Pablo Chaverri: Juegos Olímpicos y exclusión social

No me opongo al deporte de élite, de hecho me gusta verlo, pero sobre lo que trato de llamar la atención es en cuanto a lo fácil en que una admiración ingenua y acrítica por las élites nos podría llevar a ignorar injusticias estructurales y reproducir prejuicios aporofóbicos, que operan como justificadores de tales inequidades.

Pablo Chaverri Chaves, Científico Cognitivo.

¿Recuerda la excelente película coreana llamada “Parásitos”, ganadora de varios premios Óscar en 2019? Esta película refleja muy bien parte de la amplitud e implicaciones de la desigualdad en esa sociedad, al mostrar los grandes contrastes en las condiciones de vida entre la clase alta y la clase baja. Pues resulta que no muy lejos de ahí, en la vecina Japón, mientras se desarrollan los Juegos Olímpicos, a los “parásitos” de Tokio parece que les están tratando muy mal y buscando esconderles para que no “afeen” este magno evento. Según un reportaje de la BBC, las autoridades de Tokio persiguen, acosan, quitan sus cosas y piden a los indigentes que se escondan. Pero el sol no se puede tapar con un dedo y la realidad de la indigencia en ciudades altamente desarrolladas como esta refleja una de las grandes paradojas del mundo moderno: se cuenta con recursos suficientes para alimentar varias veces a la población planetaria, se pueden construir infraestructuras y tecnologías asombrosas, pero muchísimas personas, que incluso viven junto a esta gran opulencia, no logran condiciones de vida digna mínimas ni el respeto básico de sus derechos fundamentales.

Los juegos olímpicos rinden homenaje a lo más excelso de las capacidades atléticas humanas, pero detrás de ellos se esconden grandes injusticias para muchos que no tienen esas condiciones excepcionales y resultan excluidos e invisibilizados por sus sociedades, en un proceso que la filósofa española Adela Cortina ha llamado aporofobia. Detrás de la celebración de la perfección en el desempeño físico podría esconderse el desprecio a aquello que no cumpla con altos estándares de virtuosismo, estética, refinación, fortaleza, vigor, agilidad, velocidad, técnica y capacidad. La verdad es que la amplísima mayoría de los mortales estamos muy lejos de siquiera acercarnos al desempeño de las y los atletas olímpicos, que por ejemplo son capaces de correr una maratón en poco más de dos horas, nadar 50 metros en cerca de 20 segundos, o correr 100 metros en menos de 10 segundos; genuinas proezas de las que incluso los aficionados regulares están muy lejos.

En mi opinión, nadie puede ser plenamente exitoso en un mundo injusto y desigual. Mientras haya personas pasando hambre y enfermedades prevenibles en muchísimas partes de un mundo con enorme capacidad productiva, no podremos llamarnos “exitosos” ni como individuos y menos como sociedad. Al contrario, estos hechos inhumanos de exclusión son muestra de fracaso y requieren cambios estructurales en la pésima forma en que nuestro mundo distribuye la riqueza, donde un puñado de hombres (varios de ellos más preocupados por viajar al espacio que por cualquier otra cosa) poseen más riqueza que media humanidad entera.

¿Es esto justo? Claramente no y podemos cambiarlo si tomamos consciencia de esta grave problemática y presionamos a las autoridades para que se tomen las medidas adecuadas y se cambien las reglas que hagan viable un mundo donde quepamos todos y todas, naturaleza incluida. No me refiero a medidas de limosna pasajera, sino a transformaciones más profundas, como el ingreso mínimo vital, la renta básica universal, los impuestos progresivos a las grandes riquezas y el cambio de una visión centrada en la “reducción” de la pobreza, a una orientada a su erradicación. La capacidad industrial mundial puede producir lo suficiente para alimentar a toda la población y todos los días se desperdician toneladas de alimentos, mientras que al mismo tiempo se calcula que cada cinco segundos muere un niño por causas prevenibles. ¿No es esta una de las paradojas más grandes de nuestro tiempo?

No me opongo al deporte de élite, de hecho me gusta verlo, pero sobre lo que trato de llamar la atención es en cuanto a lo fácil en que una admiración ingenua y acrítica por las élites nos podría llevar a ignorar injusticias estructurales y reproducir prejuicios aporofóbicos, que operan como justificadores de tales inequidades. El hecho de que muchos no vean problema es los obscenos montos que devengan los deportistas de élite y los dueños de sus clubes, mientras millones de habitantes que trabajan más horas que estos no alcancen ni siquiera una renta que les libre del hambre, es motivo de preocupación, porque entonces el problema no es solo la desigualdad, sino también la actitud con la que se la asume, naturaliza y legitima.

¿Cómo ocurre esto? Una hipótesis plausible es la de un tipo de sesgo cognitivo llamado el Error Fundamental de Atribución, que consiste en “explicar” el comportamiento de otros por sus disposiciones e intenciones individuales, invisibilizando la influencia de su contexto social y sus circunstancias particulares de vida. Curiosamente, cuando juzgamos nuestros propios fallos, operamos justo al contrario: ponemos mayor énfasis en las circunstancias que nos rodean y minimizamos la propia responsabilidad personal. Es decir, somos mucho más duros para juzgar la desgracia ajena que la propia, y esto nos puede llevar a ser reproductores de desigualdades e injusticias sociales, porque si descontamos el papel del contexto, fácilmente podríamos pensar: “el que quiere puede”, y en consecuencia: “el que es pobre es porque así lo quiere” (Chaverri, 2013).

Pero no es así, el contexto importa mucho y nuestra posición en la estratificación social determina en importante medida nuestras condiciones de vida y nuestras posibilidades de desarrollo, desde nuestra alimentación, familia y crianza, hasta nuestra vivienda, recreación y educación. Como lo demostró una investigación que hicimos sobre el desempeño educativo y el índice de desarrollo social (González et al, 2020), existe una fuerte asociación entre resultados deficientes en pruebas académicas estandarizadas y condiciones socioeconómicas insuficientes en la vida del estudiante, lo que podría explicarse como el efecto acumulativo de las diversas carencias ambientales, materiales, sanitarias, nutricionales, familiares, sociales, económicas y culturales, que en su conjunto imponen un pesado freno sobre el desarrollo de las capacidades personales.

Como decía Ortega y Gasset “yo soy yo y mis circunstancias”, de modo que nadie puede ser exitoso en la vida de forma completamente individual. De hecho, el ser humano es el más social de los mamíferos y por tanto el más dependiente de los demás y de la sociedad en la que vive. Entonces, no me opongo a que aplaudamos a los extraordinarios atletas que logran grandes cosas, sino a que pretendamos juzgar a todas las personas con la misma barra. Simplemente no es justo y si lo pudiéramos reconocer colectivamente, seguramente podríamos avanzar mucho más hacia la construcción de sociedades más equitativas, uno de los mayores retos de nuestra época.

Referencias

Chaverri, P. (2013). Percepción del Trabajo Infantil en estudiantes adolescentes de educación secundaria pública en la provincia de Heredia, Costa Rica: atribuciones situacionales y disposicionales. Informe de investigación, INEINA-UNA. https://www.researchgate.net/publication/344312659_Percepcion_del_Trabajo_Infantil_en_estudiantes_adolescentes_de_educacion_secundaria_publica_en_la_provincia_de_Heredia_Costa_Rica_atribuciones_situacionales_y_disposicionales

González-Alvarado, F., Acosta-Ballestero, I., Artavia-Aguilar, C. V., Calderón-Ramírez, G., Chaverri-Chaves, P., Cruz-Arroyo, E., Ramírez-González, A., Rodríguez-Pineda, M., & Solano-Alpízar, J. (2020). Hallazgos principales de la investigación 13-096-19: Balance crítico de las Pruebas Nacionales de Bachillerato en Educación Media como instrumento de certificación del conocimiento del estudiantado”. Revista Electrónica Educare, 24(1), 1-24. https://doi.org/10.15359/ree.24-1.13.


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