Ricardo Carballo: 200 motivos para una celebración distinta, mas nunca distante

En definitiva, hasta de los peores acontecimientos se pueden extraer lecciones positivas para construir patria en los pequeños detalles, demostrando que, la pandemia, pese a haber sacado lo peor de una minoría escandalosa, también ha puesto de manifiesto el mejor legado que nos ha heredado el bicentenario de la independencia: la calidad y la responsabilidad de nuestra gente.

José Ricardo Carballo Villalobos, Periodista Codirector

Teníamos la mesa servida y de repente, en menos de dos años, se nos derrumbó. Lo que pintaba, al inicio del Gobierno del Bicentenario, como una fiesta multitudinaria que pocas veces o nunca habíamos visto, terminó siendo precisamente eso, pero no en el mejor y más deseable de los sentidos.

Los desfiles, las bandas, los bailes, las bastoneras y demás atractivos propios de una festividad, que se auguraba masiva y jubilosa, han sido sustituidos, por segundo año consecutivo, por conversatorios, conciertos, exposiciones y películas, siempre alusivas a la fecha, pero ideadas para disfrutar vía remota desde la intimidad y seguridad de la casa.

¿Un bicentenario de independencia celebrado sin tan siquiera poder salir tranquilo a encender un farol? Ni el más antipatriota de los aguafiestas se habría atrevido a vaticinar tan aciago escenario para una efeméride de tan alto calibre cívico.

Dándole vueltas al asunto, la verdad es que cuesta pensar en un escenario más negativo. Definitivamente, esta vez, nos pegamos todos los números de la rifa: crisis económica, desempleo, cierres, saturación hospitalaria, corrupción, desgaste mental de la población y, para peores, una campaña electoral que no promete estar muy a la altura de las circunstancias.

Es como tener todo listo para una mega fiesta al aire libre y que, en un santiamén, se venga un tornado que acabe con la decoración, el mobiliario, los bocadillos, y hasta con las ganas de los invitados por asistir.

Algo así estamos viviendo en el aniversario 200 de nuestra querida madre patria. Lo digo no por ser pesimista o amargado, sino porque es nuestra cruda realidad, nos guste o no. Frente a un panorama tan poco halagüeño, cualquiera diría tenemos de todo, menos motivos para celebrar. Y, en parte tendría razón. ¿Una fiesta patria en medio de una crisis -la peor de nuestra historia-, en la que se está muriendo gente y los hospitales ni el personal médico dan abasto?

Pero, bueno, como dicen por ahí, es lo que hay y toca hacerle frente. Por más que no nos guste la decoración, la piñata y el queque, debemos ser partícipes de esta fecha histórica, que estamos llamados a enaltecer como costarricenses orgullosos de su soberanía, independencia y autodeterminación.

Porque si, tras de que el contexto no es el más favorable, le agregamos una actitud apática, displicente y resignada, entonces mejor cancelemos todo y esperemos a ver si el tricentenario nos toma con los astros alineados a nuestro favor y lejos de las siete o más plagas con que nos sorprendieron los 200 años.

Eso sería, sin embargo, asumir una actitud de derrota y victimismo que flaco favor le hace a nuestros héroes de independencia y a los cuatro grandes pilares que, en el marco del Bicentenario, sintetizan los objetivos país al 2030 y el 2050: la Costa Rica histórica; la Costa Rica sana, pacífica y solidaria; la Costa Rica descarbonizada y la Costa Rica capaz.

Por ende, como buenos ticos, que ni siquiera la pandemia nos ha quitado las ganas de festejar, no queda más que hacerle justicia a ese “don de fiesta” que nos distingue y unirnos en la distancia para celebrar dos siglos de preciada libertad, aunque en estos momentos, paradójicamente, es lo que más se nos coarta.

Lo bueno es que, tarde o temprano, la tormenta cesará, dando lugar a un brioso amanecer. Como dicen los filósofos estoicos, esto también pasará (principio de impermanencia). Muchas son las pruebas que hemos superado durante los últimos dos siglos como para pensar que esta –insisto, la más dura de todas- vendrá a derrotarnos así de fácil, sin imponerse nuestro inquebrantable espíritu de lucha y coraje a prueba de guerras civiles, inundaciones, terremotos, fraudes, dictaduras, golpes de Estado…y ahora un virus letal que ha puesto de rodillas al mundo entero.

¿A qué no nos hemos enfrentado los costarricenses desde que se disiparon los nublados del día? Un desgraciado bicho, y todo lo que ha desencadenado, no va a minar las sólidas y longevas bases de nuestra República libre, soberana e independiente.

Es cierto que alteró toda la agenda festiva, impidiéndonos celebrarlo por media calle, entre abrazos, vítores, cánticos y consignas de ¡Viva Costa Rica!, como muchos de nosotros hubiéramos querido. Empero, eso no es justificante para menguar nuestra alegría, entusiasmo y fervor patrio.

No por ser en su mayoría virtual, la agenda de actividades deja de ser variada, amena y apta para el deleite de toda la familia. Puede que resintamos un poco todo aquel sabor y calor que engalanaban las otrora concurridas actividades septembrinas, pero de que hay opciones para celebrarlo en el marco de la nueva normalidad, las hay y por montón.

Aunque sea de larguito, entre mascarillas, alcohol en gel y vacunas, debemos conmemorar nuestros dos siglos de preciada libertad, una conquista que revaloriza las virtudes que nos hacen únicos y especiales: nuestra afianzada democracia y estabilidad política, nuestro derecho –y deber- al sufragio, nuestra amplia y rica biodiversidad, nuestros destinos turísticos, nuestros valores, nuestra cultura, nuestro “pura vida”. ¡Tantas cosas buenas!

No podemos negar que, en medio de múltiples vicisitudes, aún tenemos más de 200 motivos de peso para celebrar. El solo hecho de estar vivos ya es razón suficiente para sentirnos afortunados. Nunca antes la salud había sido un baluarte tan apreciado, al igual que el trabajo, la familia, la comida y demás bendiciones que, en la pre pandemia, no siempre supimos valorar en su justa medida.

Si algo ha hecho la covid-19 es recalibrar nuestra escala de prioridades, tan venida a menos en los últimos años a causa del “corre corree” propio de esta ajetreada y desequilibrada vida cotidiana, en la que habíamos olvidado la importancia de lo simple: una cena en familia, una noche de juegos de mesa, una llamada a un viejo amigo…

En definitiva, hasta de los peores acontecimientos se pueden extraer lecciones positivas para construir patria en los pequeños detalles, demostrando que, la pandemia, pese a haber sacado lo peor de una minoría escandalosa, también ha puesto de manifiesto el mejor legado que nos ha heredado el bicentenario de la independencia: la calidad y la responsabilidad de nuestra gente.

Aquella que acata los protocolos, que es solidaria y empática, que busca ayudar por un genuino sentido altruista y no por un mero interés transaccional, que utiliza la palabra para edificar y no para denigrar, que no necesita mancillar honras ajenas para prosperar, que no se escuda en el anonimato para criticar en redes sociales, que se niega a empuñar el serrucho como arma de defensa ilegítima, que no anda pontificando sobre ética y moral bajo trincheras de cristal, que dice las cosas de frente y sin evasivas, que reconoce y celebra como propios el éxito de sus compatriotas…

¿Que tenemos mucho por solventar? Sin duda. Pero que lo malo no nos haga perder la perspectiva y la dimensión de las virtudes que nos definen y enaltecen a los ojos del mundo. Solo siendo conscientes de ello podremos armarnos de la valentía, fuerza e inspiración para encarar juntos y con pundonor patriótico los complejos retos actuales y futuros de la Costa Rica bicentenaria de la post pandemia.

Hagamos de esta una celebración distinta, mas nunca distante. De nosotros depende. ¡Felices y esperanzadores 200 años de vida independiente!

 

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