Mauricio Ramírez – El Espíritu del Pacto de Ochomogo: hacia un nuevo acuerdo nacional
Precisamente, en estos momentos es donde más importante se vuelve el comprender patriótica e inteligentemente nuestra historia, y en la misma medida, leer con detalle los acontecimientos únicos que permitieron a un país como Costa Rica, tener la gran bendición de poder contar orgullosamente, con un provenir erigido entre todas las fuerzas vivas que en su ocasión se encontraban al frente de la toma de decisiones estratégicas para el futuro de sus compatriotas.
Mauricio Ramírez Núñez, Académico.
Un país no puede de ninguna manera olvidar su historia, ni mucho menos, dejar de lado de dónde viene y cómo constituyó las bases de su destino. Sería algo así, como pensar que un árbol puede sostenerse y crecer fuerte sin sus raíces. La vida de una patria descansa no solamente en los calores de la coyuntura o las circunstancias de un presente muchas veces carente de rumbo, visión y liderazgo, por el contrario, lo hace en la grandeza eterna e imborrable de su historia, conciencia y tradición. No en vano, cada cultura es una rica síntesis de diversidad, cosmovisiones y filosofías, formas todas, de expresar la voluntad de vivir en el tejar del tiempo.
De la misma manera que una persona construye su identidad a partir de sus experiencias, circunstancias y condiciones, así la forjan los pueblos. Por ello, cuando una persona se “sale del camino” o sufre una crisis existencial, el retorno a lo que le trae certezas y le permite identificarse consigo misma nuevamente se torna indispensable. Los tiempos actuales son densos y complejos, llenos de retos, tienden a confundir, dividir y desorientar, no existe nación que escape a esta realidad objetiva, o no pase por dificultades derivadas de las grandes tendencias geopolíticas, económicas y ambientales de nuestros días.
Precisamente, en estos momentos es donde más importante se vuelve el comprender patriótica e inteligentemente nuestra historia, y en la misma medida, leer con detalle los acontecimientos únicos que permitieron a un país como Costa Rica, tener la gran bendición de poder contar orgullosamente, con un provenir erigido entre todas las fuerzas vivas que en su ocasión se encontraban al frente de la toma de decisiones estratégicas para el futuro de sus compatriotas.
El Pacto de Ochomogo de 1948 entre José Figueres Ferrer, acompañado por el Padre Benjamín Núñez, y Manuel Mora Valverde, con la compañía de Carlos Luis Fallas (Calufa), es en la historia de Costa Rica, el mejor ejemplo de ello. No solamente fue un acuerdo entre contendientes para ponerle fin a la guerra civil por la que atravesaba el país, sino que representa los más altos y nobles valores de altruismo, amor patrio, principios y espíritu de diálogo. Siempre con la mejor intención de derribar diferencias para abrir las ventanas a una vasta transformación de la sociedad costarricense en aquella época.
Esta proeza es un faro de inagotable sabiduría, lecciones políticas, hidalguía y humildad. Mostró realmente la verdadera vía costarricense; donde los grandes consensos, a pesar de las diferencias, pueden hacerse realidad, si se da prioridad al país y no a los intereses particulares o personales. El contexto geopolítico de ese gran pacto no era menos sencillo que hoy, la Guerra Fría iniciaba con gran fuerza y el mundo entraba en una dinámica en la cual, obligaba a estar en uno u otro bando. Costa Rica, a pesar de todo esto, tuvo la capacidad de superar esa visión binaria y se atrevió a desafiar la lógica de los tiempos; sus líderes contaron con la madurez política y la sensatez de pensar en una dirección donde la justicia social, el crecimiento económico y el bien-vivir de las personas, fuese el objetivo primordial de todo esfuerzo llevado a cabo.
Hoy, setenta y dos años después de aquel acto heroico digno de Homero, nuestro país se encuentra nuevamente en una profunda crisis de carácter existencial, dentro de un contexto internacional que cambia a una velocidad inimaginable, con pocas certezas y muchas preguntas sobre el futuro. Ahora más que nunca, el Espíritu de Ochomogo vuelve a brillar con vigor para guiarnos, como una persona que retoma sus raíces para reinventarse y salir adelante con optimismo, valentía y ganas de hacer las cosas.
Se vuelve a acercar el momento de construir un nuevo pacto social, de innovar saliéndose de los viejos esquemas y visualizando con especial énfasis el bienestar de toda Costa Rica, muy por encima de las palabras y las etiquetas. Nos encontramos en una década decisiva para la humanidad entera, la articulación de esfuerzos entre todos los actores de la sociedad pasa a ser imperativo en la lucha contra la desigualdad y los graves efectos que el cambio climático traerá consigo.
Iniciar la segunda década del siglo XXI debe movernos a recuperar ese espíritu de diálogo para fijar así con ayuda de las lecciones de nuestro pasado, las bases sólidas del futuro, retomando una vez más esa ruta costarricense, solidaria, humanista, democrática y pacífica. Contamos con la brújula, definamos el derrotero y caminemos con entusiasmo, sin miedo y con mucha alegría, porque en nuestras manos reposa la grata responsabilidad de abrir espacio al futuro, así como, de honrar la memoria de quienes dieron todo por esta hermosa patria, su gente y su bienestar.
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