Pablo Chaverri: La religión es un sistema de creencias anacrónico

En suma: deja la religión, abraza la razón y conviértete en una mejor persona para ti mismo y para la sociedad. Sí se puede, el primer paso es atreverte a cuestionar lo que te impusieron tus padres como dogma de fe incuestionable.

Pablo Chaverri Chaves, Científico Cognitivo.

Ciertamente, la religión cumplió un rol importante en el paleolítico y en el neolítico, para que nuestros ancestros dieran sentido a todo lo que pasaba y no entendían, y para que mantuvieran identidad, cohesión y cooperación, que son factores clave en nuestra sobrevivencia y evolución como especie, aunque también al precio de realizar actos nocivos para tal sobrevivencia (por ejemplo, sacrificar inocentes, descuidar tareas importantes, o cometer errores creyendo todo lo que un chamán imaginaba).

Presumiblemente, en el pasado lejano del paleolítico, nuestros ancestros comenzaban a preguntarse qué eran y por qué ocurrían los fenómenos complejos que observaban, tales como terremotos, huracanes, erupciones o relámpagos, que podían incluso matar a muchos de ellos, y frente a los cuales no tenían ninguna explicación. Además, comenzaban a mostrar comportamientos rituales para enterrar a sus muertos, colocando, por ejemplo, objetos simbólicos y herramientas junto al cuerpo fallecido, lo que sugiere algún tipo de creencia trascendental y, posiblemente, los inicios de la creencia en lo que hoy llamamos alma.

Por otra parte, también en el paleolítico, empezaron a crear no solo pinturas y figuras que representaban elementos de su realidad (tales como las personas, los animales o la cacería), sino que además crearon imágenes de seres inexistentes, como por ejemplo cuerpos humanos con cabeza de otro animal, lo que podría reflejar los inicios de la capacidad de crear ficciones, es decir, de crear relatos con personajes y situaciones ficticias, que posiblemente habrían dado paso a los primeros mitos sobre el propio origen.

Estas creencias mágicas primigenias sentarían las bases de lo que hoy conocemos como religión, que tomaría un lugar cada vez más central conforme los grupos humanos iban creciendo en tamaño y complejidad, lo que se vería sustentado en los inicios del neolítico, con los comienzos de la agricultura, que permitió el paso del nomadismo al sedentarismo, y con ello la expansión de los grupos humanos del orden de las decenas de integrantes al de las centenas, donde ya no era posible conocer personalmente a cada integrante del grupo, por lo que se habrían potenciado las necesidades de identificación a un nivel más abstracto, con señales, símbolos y, presumiblemente, la creencia compartida en espíritus que representaban simbólicamente al grupo y serían facilitadores de la confianza intragrupal y la cooperación a mayor escala.

Si bien estas creencias fueron claves en aquellas épocas para facilitar la construcción de estructuras sociales más grandes y sofisticadas, también lo es que hoy son anacrónicas e incluso disfuncionales, cuando vemos, por ejemplo, la forma en que la religión sirve de caballo de batalla para grupos como los antivacunas, los terraplanistas, los anticiencia, los teocráticos o los ultraconservadores, que pueden llegar a poner en peligro sus propias vidas o las de otras personas, por ejemplo, al impedir tratamientos médicos probados en sí mismos o familiares, u oponerse a avances en Derechos Humanos por motivos religiosos.

Sin embargo, hoy que la ciencia y la tecnología han avanzado sustancialmente, y que los Estados de Derecho han logrado enormes avances en el bienestar y libertades de sus ciudadanos, no hay ninguna justificación racional para seguir manteniendo creencias mágicas en amigos invisibles con súper poderes para dar sentido y explicar lo que ocurre. Por ejemplo, en lugar de interpretar un relámpago, un terremoto o un tsunami como el enojo de un dios, podemos entenderlos como fenómenos naturales enteramente explicables en términos físicos, al punto de llegar a ser relativamente predecibles y poderse tomar medidas bastante eficaces para prevenir sus efectos negativos.

Como demostró el reconocido científico social Ronald Inglehart, los países menos religiosos muestran hoy los mayores niveles de desarrollo humano, junto a menores indicadores de violencia, pobreza y corrupción, mientras que los países más religiosos tienden a ser los más atrasados en estos aspectos, mostrando altos niveles de corrupción, violencia, criminalidad, inestabilidad, desigualdad y conflictividad.

Esto resulta comprensible en la medida en que las democracias avanzadas requieren altos niveles de conocimiento y racionalidad para organizarse, tomar decisiones, administrar recursos y proveer a sus habitantes de altos niveles de bienestar como realización de derechos que no basta con declarar formalmente y deben contar con respuestas oportunas, eficientes y eficaces, en poblaciones con niveles educativos altos, cada vez más difíciles de engañar por los rituales de un sacerdote, un chamán o un pastor.

En consecuencia, la religión se convierte en una pesada carga que nos mantiene parcialmente encadenados a una forma de pensamiento primitivo, que implica el desperdicio de valiosos recursos cognitivos que, en ausencia del lastre religioso, podríamos emplear de maneras mucho más productivas y provechosas a nivel individual como a nivel colectivo.

Por lo tanto, si quieres superarte, mi consejo es, deja de perder tu tiempo pensando en amigos invisibles y en su lugar inviértelo en actividades más beneficiosas, como por ejemplo, en estudiar ciencias, desarrollar tu inteligencia y buscar soluciones prácticas a problemas reales.

En suma: deja la religión, abraza la razón y conviértete en una mejor persona para ti mismo y para la sociedad. Sí se puede, el primer paso es atreverte a cuestionar lo que te impusieron tus padres como dogma de fe incuestionable. Adelante, no tengas miedo, tienes mucho que ganar y la vida es muy corta como para desaprovecharla concentrándose y viviendo en función de fantasmas y fantasías primitivas y anacrónicas.

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