
Luko Hilje Quirós, (luko@ice.co.cr).
Viernes 21 de marzo de 1856. Día curioso, de un año curioso, bisiesto. Pero ya es casi medianoche aquí en Liberia, Guanacaste, donde está el Cuartel General en Marcha -así se le denomina de manera oficial-, y en el que acampan las fatigadas tropas del Ejército Expedicionario.
Además, hoy fue día de equinoccio, pues el sol se ubicó exactamente perpendicular a la línea ecuatorial, para dar paso al inicio de la primavera en el hemisferio norte. Y, como estamos a un poquito más de 10 grados de latitud norte, también nuestro clima se ve favorecido. Aunque lo cierto es que ya tenemos semanas y semanas de disfrutar de esta eterna primavera tropical, de cielos azulísimos aquí en la bajura guanacasteca, sobre los que relucen el amarillo y rosado intensos de los cortezamarillos y roblesabanas, en plenitica floración.
Todavía no hay malinches -esos de Madagascar, y que llaman flamboyanes en el Caribe-, pero alguien ya los soltará por aquí para aumentar -¡cuánta gula de color!- el esplendor de estos lares. Y que un día inspiren a un tal Aníbal Reni -en realidad, Eulogio Porras- y coterráneo de Juan Santamaría, ese pícaro que anda por ahí fregando a medio mundo, si no con su bullicioso redoblante, sí con sus bromas de buen alajuelense. Sí. Que un día lo inspire a cantar: “Sale el sol por la linda llanura / bajo el cielo de limpio cristal; / luce el bello amatista del roble / y el malinche de rojo coral”. Y que, con los ojos y el alma colmados de crepúsculos veraniegos, culmine diciendo: “Luego viene la tarde divina / y el contorno se mira sangrar; / hay marimbas que treman lejanas / y la pampa se vuelve inmortal”.
Noche de campamento. Pero no una noche más, ni una noche cualquiera. No, no. Porque con el arrebato de luz y colores del embriagador crepúsculo de hoy, en el horizonte emergió tempranera y gigantesca la luna llena, más bien llenísima, soberbiamente refulgente sobre el campamento. Es decir, equinoccio, plenilunio y Viernes Santo juntos. ¡Curiosa conjunción! Muy curiosa.
Noche de campamento. Pero la más alegre que hemos vivido desde que saliéramos de la capital hace dos semanas, atravesando tan ásperos caminos y bajo tan abrasador sol. Pero… ¡es tanta la alegría, más la incesante celebración con abrazos y cantos, a pesar de la fatiga!
¡Si lo supieran allá en San José, y también en las cabeceras de provincia, en cada poblado, en cada casa! ¡Ay… si lo supieran! Y especialmente hoy, cuando tanto ritual de la Semana Santa rememora la pasión de Jesucristo -en la última cena y la traición de Judas, la captura en el huerto de los olivos, el trágico vía crucis y la fatal crucifixión-, sobre todo en las procesiones de ayer y de hoy. Entre incienso, luto, letanías, sordo traqueteo de matracas, densamente lúgubre música y pavor… mucho pavor, allá estarán compungidas las madres, esposas, hermanas, e incluso hijos e hijas, evocándonos en su abandono y orando a toda hora por los ausentes, por todos nosotros, pero confiando en que regresaremos sanos y salvos y, sobre todo, con la libertad en nuestras manos.
Pero no hay manera de que lo sepan. El correo es muy lento, inevitablemente, y pasarán varios días para que allá se enteren de lo acontecido aquí ayer. El propio don Juanito no lo supo sino a las dos y media de la madrugada, a pesar de que la batalla ocurrió cerca de las cuatro de la tarde la víspera. Su hermano José Joaquín le mandó un breve parte, que los mensajeros pudieron traer relativamente rápido gracias a la luz de la hermosa luna de anoche, casi tan grande y radiante como la de hoy.
¡Imagínense su sobresalto cuando los centinelas lo despertaron, así a media madrugada, sin saber qué había ocurrido! Y sus manos trémulas sosteniendo ese pedazo de papel, con el mensaje escueto pero de tan profundo significado, leyendo y releyendo lo más importante: “…he batido y derrotado completamente a cuatrocientos filibusteros que habían tomado posesión de esta hacienda”. ¡¡¡Extraordinario…!!! Y, más aún, “Nuestro ejército peleó con tanto valor y denuedo, que el ataque, que fue a la bayoneta, solamente duró catorce minutos”. ¡Estos son los míos! ¡Aquí está el feliz resultado! ¡Valió la pena tanto esfuerzo! ¡No podía ser mejor!
Bueno… tal vez sí lo pudo haber sido. De haber sabido que los filibusteros eran apenas 300 o 400 y que acamparían en la hacienda Santa Rosa -conocida como la palma de la mano por el general Mora, pues perteneció a su suegro-, de seguro que los 2500 combatientes acantonados aquí en Liberia los habríamos acabado en poco tiempo. Pero no habríamos podido capturar a su cabecilla William Walker, pues delegó esta misión en el despiadado Louis Schlessinger, quien estaba con sangre en el ojo -al igual que su jefe Walker- por la forma en que don Juanito ordenó expulsarlo de Puntarenas de inmediato, hace exactamente un mes, cuando llegó en truculenta misión diplomática.
Es que en el arte bélico la “inteligencia” puede a veces ser más valiosa o útil que las armas mismas. Nos faltó información. Aunque ya la noche del lunes 17, el dueño de la hacienda Sapoá, asustado había venido a contarnos que el país había sido invadido. Por eso fue atinada la decisión de enviar esa columna de 680 hombres a cargo del general Mora -hombre inteligente, astuto y valiente-, pero ignorando dónde estaban exactamente los filibusteros, para enfrentarlos.
Ya llegarán más partes de guerra, pormenorizando lo acontecido. Pero los mensajeros ya nos adelantaron algunas cosas. Dicen que todo era alegría en las tropas. Que aquello parecía una fiesta y no una batalla. Desde el propio miércoles 19, cuando salieron muy temprano de aquí, cuentan que a media mañana al capellán Manuel Basco se le ocurrió recordarles que era el día de San José, santo patrono de capital, y entonces estalló una gran gritería, pues la mayoría de esa tropa proviene de allá. ¡Qué ganas tenían de defender nuestra patria! Y, cuando tras pernoctar en la hacienda El Pelón y recorrer los llanos de El Coyol se confirmó que los malvados estaban en Santa Rosa, todos querían írseles encima, para acabar con ellos de una sola vez.
Me duelen muchísimo los 20 que murieron. A casi todos los conocí. Confío en que los 31 heridos pronto sanarán, con tan buenos médicos que tenemos. Pero no saben cuánta pena siento por los capitanes Manuel Quirós y José María Gutiérrez. Dicen que, de la contentera por pelear, a Quirós le picaban las manos por dirigir la artillería, y entonces Mora le dijo que lo hiciera. En esas murió, como un valiente y, poco antes de expirar, confiado dijo a su tropa: “Entren ustedes”.
Pero Gutiérrez no tenía por qué morir, pues ya el asunto estaba prácticamente resuelto y ganado. Es que, ¡qué raro!, hace días tenía el presagio de que moriría en esa batalla y hasta se lo dijo a varios compañeros, de manera reiterada. Y, más bien, por atacar cuando ya no había necesidad, descuidó su estratégico flanco en el cerrito Santa Rosa -que dicen que está detrás de la casona-, y por ahí escaparon casi 250 de esos cobardes, que prefirieron huir, porque no son más que mercenarios y vividores, que lo quieren todo facilito.
Pues… sí. Hoy es Viernes Santo y ahorita contemplo esta cautivadora luna llena, con mi corazón turbado por esta rara mezcla de dolor por los muertos y de júbilo por nuestro triunfo. Sé que siempre habrá lunas, y confío en que también siempre habrá patria. Porque la patria debe ser tan inmortal como esta pampa -un día lo escribirá así Reni-, eso sí, dependiendo de que haya quienes la defiendan con el mismo coraje y alegría con que se hizo ayer por la tarde en Santa Rosa.
Informa-tico, 24-III-08
Del mismo autor le podría interesar:
Comentarios