Pablo Chaverri: Religión, desarrollo y democracia

Cuando una persona se libra de la necesidad de un "padre celestial", estaría menos regida por la idea de un gobernador absoluto y más dispuesta a aceptar sistemas de gobierno más democrático, donde hay más espacio para políticas que promueven la equidad y el bien común.

Pablo Chaverri Chaves, Científico Cognitivo.

Ante las noticias sobre el aumento de no creyentes religiosos, es frecuente escuchar opiniones del tipo: “un país sin dios no puede ir bien”, “solo agarrado de dios puede un gobernante hacer bien su trabajo”, o como dijo recientemente un obispo en Costa Rica, afirmando que quienes promueven el Estado laico son ignorantes. ¿Llevan razón estas opiniones? Si esto fuera así, entonces: ¿por qué los países menos creyentes viven mejor que los países más creyentes?

Por ejemplo, una de las regiones más ateas del mundo es Europa del norte, donde también están los niveles más altos de desarrollo humano, igualdad y bienestar en general. Más bien, parece ser al contrario de estas opiniones, pues entre más desarrollo humano tiene una sociedad, menos creyente se vuelve su población. Estas correlaciones negativas entre religiosidad y desarrollo han sido analizadas en detalle por el reconocido investigador Ronald Inglehart (Inglehart, 2021; Inglehart, 2018), quien explica que las sociedades más religiosas, también tienden a ser más violentas, más vulnerables, más autoritarias y más corruptas. Parece ser que cuando las personas experimentan altos niveles de inseguridad existencial, tienden también a aferrarse más a la religión. Mientras que cuando tienen más control sobre su vida y su futuro, tienden a necesitar menos de la creencia en deidades que les ayuden con sus problemas (Inglehart, 2017).

Por el contrario, entre más creyente una sociedad, más dispuesta estaría a aceptar el autoritarismo, posiblemente porque sus habitantes sienten la necesidad de tener “un solo dios en el cielo, un solo emperador en la tierra”, como decía Constantino, el emperador romano que fundó las bases del cristianismo como la religión del imperio (Nixey, 2017).

Cuando una persona se libra de la necesidad de un “padre celestial”, estaría menos regida por la idea de un gobernador absoluto y más dispuesta a aceptar sistemas de gobierno más democrático, donde hay más espacio para políticas que promueven la equidad y el bien común.

En cambio, las actitudes de sometimiento y obediencia ciega a la autoridad son más propias de los regímenes teocráticos y colectivistas, donde se promueve el sometimiento del individuo al grupo, se aceptan pasivamente las jerarquías, las divisiones de clases y las relaciones de poder, que tienden a aumentar la desigualdad de poder político y de recursos económicos (Chaverri Chaves & Fernández Sedano, 2022).

Posiblemente, una de las mejores formas para cambiar esta tendencia al autoritarismo, es por medio de una socialización para la vida democrática en el contexto de necesidades materiales y sociales bien atendidas, basada en derechos y responsabilidades razonables, donde la deliberación, el diálogo y el debate respetuoso son procesos consustanciales a la toma de decisiones, que deberían hacerse con base en la mejor evidencia disponible y nunca con falacias de autoridad, pues en ellas se asume que la verdad es poseída por quienes tienen más poder. Nada más alejado de la realidad, pues tener poder y tener la razón no son lo mismo.

Por lo anterior, para el avance de la democratización de la vida política, económica y social, son necesarios el pensamiento crítico, la duda, el escepticismo, la racionalidad, el cuestionamiento y la cientificidad, porque desde estas actitudes epistémicas (es decir, actitudes con respecto a cómo se construye el conocimiento) no se acepta a priori que las mejores decisiones provengan del mero hecho de detentar una posición de poder, sino del conocimiento y la experiencia comprobados, es decir sometidos a sistemas de verificación rigurosos y transparentes. Esto lleva a entender a los sistemas de gobierno y a los gobernantes como estructuras para facilitar el manejo de los problemas y decisiones complejas con base en análisis, conocimiento y deliberación, y ya no como detentores a priori de las soluciones a todos los problemas.

Entonces: ¿por qué la religión es negativa para la democracia y el desarrollo? Porque la religión asume a priori ser la verdad y conocer cómo resolver cada problema por “revelación” (iluminación divina). Esto es un error garrafal que se ve claramente en los regímenes teocráticos, que son la negación de la democracia, porque asumen que, si ya se conoce la verdad de cada asunto a priori por “iluminación divina”, entonces: ¿qué necesidad hay de escuchar a las diferentes partes involucradas en cada problema?

Por todo lo anterior, entre menos falacias de autoridad, mejor para la democracia y el desarrollo. Entre menos religión, más espacio para la democracia y el desarrollo humano en todas sus dimensiones.

 

Referencias
Chaverri Chaves, P., & Fernández Sedano, I. (2022). Desigualdad y estratificación socioeconómica en relación con el individualismo y el colectivismo cultural: Una discusión teórica de su construcción desde la psicología social. Revista Virtual Universidad Católica del Norte, 67, 324-364. https://doi.org/10.35575/rvucn.n67a13
Inglehart, R. F. (2017). Evolutionary Modernization Theory: Why People’s Motivations are Changing. Changing Societies & Personalities, 1(2), 136-151. https://doi.org/10.15826/csp.2017.1.2.010
Inglehart, R. F. (2018). Cultural Evolution: People’s Motivations are Changing, and Reshaping the World (1.a ed.). Cambridge University Press. https://doi.org/10.1017/9781108613880
Inglehart, R. F. (2021). Religion’s Sudden Decline: What’s Causing it, and What Comes Next? (1.a ed.). Oxford University Press. https://doi.org/10.1093/oso/9780197547045.001.0001
Nixey, C. (2017). The darkening age: The Christian destruction of the Classical world (First paperback edition). Pan Books.

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