Pablo Chaverri: Religión y malestar
Posiblemente, la religión dificulta a los países más pobres el mejorar su situación, porque, de cierta forma, los postra y entumece intelectualmente.
Pablo Chaverri Chaves, Científico Cognitivo.
Las sociedades con mayor bienestar tienden a ser más ateas y entre mejor nivel poseen, más ateas podrían volverse, posiblemente porque disponen de más herramientas, tecnología y comodidades, que las hacen menos dependientes de la esperanza en la ayuda proveniente de seres sobrenaturales, así como disponen de una mejor educación para cuestionar la confianza en creencias mágicas (Inglehart, 2018). Por ejemplo, ante un dolor agudo, una persona en un país más desarrollado tiene mayores probabilidades de conseguir un medicamento eficaz, lo cual la lleva a confiar en la ciencia médica.
En cambio, las sociedades con mayor malestar son más creyentes religiosas y entre peor viven, más podrían aferrarse a sus creencias mágicas y mitológicas en busca de esperanza, posiblemente como un mecanismo para reducir el estrés y el sufrimiento, aunque tales creencias sean completamente imaginarias, precisamente porque la realidad concreta que experimentan es insegura, difícil, hostil, angustiante y dolorosa (Sapolsky, 2017). Por ejemplo, siguiendo con el caso del dolor agudo, una persona en un país poco desarrollado tiene menores probabilidades de conseguir un medicamento eficaz, lo cual la haría buscar otra clase de “respuestas”, tales como un chamán, un curandero o, incluso, un líder religioso.
En mi opinión, este fenómeno de conexión entre malestar y creencia religiosa genera un efecto de trampa para las sociedades menos desarrolladas, porque precisamente cuando más necesitan su inteligencia y razonamiento para resolver sus problemas, más se aferran al pensamiento mágico e irracional de la religión, lo que las mantendría atadas al subdesarrollo. Lamentablemente, parece ser que cuando las personas se enfrentan a situaciones de carencia y pobreza, sus habilidades cognitivas tienden a mostrar un desempeño menor (Mani et al., 2013), lo cual es paradójico, porque significa que sus recursos mentales más valiosos no parecen estar allí precisamente cuando más se les necesita (Lawson et al., 2018).
Posiblemente, la religión dificulta a los países más pobres el mejorar su situación, porque, de cierta forma, los postra y entumece intelectualmente.
Por ejemplo, como explica Inglehart (2018), las sociedades menos desarrolladas, en medio de su mayor angustia existencial, tienden a volverse más defensoras de una moralidad que enfatiza en controlar la fertilidad de la mujer y en adversar todo lo que les parezca contrario a esta, lo cual contribuye a la explosión demográfica, especialmente de las familias más pobres, lo que implica que muy escasos recursos deban distribuirse entre muchas personas, creado esto un efecto de mantenimiento y reproducción intergeneracional de la pobreza. El que las familias más pobres tengan más hijos crea la paradoja de que, precisamente donde se necesitan más recursos para mantener a más personas, estos son más escasos.
Por el contrario, el que las sociedades más desarrolladas y con mayor bienestar sean cada vez menos religiosas, las libera de esta forma de creencia arcaica, falsa y mediocre, pues al desembarazarse de la fe, entonces estarían menos dispuestas a sentirse satisfechas con el pensamiento mágico para responder a sus grandes preguntas (Dawkins, 2008) y en mejores condiciones para desarrollar el pensamiento crítico, la investigación científica, la inteligencia, la observación cuidadosa y rigurosa, la búsqueda de la verdad sin mitos que la frenen y la búsqueda organizada y sistemática de soluciones a sus retos y problemas, sin esperar que un amigo invisible cósmico venga del cielo a resolverlos.
En mi opinión, lo anterior es consistente con la correlación negativa entre religiosidad e inteligencia (Zuckerman et al., 2020), que podría explicarse, en parte, por el hecho de que la religión es un sistema de creencias para ofrecer consuelo y sentido de pertenencia sin tener que pensar mucho al respecto, posiblemente porque la creencia en seres imaginarios poderosos resulta más intuitiva y fácil de aceptar para el cerebro social humano (Dunbar, 2009), que las más complejas explicaciones de carácter analítico y científico de los diferentes fenómenos amenazantes para el ser humano (Shenhav et al., 2011).
Posiblemente, la religión dificulta a los países más pobres el mejorar su situación, porque, de cierta forma, los postra y entumece intelectualmente. En cambio, la ciencia pone de pie y vigoriza a las personas frente al análisis de la realidad, pero requiere condiciones óptimas de educación para poder adquirirla y desplegar su gran potencial.
En mi opinión, es una lástima y un freno al desarrollo la gigantesca cantidad de tiempo y energía que las sociedades (especialmente las menos desarrolladas) malgastan en arrodillarse ante amigos invisibles, en lugar de ponerse de pie y en marcha para pensar y buscar soluciones a sus problemas. La cooperación internacional para el desarrollo debería enfatizar no solamente el mejoramiento puramente económico, sino también el desarrollo humano, prestando más atención al desarrollo del pensamiento analítico y reflexivo, pues será difícil que los países más pobres puedan salir adelante mientras en sus habitantes siga siendo dominante un sistema de creencias arcaico que les hace más conformistas, mediocres y pasivos intelectualmente, precisamente cuando necesitan ser exactamente todo lo contrario.
Referencias
Dawkins, R. (2008). The God delusion. Houghton Mifflin Co.
Dunbar, R. I. M. (2009). The social brain hypothesis and its implications for social evolution. Annals of Human Biology, 36(5), Article 5. https://doi.org/10.1080/03014460902960289
Inglehart, R. F. (2018). Cultural Evolution: People’s Motivations are Changing, and Reshaping the World (1.a ed.). Cambridge University Press. https://doi.org/10.1017/9781108613880
Lawson, G. M., Hook, C. J., & Farah, M. J. (2018). A meta-analysis of the relationship between socioeconomic status and executive function performance among children. Developmental Science, 21(2), e12529. https://doi.org/10.1111/desc.12529
Mani, A., Mullainathan, S., Shafir, E., & Zhao, J. (2013). Poverty Impedes Cognitive Function. Science, 341(6149), 976-980. https://doi.org/10.1126/science.1238041
Sapolsky, R. M. (2017). Behave: The biology of humans at our best and worst. Penguin Press.
Shenhav, A.; Rand, D., & Greene, J. (2011). Divine Intuition: Cognitive Style Influences Belief in God. Journal of Experimental Psychology, 141(3), 423– 428. 10.1037/a0025391
Zuckerman, M., Li, C., Lin, S., & Hall, J. A. (2020). The Negative Intelligence-Religiosity Relation: New and Confirming Evidence. Personality & social psychology bulletin, 46(6), 856–868. https://doi.org/10.1177/0146167219879122
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