Roque Dalton: Poesía de la rebelión, poesía del pueblo

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Paul Benavides Vílchez, Sociólogo y escritor.

Roque Dalton

No fue un buen poeta, sino un gran poeta. Su poesía – que es lo que importa – supera las clasificaciones siempre  limitadas que la encasillan en el mero panfleto o en la poesía militante.

Roque Dalton nos ofrece una atravesada por la experimentación constante, en la que está presente la narrativa, el periodismo y los géneros discursivos que se alejan comúnmente de la poesía, ésta mantiene la majestad, la constante que apuesta  por la belleza expresiva, el hondo sentido reflexivo, amoroso y nostálgico.

La ironía y el humor fueron quizá su mayor arma poética en razón de la causa del hombre. Comparto dos poemas, Preparar la próxima hora y El descanso del guerrero que forman parte de libro Taberna y Otros Lugares (1969, Premio Casa de las Américas).

 

 

 


Preparar la próxima hora

[de “Poemas de la última cárcel”]
No querría pensar en el destino. Por alguna razón
lo asocio a olvidados tapices de vergüenza y majestad
donde un rostro impasible (como el de Selassie )
luchase por imponerme una marca eterna. Sólo el aire
absurdo de frío en este mi país-sartén aplaude
hasta llegar al corazón en esta hora. Oh asalto,
oh palabras que ya no pronunciaré igualmente,
sitio de comisiones para los abuelos que regresan.
Esta mañana el vigilante trajo tan sólo sobras
para mí —no ha sufrido, el pobre—
que con la niebla han dado nombre al día.
Son trozos muertos de sal de algún marisco muerto,
tortillas de maíz atacadas con esa vieja furia
sin más lugares tibios que vejar,
restos de un arroz bronco como de tres abanderados soberbios
ocupados en perdonar vidas de corderos y crudas lógicas.
La pared está llena de fechas que cargo zozobrante,
piezas de la fatiga final, desnuda, que gritan y que son peores testigos de algo que ni mis lágrimas borrarían
(el miedo?).
He orado (soy Fausto), me he dado besos en las manos,
me he dicho ancianamente
haciendo rebotar el aliento en un rincón helado de la celda
“pobrecito olvidado, pobrecito,
con la mayor parte de la muerte a tu cargo,
mientras en algún lugar del mundo alguien desnuda bellas armas
o canta himnos de rebelión que sus mujeres prefieren a las joyas
tú escuchas marimbas de miel
después de ser escupido por un déspota de provincia,
sientes el rumor de tus uñas
creciendo contra la piel del zapato,
hueles mal (esto lo ampliaré en otra parte),
tratas de hallar una señal que diga ‘vivirás’
aun en una mariposa o un hato de tempestades…”
Aleluya estricta, bien gritada ante las estrellas imposibles,
qué bella viene de pronto la cólera
filo inmenso, cuánto vales a mi alma,
homenaje a los sacrificados sin bellos puntos finales,
cólera, cólera, oh madre preciosa, justa raíz de sed,
has llegado…
En el patio lejano la luz del sol
será como una gata blanca. ¿Estoy acaso listo
para dejarme ver la cara en la próxima hora del agua?
Sí. Pediré un cigarrillo.

El descanso del guerrero

Los muertos están cada día más indóciles.
Antes era fácil con ellos:
les dábamos un cuello duro una flor
loábamos sus nombres en una larga lista:
que los recintos de la patria
que las sombras notables
que el mármol monstruoso.
El cadáver firmaba en pos de la memoria
iba de nuevo a filas
y marchaba al compás de nuestra vieja música.
Pero qué va
los muertos son otros desde entonces.
Hoy se ponen irónicos
preguntan.
Me parece que caen en la cuenta
de ser cada vez más la mayoría!

 

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