Eliseo Diego: Poesía

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Paul Benavides Vílchez, Sociólogo y escritor.

Eliseo Diego.
(Eliseo de Jesús de Diego y Fernández-Cuervo) poeta cubano nacido en al Ciudad de la Habana, 1920, y fallecido en la Ciudad de México en 1994. De él dijo Alvaro Mutis: ” En la poesía de Eliseo Diego lo que con mayor fuerza me atrae y más hondamente despierta mi admiración es su poder de acercarse a lo cotidiano y simple con palabras de una pureza inaugural, intemporal y originada en las más entrañables corrientes del idioma”.
Después de terminar sus estudios básicos en Ciencias y Letras, se graduó en Pedagogía en la Universidad de La Habana en el año de 1940.Fue miembro fundador del Grupo Orígenes, en cuya revista dio a conocer su poesía y algunos cuentos y textos en prosa. Enseñó literatura inglesa y norteamericana en Casa de las Américas y ocupó el cargo de responsable del Departamento de Literatura y Narraciones Infantiles de la Biblioteca Nacional José Martí hasta 1970. Realizó traducciones y versiones de las más importantes figuras de la literatura infantil en el mundo y fue redactor de la Revista Unión de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba. En 1986 obtuvo el Premio Nacional de Literatura por el conjunto de su obra; en 1988 y 1989, el Premio de la Crítica y en 1993 el Premio Internacional de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo.
Obra poética:

«En la Calzada de Jesús del Monte» 1949, «Por los extraños pueblos» 1958, «El oscuro esplendor» 1966,
«Libro de las maravillas de Boloña» 1967, «Versiones» 1970, «Los días de tu vida» 1977, «A través de mi espejo» 1981,
«Inventario de asombros» 1982, «Veintiséis poemas recientes» 1986, «Soñar despierto» 1988, «Cuatro de Oros» 1990,
«En otro reino frágil» 1999, «Aquí he vivido» 2000 y «Poemas al margen» en el año 2000.

Datos biográficos en Amediavoz

 

MI ROSTRO
Como un extraño mi rostro se sorprende
cuando lo encuentro fugaz en los espejos,
sus labios tiemblan con angustioso dejo
como de infancia que cierta noche aprende
los hacinados terrores del payaso.
Teme saberme tiniebla recubierto
de piel tan solo, el instrumento incierto
donde mi nombre suena sordo. Acaso
si en el retablo lejano que desdoro
estas mis cejas nocturnas elocuentes
en las diversas especies del azoro,
el hondo surco, esta nariz sepiente
vieran al centro de mi pausado coro
quién el tambor del pecho dobla hiriente.
TESTAMENTO
Habiendo llegado al tiempo en que
la penumbra ya no me consuela más
y me apocan los presagios pequeños;
habiendo llegado a este tiempo;
y como las heces del café
abren de pronto ahora para mí
sus redondas bocas amargas;
habiendo llegado a este tiempo;
y perdida ya toda esperanza de
algún merecido ascenso, de
ver el manar sereno de la sombra;
y no poseyendo más que este tiempo;
no poseyendo más, en fin,
que mi memoria de las noches y
su vibrante delicadeza enorme;
no poseyendo más
entre cielo y tierra que
mi memoria, que este tiempo;
decido hacer mi testamento.
Es este:
les dejo
el tiempo, todo el tiempo.
VOY A NOMBRAR LAS COSAS
Voy a nombrar las cosas, los sonoros
altos que ven el festejar del viento,
los portales profundos, las mamparas
cerradas a la sombra y al silencio.
Y el interior sagrado, la penumbra
que surcan los oficios polvorientos,
la madera del hombre, la nocturna
madera de mi cuerpo cuando duermo.
Y la pobreza del lugar, y el polvo
en que testaron las huellas de mi padre,
sitios de piedra decidida y limpia,
despojados de sombra, siempre iguales.
Sin olvidar la compasión del fuego
en la intemperie del solar distante
ni el sacramento gozoso de la lluvia
en el humilde cáliz de mi parque.
Ni el estupendo muro, mediodía,
terso y añil e interminable.
Con la mirada inmóvil del verano
mi cariño sabrá de las veredas
por donde huyen los ávidos domingos
y regresan, ya lunes, cabizbajos.
Y nombraré las cosas, tan despacio
que cuando pierda el Paraíso de mi calle
y mis olvidos me la vuelvan sueño,
pueda llamarla de pronto con el alba.
ODA A LA JOVEN LUZ
En mi país la luz
es mucho más que el tiempo, se demora
con extraña delicia en los contornos
militares de todo, en las reliquias
escuetas del diluvio.
La luz
en mi país resiste a la memoria
como el oro al sudor de la codicia,
perdura entre sí misma, nos ignora
desde su ajeno ser, su transparencia.
Quien corteje a la luz con cintas y tambores
inclinándose aquí y allá según astucia
de una sensualidad arcaica, incalculable,
pierde su tiempo, arguye con las olas
mientras la luz, ensimismada, duerme.
Pues no mira la luz en mi país
las modestas victorias del sentido
ni los finos desastres de la suerte,
sino que se entretiene con hojas, pajarillos,
caracoles, relumbres, hondos verdes.
Y es que ciega la luz en mi país deslumbra
su propio corazón inviolable
sin saber de ganancias ni de pérdidas.
Pura como la sal, intacta, erguida
la casta, demente luz deshoja el tiempo.
NOSTALGIA DE POR LA TARDE
a Bella
El que tenía costumbre de poner las manos
sobre la mesa blanca junto al pan y el agua,
traje rugoso de fervor y alpaca,
y aquella su esperanza filial en los domingos,
ya no conmueve nunca el suave pensamiento de la fronda
con el doblado consejo de su paso.
Y el taciturno banco entre los álamos dormido
y aquel campito hirsuto a quien las lluvias respetaban.
Qué tedio los sepulta como la muerte a los ojos
que no los cruza nunca la bendición de unas palomas,
que tengo que soñarlos, mi amiga, tan despacio
como quien sueña un grave color que nunca viera,
como quien sueña un sueño y eso es todo.
Porque quién vio jamás
pasar al viejecillo
de cándido sombrero bajo el puente
ni al orador sagrado en la colina.
Yo vi al lagarto de liviana sombra
distraerse de pronto entre su sangre,
quedar inmóvil, sí, tumbado,
pesando e incapaz de confundirse ya nunca con la tierra.
(El que tenía costumbre de cruzar las manos
sobre la mesa blanca para mejor mirarnos,
su mueca de morir cuándo la he visto,
su mueca parda).
He visto al pez de indestructible púrpura,
en la mañana arde como criatura perpetua de la llama,
olvida los trabajos mugrientos de su sangre,
yace perfecto y la madera sagrada lo levanta.
Pero quién vio jamás
el ruedo misterioso de tu falda
mientras cortas las rosas en la tarde
ni el roce y la tristeza de la lluvia
como un ajeno llanto por mi cara.
Porque quién vio jamás las cosas que yo amo.

 

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