Editorial: Mitote

Los viejos no quieren volver a creer y los más jóvenes experimentan el escepticismo lógico ante nuestras acciones en el mundo que les hemos terminado heredando

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Este era un término náhuatl usado por los toltecas , mencionado también por  Miguel Ruiz el autor del libro Los cuatro acuerdos,  para definir de esta forma a un tumulto o un estado de confusión. Usando prestado este concepto nos atreveríamos a afirmar que en Costa Rica está experimentando su propio e inmenso ¨mitote¨ . Comparable este con la especie de agitación o revuelta; un espectáculo circense, del que participan empresarios, políticos, sindicalistas, comunicadores, opinólogos y redes sociales. Más allá lejos del ruido y la confusión  se encuentra el ciudadano común, quien  no sabe exactamente que es lo que está ocurriendo, aunque sí tiene claro que a su alrededor las cosas no funcionan y su  calidad de vida continúa en franco deterioro. Ante su mirada escéptica se dan circunstancias que no le permiten a este ciudadano, vislumbrar un futuro promisorio,  como ocurría hace unas cuantas décadas.

Y es que en la Costa Rica actual,  la desconfianza, la poca transparencia, el señalamiento y la incredulidad así como la búsqueda de culpables y la ausencia de propuestas innovadoras constituye el pan de lo cotidiano. Al  mismo tiempo se debilita la institucionalidad y los liderazgos efectivos lucen cada vez más escasos. No hay manera que la sociedad costarricense consiga ubicarse en el centro de la tormenta; ese sitio de paz momentánea necesario para poder continuar.

Lo que se ha acumulado a granel es el escepticismo y la desesperanza. La verdad es que no hemos podido en las últimas décadas trazar la ruta que permita al país salir de su mitote. Y no se trata en realidad de un plan fiscal, o de resolver el problema de los taxistas, o los serios problemas de infraestructura que experimenta Costa Rica, o de llenar de policías el medio para garantizarnos alguna sensación de  falsa seguridad. De lo que se trata en realidad es de cómo restablecer la confianza, la transparencia, la actitud colectiva que permita a las personas con criterio de mancomunidad,  cumplir con las aspiraciones que hoy se encuentran diezmadas en los escombros de la mezquindad y la soberbia.

No existen indicios en el actual estado de cosas que nos haga sentir optimistas en cuanto entrarle a estos temas que están en el fondo de todas nuestras desgracias. Los viejos no quieren volver a creer y los más jóvenes experimentan el escepticismo lógico ante nuestras acciones en el mundo que les hemos terminado heredando. Todo lo que en realidad se necesita es una bocanada de aire puro, de honestidad, de fe en nosotros mismos y de la confianza necesaria para volver a creer.  Sin embargo no hay opción, o volvemos a creer y confiar o  nos hundimos. Esta barcaza colectiva nos carga a todos por igual y nada cuesta volver a creer, vale la pena, pero el cambio de actitud es imperativo. No hay opción.

 

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