Orlando Morales: La cultura del feísmo en Costa Rica

 Aclaración necesaria:  no es que por ignorancia  se promueva el feísmo, sino que esta manifestación de ignorar la belleza en sus múltiples manifestaciones y ya pareciera ser un rasgo cultural del costarricense.

Orlando Morales Matamoros.

Con mucha frecuencia se habla de la crisis en los valores éticos y en la necesidad de controlar las variadas formas de corrupción, lo cual es necesario y ante lo cual ha de ser una lucha contínua y  sin cuartel dado el barro humano de que estamos hechos.  Sin embargo, poco se habla de la pobreza de las manifestaciones estéticas tanto en espacios urbanos como rurales, lo que constituye –por extensión de la crítica artística y literaria-  con lo que se llamaría el feísmo en la cultura social del costarricense, que en nuestro casos es indiferencia o falta de apreciación de la belleza.  Todos los que a menudo transitamos por la carretera de  circunvalación, sobre todo al sur, se  observa no solo un montazal con predominio de gramíneas sino grandes acúmulos de basura, en lo que posiblemente se planeó como una jardinera central divisoria de las calles.  ¡Cómo puede ser posible tanto desperdicio de espacio libre y creativo y tanta inmundicia acumulada por los vecinos!

Mi primer recuerdo del esmero con que se adorna una ciudad fue en 1965, cuando joven estudiante de posgrado en New Orleans, vi  con sorpresa como buena parte de Canal Street, la tierra era removida al entrar la primavera, para plantar macizos de tulipanes multicolores. Es usual en muchas ciudades de todos los continentes, la presencia de parques y jardines urbanos que por estos lares no sólo son pocos, muy pequeños y  con escaso mantenimiento.  Antaño costó agregar al  lema de combate de “la Sabana para el Deporte”,  la palabra “Recreación”, cual es un fin primario de los parques urbanos, para disfrute de todos.  Sin  embargo, echo de menos los jardines y me pregunto, ¿cómo es posible que a pesar del buen clima, en los alrededores del Santuario de la Virgen de los Ángeles en Cartago, no haya jardines, si a pocos kilómetros al norte están las rosas más bonitas en Llano Grande. Pero igual sucede en otras iglesias y en Escuelas y Colegios:  simplemente son casi inexistentes espacios  “con flores y no solo enzacatados” han de estar siempre presentes y bien cuidados, sobre todo en instituciones de enseñanza.

Mi primera experiencia como educador fue en el Liceo de San José, en Barrio México,  allá en marzo  de 1963:  tenía jardines bien cuidados y adornados con rosales y este aspecto estético se reflejaba en la limpieza y orden en las aulas, disciplina y estudio de los alumnos.   No volví a verlo en otros colegios, excepto en algunos de tipo agropecuario y cuidados sin mayor esmero.

Me contaba un amigo profesor de la UCR, que la entrada a Miramar desde Cuatro Cruces le causó una agradable impresión, ver muchos jardines con abundantes veraneras multicolores y los cercados con frutales: mangos, naranjas, marañones.  Bueno, esto se terminó al acabarse con el  siglo, el buen gusto campesino por los jardines y los frutales y el orgullo de mantener un frente-a-calle bien arregladito.

Seguro que muchos de Uds. recuerdan que la carretera Vara Blanca- Cinchona se propuso como ruta escénica y que el aumento de la visitación fuera un  agente dinamizador de la economía luego de los trágicos temblores. El clima de altura, sería  apto para ciertos cultivos florales, pero la modorra del tico y el ejercicio del   feísmo anularon tan agradable idea.  Pero la falta de jardines se observa en muchas áreas “verdes” de escuelas y colegios, de edificios públicos e instituciones privadas.  Como miembro del Consejo Director de la Escuela Centroamericana de Ganadería a finales del siglo pasado, propuse una vez que el recorrido desde Concepción (Río Grande) de Atenas a Escobal donde se localizan los edificios de la ECAG, estuviera bordeado de árboles que florecen en el verano y que darían a ese recorrido una paleta vegetal de variadas tonalidades de amarillos, rosas y morados de diferentes árboles en la floración de la estación seca.  Creo que algunos miembros ni se enteraron de la interesante idea y  algo parecido  ocurrió cuando en una excursión de visita a nuevos edificios en zonas rurales de la UNED, expresara en el seno del Consejo Universitario, la necesidad de que en los predios se sembraran plantas autóctonas y que tal iniciativa podría extenderse a todo el sector público, exigida  mediante decreto ejecutivo.   En esos tiempos la belleza natural siempre se consideró algo así como un accesorio secundario y por tanto innecesario y así se perdió otra oportunidad de incidir en la estética natural.

Pero hay un caso que amerita ser comentado, respecto a rutas turísticas.  Me correspondió a finales de mi entrenamiento posdoctoral en la Universidad de California en San Francisco, recorrer la ruta recreativa al Sur,  hasta la Península de Monterrey, para asistir  a conferencias de cierre de curso. Pues inspirado en la belleza del recorrido,  en un par de ocasiones visité la Municipalidad de Alajuela con la propuesta de convertir tres carreteras al oeste y confluyentes en La Garita, en rutas turísticas, sin ningún resultado.  Me imagino que al no ser propuestas de beneficio personal para los señores munícipes, tal idea carecía de interés.

Las carreteras a que hago referencia son: 1) Calle Jardín a la Garita, que es la más transitada y convertida ya en muchos tramos en parqueos comerciales, en vez  de jardines  a la orilla de la calle pública. 2) Calle del Coyol, la cual  nace en el humilde histórico monumento del Pacto del Jocote. La conocí de muchacho como un camino rústico y con cercados de piedra. Me dicen que los vagoneteros cargaron la piedra y desaparecieron el registro histórico, mientras que otros vecinos corrieron la cerca “hacia afuera” para agrandar la propiedad.  3) Calle de los Llanos, fue la más antigua ruta que era continuación de aquella que pasaba por el hoy ruinoso Puente de Mulas en San Antonio de Belén, en ruta hacia La Garita.  Pero lo más serio de todo es que  los vecinos han ido estrangulando la vía, por no decir robándose la propiedad del estado y así ha perdido su atractivo original de la amplitud y antiguas zonas verdes.  Todas convergían hacia la antigua Aduana de La Garita, hoy en ruinas, descuidadas y tal parece, dentro de una propiedad privada…. porque la historia patria parece interesarle a casi nadie.

Pero en el puente colonial de piedra en la Garita sobre el Río Grande, de los pocos que quedan, alguien tuvo la peregrina idea de remover los bordes originales de piedra que le daban señoría y sin mucho pensarlo además le pusieron una carpeta asfáltica, rompiendo así el añejo encanto de su pretérita historia. El colmo es que desde este punto y tomando rumbo norte y ascendiendo una elevada colina donde la calle corría en zig-zag, los vecinos simplemente desaparecieron ese espacio de  la antigua carretera antes de entrar a  Los Angeles de Atenas. En breve, se robaron parte de la más antigua  ruta del café hacia Puntarenas y …. nadie se dio cuenta.  Igual ha sucedido con la antiquísima Calle del Arreo, que era un medio de comunicación terrestre desde Guanacaste a Puntarenas, y en buena parte hoy desaparecido por la ambición territorial de los vecinos. En todos estos casos, hay un doble pecado ciudadano :  unos por  comisión y otros por omisión.  Pero el destino de viejas rutas ferroviarias ha sido parecido:  se robaron los rieles y  después la vía del ferrocarril  la incorporaron a propiedades colindantes.  En un interesante viaje con un grupo de la UNED pudimos constatar que en las cercanías de Peralta de Turrialba la  vía con todo y rieles ha desaparecido. Sin embargo quedaron restos del patio de  maniobras y del edificio de que otrora fue de una activa estación del tren.  El túnel del ferrocarril todavía sigue en pie por la sencilla razón que no se puede robar “un hueco en la montaña”.

Pero aquí no acaba mi crítica hacia la pobreza estética.  Cuando bajo por la antigua cuesta de Moras hacia el Museo de Jade en San José, evito mirar hacia la derecha, porque esa fría mole de concreto que se asemeja a un fuerte con minúsculas ventanillas como almenas, en un país que se supone cálido y amistoso, más bien refleja frialdad y rechazo.  Nada peor para albergar a la Asamblea Legislativa que un cubo de concreto en vez de una estructura luminosa inspiradora para nuestros representantes de la patria. El diseño en arquitectura es el arte de unir la funcionalidad con la belleza, con el goce estético, como lo diría el celebrado arquitecto brasileño ya fallecido, Oscar Niemeyer: “Nada del ángulo recto me atrae, ni la línea recta, dura e inflexible, creada por el hombre. Lo que me atrae es la  curva libre y  sensual… de curvas generosas y espacios abiertos”.  Si, sobre todo de mente abierta.

Veo que sobre la avenida segunda se hacen dos grandes remodelaciones,  cerca del Teatro Nacional, la del Banco Popular y la de la CCSS y mucho me temo que de nuevo tendremos megacajones institucionales. Allí veremos como la estática ingenieril predomina sobre la estética funcional, en ausencia de mecanismos de  inteligencia artificial y falta del diseño paisajista de edificio verde. Quedo a la espera,  pero dejo casada la apuesta.

Aclaración necesaria:  no es que por ignorancia  se promueva el feísmo, sino que esta manifestación de ignorar la belleza en sus múltiples manifestaciones y ya pareciera ser un rasgo cultural del costarricense.

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