Marjorie Ross: En el 80 aniversario del nacimiento de Rodolfo Cerdas
El 12 de setiembre de 2019, hace 8 décadas, nació Rodolfo Cerdas Cruz y quiero compartir con ustedes un fragmento de lo que él llamó “Sol de tigre. Autobiografía urgente”, la historia de una parte de su vida con la que dará inicio el primer tomo de sus obras completas. El tiempo no permitió que la terminara y llegó solo hasta la altura de los doce años.
Marjorie Ross, Poeta, escritora y experta en gastronomía. (Dra.)
El 12 de setiembre de 2019, hace 8 décadas, nació Rodolfo Cerdas Cruz y quiero compartir con ustedes un fragmento de lo que él llamó “Sol de tigre. Autobiografía urgente”, la historia de una parte de su vida con la que dará inicio el primer tomo de sus obras completas. El tiempo no permitió que la terminara y llegó solo hasta la altura de los doce años.
El siguiente texto narra su nacimiento.
Dado en prenda al nacer
Quizá fue el trago amargo de la huelga bananera de 1934 y sus consecuencias, así como las otras vicisitudes que vivió mi madre en esa etapa de persecución, cárcel y amenazas contra el naciente movimiento obrero, lo que llevó a papá a quererle compensar, al menos simbólicamente, el carcelario y lúgubre nacimiento de mi hermano, quien nació justo en aquella época, “regalándole” para el nuevo parto, cinco años después del anterior, que este tuviera lugar en la Clínica Bíblica y no de caridad en el Hospital San Juan de Dios. El argumento de papá, para justificar tan inusitado obsequio –por lo demás bastante alejado de nuestras posibilidades económicas– era que estaban por pagarle unos cuantiosos y seguros honorarios, que le permitirían afrontar el pago.
Mi madre se opuso, igual que lo hacía siempre cuando se trataba de gastos innecesarios. Alegó que eran muchas las cosas que faltaban en la casa y que deberían cubrirse antes de gastar en chineos; pero papá insistió y, con la ayuda de Luis Carballo –que por entonces había vuelto a vivir en casa, en donde llegó por primera vez cuando sus padres lo echaron de la suya por comunista–, finalmente la hizo aceptar.
La inusual perspectiva, de bonanza de un lado y los duros recuerdos de otro, como que ayudaron a que se dejara internar bajo los cuidados de la Dra. Marie Christina Cameron McLean, de manera que el 12 de setiembre de 1939, exactamente a las doce del día, nací en el puro centro de San José.
Pesé nueve libras, media libra menos –me contaba mi tía abuela Eloisa–, de lo que había pesado Manuel Mora; pero con la notable diferencia de que a mí ningún abuelo me puso, como a él el suyo —don José Mora—, una cinta con la bandera de Costa Rica en el pecho, ni me pasearon en berlina por todo el centro de San José, diciéndole a quien quisiera oírlo que “ese nieto salvaría al país”.

Hasta mi primera palmada, todo había ido sobre ruedas. Pero cuando le dijeron a mamá que ya tenía la salida, las cosas se pusieron difíciles, porque como era usual en aquel entonces en el ejercicio de la profesión de abogado, el cliente no pagó cuando y como debía, y mi padre no tenía el dinero para cancelar la clínica.
Claro, no le dijo nada a mamá y, junto con Luis Carballo, trató de endulzarle la realidad diciéndole que era mejor que descansara uno o dos días más. Así pasó el primer día y nada, en medio de una incomodidad creciente de mi madre; y mientras Luis y papá removían cielo y tierra consiguiendo la plata, el segundo día llegó y pasó.
No fue sino hasta el tercero, y en horas de la tarde, cuando ya mi madre no se aguantaba en el cuarto y empezaba más que a sospechar lo que ocurría, que finalmente pagaron la salida y el costo de mi nacimiento.
Por eso puedo decir, a diferencia de Groucho Marx, no solo que nací a muy corta edad, sino que desde que salí del vientre y durante los tres primeros días de mi vida estuve “empeñado”, con todo y madre, como garantía de pago.

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