Hemos estado pendientes de lo que acontece en Las Carolinas en Estados Unidos. Trata de un huracán anunciado, como tantos y semejante a otros eventuales peligros naturales que sabemos existen y nos hacen tener esa curiosa deducción que no importa lo que hagamos siempre nos van a golpear de algún modo. La idea es inevitablemente prepararse para amortiguar. Ya sabemos que la naturaleza tiene formas extraordinarias de manifestarse y darnos lecciones. Nos obliga a organizarnos, nos ayuda a a tomar medidas y asumir un comportamiento colectivo; necesario para hacer frente a la adversidad superior…
La pregunta capital sin embargo es cómo hacer frente a un Florence que nosotros mismos hemos construido con nuestras propias manos, mediante la acción propia; sea por negligencia, por interés, por egoísmo, por conveniencia, o por indiferencia. Cómo detener el torbellino construido por la colectividad inconsciente que se fundamenta en la naturaleza pragmática y despiadada de la individualidad material. Su impacto y consecuencias podrían a la postre ser más devastadores económica y socialmente hablando, que el anunciado desastre natural; los cuales dicho sea de paso, llevan también quizás en su intangible armazón, alguna huella de inconsciencia e irresponsabilidad humanas.
Y lo que estamos viviendo hoy en el país trata de este tipo de huracán o desastre que hemos venido forjando sistemáticamente, a vista y paciencia de la tolerancia personal y colectiva, de la agrupación gradual de intereses mezquinos, de políticos necios y políticas erradas, de la postergación inútil de decisiones necesarias. Por eso al umbral del desastre, lejos de comportarnos cuando estamos frente a una eventual catástrofe natural (trabajando en equipo sin distingos de ninguna especie para contrarrestar), nos convertimos cada quien en pedacitos de artificial ventisca o gota de tsunami, para la construcción de una fuerza negativa que funciona como profecía autocumplidora, cuyo objetivo es asegurar que el desastre alcance su devastador cometido.
Cuan difícil se hace llegar a comprender que el drama de la sociedad costarricense en las actuales circunstancias y posiblemente de la aldea global, está vinculado al tejido de menores pero fuertes intereses sectoriales o parciales, los cuales poseen la fuerza suficiente para generar el torbellino que termina envolviendo a la colectividad y amenazándola. En el centro del huracán, como ocurre en eso que llamamos su ojo, quedan gentes nobles y trabajadoras, la ciudadanía tan honesta como vulnerable, las gentes cuyo límite lo constituyen las paredes del torbellino arrasador.
Tiene que darse el momento más temprano que tarde, cuando nos percatemos que podemos construir con la misma capacidad que se posee para destruir, que se puede evitar llegar a esos puntos de inflexión con alguna pizca de sensatez, compasión y desprendimiento y mediante la construcción colectiva responsable. Lo contrario es suicidio colectivo por cuanto de no hacerlo quedamos expuestos a los dos tipos de desastres: al externo y al interno. Vaya dilema el de la insensatez y vanidad humana.
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