Pablo Barahona: ¡Jamás votaría!

Pablo Barahona KrügerAbogado

De todas las cosas buenas que tiene la vida, la variedad es, sin duda, una de ellas. Pero también es cierto que, ante la dispersión de opciones electorales, la atención de un electorado golpeado y asqueado, se diluye, e incluso, se retira.

Por tanto, nunca como hoy, hacen falta faros, guías, mojones y bastiones. En fin, que hacen falta límites cercanos, más que horizontes lejanos que no mueven las hormonas de una credulidad ciudadana galvanizada ante la engañosa retórica tradicional. Cercar el ruedo o marcar la cancha. En suma: ¡ser realistas! O lo que es igual: ser congruentes.

Y siendo obvia mi elección para este febrero, probablemente frío, me adentro en la profundidad de mis propios límites. Es decir, en aquellos parangones o parámetros que, por dialéctica, me enfilaron donde estoy, sin pasiones, pero, sobre todo, huyendo a las contradicciones. Sin arribismos ni otro cálculo que no fuera el futuro de mi país; de su gente y su cultura. ¡Mi gente y mi cultura!

Así que hoy, vengo a compartir -para el que quiera leer sin venenos ni aprensiones- mi “no voto”. Es decir: mis límites electorales. Que, de paso, son también mis fronteras éticas. Aquello que jamás cohonestaría ni costearía. Eso que no soy ni aspiro a ser. Eso que he rechazado y combatiré hasta su erradicación. ¡Siempre!

Jamás votaría por alguien que huyó, para no dar explicaciones. Que espero la prescripción, anclado a otra nacionalidad. Traicionando, así, la suya. Menos, sin saber aún, si renunció a su doble nacionalidad antes de insistir en esta nueva aspiración, en mi sano criterio: rayana en la necedad. O, si “por las moscas”, aún la conserva como un mal habido pasaporte hacia una futura y potencial, nueva impunidad. 

No pondría mi voto ahí, mientras esa impunidad -lograda a punta de prescripción- sea tan ominosa como insultante, al resultar de un argumento, típicamente leguleyo, para quienes, siendo juristas, sabemos que toda prescripción, es renunciable. 

Tampoco votaría por quien se sube en los hombros de una sombra. La sombra de un caudillo. Mucho menos si, esa “historia para todos”, es más bien, una “historia para bobos”. Una “antihistoria”, que deberíamos reescribir, los no tan tontos. Precisamente, para que los demás, dejen de hacerse los brutos.

Menos, daría mi voto, sabiendo que el cierre del tren supuso una huella de carbono de millones de viajes de camiones diésel, jalando las cargas pesadas por todo el país desde 1995. Misma huella que hoy dicen tener presente -y hasta combatir- desde aviones que, con el solo viaje de una persona, ida y vuelta a Reino Unido (sede de la última COP), equivale a la huella de carbono mensual, de una familia de clase media, compuesta por cinco miembros.

Y pese a saber que me estoy quedando corto, cierro diciendo que jamás votaría por alguien cuyo sentido de renovación y democracia interna, pasa por privilegiar a candidatos diputadiles que son: el hermano de, la hija de, el papa de o el asesor de. 

Esas verdades, son elefantiásicas. No son minúscula escritas al pie. Así que, el que no ve venir el choque de trenes, las contradicciones palmarias y las imposturas evidentes, es porque: o su cálculo no se lo permite o su estreches solo rima con su miopía.  Sin descartar el cinismo, como una buena y plausible opción.

Porque de verdad que hay que ser muy, pero muy “caradura”, para pensar que de esta crisis económica, salimos con los mismos economistas que la crearon. O que de esta debacle sociopolítica, nos levantamos con los mismos consultores, asesores y políticos, que construyeron, pieza a pieza, semejante cadalso de incivilidad.

En otras filas, tampoco votaría por aquellos que no se comprometen más allá de un “jingle” facilón o un slogan prefabricado. Con ella no, definitivamente, no. Porque esa política del cálculo y la pose, es la que nos postró como país. Esa mañosa forma de capearse el tiro y procrastinar, siempre, en vez de enfrentar y decir verdad, que es lo que la ciudadanía espera y merece, es la que nos tiene castrados, como Nación. 

Definitivamente no, con quien porta en su fórmula presidencial, un horizonte, no tan positivo. 

No iría mi voto, jamás, para alguien que, tributando de malentendidas diferencias de género, elevan la inutilidad de quien toda la vida ha sido navegante de agua dulce (lo cual está mal, siendo hombre o mujer, da igual), al parangón de: “presidenciable”. 

De ninguna manera para quien, cuando pudo, dejó que nombraran a sus familiares más cercanos, en direcciones, presidencias ejecutivas y consulados del circuito diplomático Revlon. ¡Y eso que apenas era subalterna de un presidente permisivo! Cuestión de imaginarla como la “mera-mera”.

En fin, que no votaría por esa fórmula bipartita, nunca más. No, cuando han sido las dos alas (PLUSC) de ese mismo pájaro (PAC), al que tan cómplicemente le han sostenido el vuelo durante ocho años. Prestándole ministros, presidentes ejecutivos, consultores, asesores y hasta cedido todas las armas el control político más elemental hasta en las más despóticas repúblicas. En fin, que en Venezuela y Nicaragua ha habido más oposición y más crítica, que aquí, en estos últimos ocho años.  ¡Y eso se cobra! O debería cobarse, al menos. 

Sin soslayar que tampoco votaría por ningún mercader de la fe. No desde que me parece, de lo más innoble, apelar a la sensibilidad de la gente. Mucho menos a lo más sagrado, que es la fe, mancillando ese altar de la vida personal, con la política sucia del cálculo, el manoseo y las prebendas. No si, además, las hojas de vida impiden disimular tanta mediocridad y su brevísima historia política, tanta mendacidad. 

Tampoco aconsejaría peligrosos giros a la izquierda, con tan malos asocios internacionales y tanto teórico impráctico, regentando sus filas. Porque son, casi tan tóxicos, como la agenda excluyente de una corrosiva derecha que, contradictoriamente, combate lo público, al tiempo que aspira a copar todas sus instancias. Habremos de suponer que, para entregarlas luego, al mejor postor. Ambas tesis (la zurda o la diestra), con cálculos populistas y conexiones internacionales que, más que aleccionadoras, resultan terroríficas y premonitorias para todos aquellos que no solemos pasar los días, piropeándonos el ombligo. 

Desde hace más de veinte años, combato esos gabinetes y fracciones gansteriles. Instancias lúgubres que, como extensiones que son de tales partidos políticos, depositan todas sus esperanzas de nuevos mandatos, en que la gente no se entere. No sepa de las coimas a la prensa, embaladas en sobre de “pauta”, vía presupuestos públicos. Omertá, la de esas facciones, que le apuesta a que los ciudadanos tampoco se percaten de las “partidas específicas”, que siguen vivitas y coleando, para que un diputado este contento por aquí o una diputada se coma la línea por allá. Mucho menos se percaten “los mortales”, del lobby de las farmacéuticas y quimiqueras que hoy tienen a los agricultores pagando clavos de oro por un quintal de abono o un galón de insecticida. Por no hablar del precio insolente de las medicinas, cortesía de esa misma fuente corruptora. Que mucho menos noten en “la calle” o “el campo”, que las cooperativas más grandes -perdidas en su laberinto y sin norte, hace tiempo, además, volcadas sobre sí mismas, en vez de permanecer al verdadero servicio de sus socios y comunidades- también sostienen un statu quo, inmoralmente subvertido. Es más; casi incestuoso. ¡Caníbal! Ya ni decir del cartel bancario o la industria importadora automotriz. Todos, más que menos, perpetuadores de ese ciclo político donde se financian campañas, para asegurar después, los contratos y la impunidad. 

Finalmente, no votaría, jamás, por nadie asociado a esas mismas facciones -léase: que tengan todavía la “cáscara” de hacerse llamar “partidos”-, que no solo no han invertido nunca en formación política, pese a que la ley se los ordena, sino que, además, votaron en esta última asamblea legislativa, por un “regresivísimo” plan fiscal, que terminó de lanzar a la informalidad a casi un millón de costarricenses en edad productiva, está quebrando la educación pública y los programas sociales más esenciales, y como para terminarla de hacer: mandaron a archivar un dictamen que sugería que la CCSS está quebrando y se permitía recomendaciones serias, para salvarla. 

Niego mi confianza cívica a todos aquellos que hoy se entregan plácidamente, tanto desde la izquierda como desde la derecha, a la billetera condicionante de la banca privada, para financiar sus campañas. Fosa común en la que se lanzaron casi todos ya.

“Ni a palos” les depositaría la confianza, que porta todo voto, si fueron, esos mismos, los que integraron comisiones netamente legislativas (en vez de mixtas, como sugerí oportunamente) para autodiagnosticarse como clase política, en su propio dilema y cáncer terminal: el narco y los carteles de corrupción asociados a diputados, ministros, alcaldes, excandidatos presidenciales y un largo etcétera, que desaconseja con pasmosa evidencia, por quienes, en definitiva, por mínima ética y el más llano sentido común: ¡Jamás votaría!

Y por quienes, abrigo aún la esperanza, la inmensa mayoría de costarricenses de bien, tampoco votaría. ¡Jamás!

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