Miguel Fajardo Korea, Premio Nacional de Educación Mauro Fernández
Del libro: Litoral de sed
Antes de la ceniza
Las palabras tienen su voluntad,
sueñan contigo
para desterrar el engaño.
Las palabras imploran al asesino
para no morir
sin la certeza de su verdad.
Escapan
del pecho nuboso
contra el grito en la vergüenza.
Las palabras se vuelven grafitis,
antes de caer en el borrador de la ceniza.
Solo queríamos significados
con la fuerza de tus manos,
el nombre olvido
como silabarios incómodos
en el desamparo del reino.
Solo anhelábamos
piedad en los adjetivos
-si te lanzaban al patíbulo-,
justamente,
cuando la memoria
estaba acordándose de vos.
Tu pecho nunca será condena
La lluvia como el recuerdo
de los amaneceres sin vos;
luna fresca
cuando se aleja el día,
antes de la oscuridad.
Descifrás las heridas
en el universo desigual
de las preguntas.
Me gustan los claveles
alrededor de tu cuerpo.
La llamada de tus latidos
antes de lanzarse al mar,
detrás de tu sed,
por alcanzarnos.
Tu pecho nunca será condena
para mi abrazo latinoamericano
en los límites de sus fronteras
también indignadas.
El caracol de Tortuguero
Una sola lluvia
convoca en Tortuguero,
el territorio líquido de la poesía,
rodeado de garzas
sobre la tierra húmeda,
en la memoria de la palabra,
en la conciencia inviolable,
mar adentro,
atravesados por altos árboles
cada nada de los años.
Una sola esperanza
nos reúne en
la Casa de Poesía
en Tortuguero.
La onomatopeya
de las olas del sol,
cuando rompen
desde el silencio enfebrecido.
Las habitaciones
son custodiadas por barcazas
en el muelle donde
se amarran los sueños de la piedra,
el horizonte del fuego en el desamparo.
Todos los ideales en diversas facetas,
donde convergen territorios sin fronteras.
Cerramos las manos
en el nacimiento de las flores
que dejan crecer el poema
en el caracol de Tortuguero.
No hay distancia sobre el agua,
las palmeras se elevan,
cual montaña de pan
para reverdecer el camino
donde habla el poema.
El paisaje en Tortuguero
es una esperanza de siempre.
Mañana es hoy
en las palabras sin lágrimas
de cada caminante.
El muellecito deja escuchar
el vaivén de todos los horizontes.
Acaso Ulises navegó estas rutas;
acaso el Atlántico aloja un reino
amante de la errancia
cual Ítaca en el Caribe.
Una sola lluvia,
como islas íntimas
sin el sol del Atlántico,
cual viajero de la existencia.
Alzamos los poemas,
caminamos bajo la lluvia,
vemos el crecimiento del río
y sus canales,
como esplendor entre la casa.
Todo se sostiene en el Caracol,
en nombre del mar,
en el caudal del tiempo,
en la esperanza crecida del poema
con las persistentes aguas embravecidas.
Tortuguero es esencia
y en cada filón de mar
estás vos, o yo,
juntos,
porque otro poema es un relámpago
de semillas sin nacionalidades,
para clamar por la solidaridad
humana y por la vida sin fronteras,
desde la poesía sin amarras,
con el Festival Internacional
de Poesía de Costa Rica (FIPCR).
En libertad.
Cielo de Panajachel
Los volcanes guardan ceniza
porque los zapatos de la memoria
conocen la ruta sin desviarse
a los cementerios multicolores
que avivan la muerte como naufragio.
¿Nos hemos enquistado en el tiempo!
El altiplano es otro latido
donde quedó el mundo de allá.
Caminamos a medio cielo,
cuando divisamos a Sololá,
en ruta a Panajachel,
poblado hacia las olas
que redirige a Santiago Atitlán,
en travesía matinal contra la espuma.
Desde el catamarán Thevia,
cruzamos el imponente lago de Atitlán.
Atl: agua; titlan: entre;
entre las aguas, con 128 km2,
el lago que admiró Aldous Huxley.
Su extensión de agua contenida,
desde el alba hasta el silencio,
es un acento de leyenda
con los vientos Xocomil:
los fuertes vientos del lago al mediodía.
Santiago Atitlán es un encumbrado pueblecito
que resguarda su identidad indígena,
pero la globalización arriba en botes.
Antigua fue fundada el 10-3-1543.
El tiempo marcha desvistiéndose,
sin dejar que se marche el ayer
con su solemnidad de lluvia.
Antigua es religiosa.
Su cernida expresión
se absorbe entre los aromas
con aserrín de colores,
mirria e incienso;
arena, flores y verduras;
panes, frutas y follajes;
que testimonian la tradición
con el rito de las alfombras centenarias
durante la Semana Mayor.
Su imaginería es un legado
contra los itinerarios de la devastación.
Sus majestuosos altares
testimonian el arte popular
en su esplendor telúrico,
que defiende la fe
con el corazón del orbe maya.
Visito Antigua:
primera capital centroamericana
para revivir la nostalgia,
con sus vetustas calles empedradas
y acabados arquitectónicos
que resisten el ojo del olvido,
como Patrimonio de la Humanidad.
Antigua es sol a medio incendio,
una parte del reino maya,
el origen de lo colonial,
con atajos empedrados
para defender sus conventos,
sus tejidos,
su artesanía,
o el jade primitivo de la furia resistida.
Sus collares nunca están desangelados.
Antigua: ciudad que detiene el tiempo
para defender su identidad indígena,
con el sol maya a medio cielo,
como un reino sin caídas,
donde nunca se conspira
contra la herencia del huipil.
MIGUEL FAJARDO. Guanacaste, Costa Rica. Lic. Español, Lingüística y Literatura. Vicepresidente Centro Literario de Guanacaste. Académico emérito (MEP/UNA). Premios: Nacional de Educación Mauro Fernández; Omar Dengo; Promoción y Difusión Cultural. Ha publicado 30 libros en Costa Rica, España, República Dominicana, Panamá y Chile. Delegado de Costa Rica para el Festival Internacional de Poesía (2022). Coordina la colección “De la Patria por nuestra voluntad, 200 años” para la EUNED. Columnista en medios de prensa. LITORAL DE LA SED fue publicado por el Festival Internacional de Poesía de Costa Rica, 2022.
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