Óscar Álvarez: San Pablo

Tal parece que ni Pedro ni Pablo consideran la posibilidad de que los reyes o los gobernadores se aparten en algún momento del bien, sean corruptos, o que en algún asunto, simplemente se equivoquen o cometan alguna injusticia.

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Óscar Álvarez ArayaPolitólogo (Ph.D.)

Judío de los fariseos nacido en Tarso, cerca de Antioquía. Después de perseguir a los cristianos dice haber recibido un llamado espiritual que lo bota de su caballo, camino de Damasco, y a partir de entonces se convierte al cristianismo; es un converso. Nace entre los años 5 y 10 d. de C. en Tarso de Cilicia. Su formación intelectual proviene del judaísmo y de la cultura grecorromana. Es incluso ciudadano de Roma. A Pablo se le considera el intelectual organizador de la Iglesia de los seguidores de Jesús. Es el primero en predicar el Evangelio dentro de los gentiles, y le otorga al cristianismo una proyección universal.

En cuanto a sus ideas con repercusión política, San Pablo predica la igualdad en Cristo de todos los seres humanos: «Ya no hay diferencia entre judío y griego, entre esclavo y hombre libre; no se hace diferencia entre hombre y mujer, pues todos ustedes son uno sólo en Cristo Jesús» (Gálatas: 3,28).

También promueve la armonía social: «Vivan en armonía unos con otros» (Romanos: 12, 16). Y la paz: «Hagan todo lo posible, en cuanto de ustedes dependa, para vivir en paz con todos» (Romanos: 12,18)

Promulga con fervor la tesis de que toda autoridad viene de Dios y es deber del cristiano obedecerla: Como escribió en Romanos 13,1: «Cada uno en esta vida debe someterse a las autoridades. Pues no hay autoridad que no venga de Dios, y los cargos públicos existen por voluntad de Dios».

Aunque este célebre concepto paulino viene a contradecir otros pasajes del Nuevo Testamento en los que se afirma que «los reinos de este mundo están al servicio del demonio, quien los da a quienes le sirven» (Lucas 4,5-7) y (Juan 12, 31).

El que se rebela contra la autoridad política (continúa Pablo con su tesis) se rebela contra Dios: «Por lo tanto, el que se opone a la autoridad se rebela contra un decreto de Dios y tendrá que responder por esa rebeldía» (Romanos 13,2).

El hombre de bien puede confiar en las autoridades políticas, pues éstas solo están para castigar con sus armas a los malhechores:

No hay que temer a las autoridades cuando se obra bien, pero sí cuando se obra mal. ¿Quieres vivir sin tener miedo a las autoridades? Pórtate bien y te felicitarán. Han recibido de Dios la misión de llevarte al bien. Y si te portas mal, témelas, pues no tienen las armas sin razón. También tienen misión de Dios para castigar a los malhechores (Romanos 13,3-4).

Y finalmente dice: «Es necesario obedecer no por miedo, sino en conciencia» (Romanos 13,5).

Si Jesús había dicho, «Mi Reino no es de este mundo» y «Hay que dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios», separando el Reino de Dios de los reinos políticos y manteniéndose en el camino de Dios, aunque pagando impuestos al César, ahora Pablo afirma que la autoridad de todos los reinos de este mundo proviene de Dios y debe ser obedecida. En fin, que los Reinos de este mundo también son de Dios.

De la postura apolítica de Jesús se pasa al sometimiento absoluto a las autoridades políticas, suponiendo san Pablo que esas autoridades y Reyes no solo vienen de Dios, sino que siempre actúan en favor del bien. La postura parece «cándida» desde el punto de vista de nuestra época y por supuesto esencialmente conservadora y autoritaria. A partir de este concepto paulino de la autoridad, todos los críticos, rebeldes o incluso reformadores de cualquier orden político por más perverso que sea, pasan a ser clasificados en las filas de los malhechores y serán castigados con las armas de los poderosos que no tienen solamente las armas sino una legitimidad que viene de Dios. Pablo desconoce en su tesis los derechos de los ciudadanos ante la autoridad política.

En honor a la verdad, ya san Pedro, el primer Papa, había escrito sobre el tema preparando el terreno para la tesis paulina. En la Primera Carta de Pedro 2,13-14 afirma: «Sométanse a toda autoridad humana por causa del Señor: al Rey, porque tiene el mando; a los gobernadores, porque él los envía para castigar a los que obran mal y para animar a los que obran bien».

Tal parece que ni Pedro ni Pablo consideran la posibilidad de que los reyes o los gobernadores se aparten en algún momento del bien, sean corruptos, o que en algún asunto, simplemente se equivoquen o cometan alguna injusticia.

La tesis paulina sobre la autoridad (sin olvidar que Pablo era ciudadano de Roma) parece ser la más adecuada para tranquilizar a las autoridades del Imperio Romano que veían en los primeros cristianos a una secta peligrosamente revolucionaria en materia ética y religiosa.

Sin embargo, también conviene recordar otro antecedente de la tesis paulina en el pensamiento del mismo Jesús. Efectivamente, mientras Poncio Pilatos lo juzgaba antes de enviarle a crucificar, Jesús le dijo: «Tú no tendrías ningún poder sobre mí si no lo hubieras recibido de lo Alto». (Juan 19, 11). Es decir que para Jesús el poder político que tenía Poncio Pilatos como representante del César provenía de lo Alto, sin especificar si del demonio o de Dios.

San Pablo fallece en Roma entre los años 58 y 67.

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