la enfermedad transmitida por el hongo.
La serie sin embargo se aleja de las narraciones genéricas de zombies, para cuestionar la forma en que se gestiona la pandemia. Los habitantes de las zonas seguras malviven con la dotación de alimentos y provisiones que reciben del gobierno mientras que en la clandestinidad hacen intercambios con personas que se aventuran fuera de las zonas seguras para buscar suministros en los vestigios de las ciudades, donde conviven fieras, infectados y bandidos. Frente al gobierno, operan además milicias clandestinas a las que denominan las luciérnagas.
Así cada episodio contrasta expresiones de profunda miseria moral, como el uso político del contagio para eliminar pobres, disidentes o simplemente personas distintas por ser consideradas indeseables o peligrosos, con la búsqueda de la esperanza.
Frente al retrato de un mundo carencial, la serie se toma su tiempo para indicarnos que a pesar de momentos tan adversos, la humanidad puede ser capaz de tener gestos de amor o de compasión.
No todo es pesimismo, frente a las sociedades que se constituyeron en base al miedo y la precariedad, The last of us nos demuestra que la humanidad pervive en gestos que nos muestran que la bondad más allá de discursos es una decisión, y que la risa, el arte, cultivar un huerto o compartir a pesar de la miseria, son formas para escapar de un mundo donde el horror no solo está afuera sino dentro de nosotros mismos, y prosperar. Donde la salvación se practica a partir de abrazar la compasión con una forma de testimonio y de vida.
Un ejemplo es la relación entre Joel y Ellie que comienza como un contrato donde él debe asegurar el viaje de Ellie , para evolucionar hacia una relación entrañable , o la relación entre Bill y Frank, que surge a partir de un gesto de confianza, y que busca cada día sobreponerse al horror.
Desde ese punto de vista, The last of us parece erigirse en una heredera del optimismo de H. G. Wells. Hace un siglo, H.G. Wells inauguró la literatura distópica con su obra La máquina del tiempo, en la que un inventor, visitaba del siglo XIX hacia un futuro donde la humanidad había desaparecido hasta convertirse en dos razas o especies: los eloi y los morloks, condenadas a enfrentarse entre sí. Una novela donde el viajero lejos de sentarse a contemplar, trataba de tomar partido.
Wells era un optimista, una persona que pensaba en que al final del día, en que esas experiencias límites como las pandemias o las catástrofes amenazaran la extinción de la humanidad, la supervivencia de esta no podía depender de la fuerza bruta o la inteligencia, sino que la salvación de la humanidad se encontraba en la compasión y el amor a los demás. Más de un siglo después, el mensaje de Wells se mantiene vigente, aunque a veces parezca un eco lejano.
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