Rodrigo Soto: Provincia villana
Centroamérica no existe sino para nosotros mismos, pero nosotros tenemos los ojos puestos en Francia y en Estados Unidos. De modo que Centroamérica no existe ni siquiera para nosotros.
Rodrigo Soto, Escritor y cineasta.
La provincia –Costa Rica- es pequeña, y aunque se las dé de culta, sabemos que la inmensa mayoría apenas llega al nivel de alfabetizada, y se podría reunir en un estadio de fútbol a todas las personas interesadas en las artes y las letras, sin lograr llenarlo. Pero además de pequeña, la provincia es pobre, aunque exista una ínfima minoría que en estos años se enriquece cada vez más escandalosamente. Por último, y como si fuera poco, la provincia está avasallada por las industrias culturales y los mensajes mediáticos de Estados Unidos y, en menor medida, de México. Estas industrias culturales se pasean sin restricciones de ninguna especie por las casas, las mentes y las almas de los habitantes de la provincia, hasta el punto de considerarlas suyas.
Entendámonos de una vez: los nuevos ricos que por obra y gracia del boom cafetalero mandaron a construir el Teatro Nacional lo hicieron para que compañías europeas de ópera y zarzuela vinieran a entretenerlos, pero hubieran considerado con horror que uno de sus hijos se dedicara a las artes, y mirado con sorna a cualquier chonete o pelado que pretendiera hablarles de la vida: ¡a ellos, que ya habían estado en Europa y envidaban sus goces!
Por supuesto, con los años hubo hijos de aquellos nuevos y ya no tan nuevos ricos que se dedicaron a las artes y a las letras, y hubo también pobretes y pelados que lo hicieron. Pero todos debieron lidiar con la incomprensión, la estulticia y la indiferencia del resto de la sociedad. Para ella, para esa sociedad, “ser artista” es algo que podría tener sentido en las metrópolis a las que las clases poderosas continúan enviando a estudiar a sus hijos (y de las que continúan trayendo espectáculos para presentar en el Teatro Nacional), pero algo completamente ridículo de plantearse acá.
Ante este panorama, muchos se largaron, otros permanecieron en el país e hicieron su trabajo con la esperanza de trabajar para las generaciones futuras y de ser reivindicados más adelante. Irónicamente, advierto una mayor voluntad de reivindicar a aquellos que se fueron del país (particularmente a Yolanda Oreamuno y a Eunice Odio, quizás por su destino trágico) que a los que se quedaron.
Las cosas han cambiado, hasta cierto punto. Durante la segunda mitad del siglo XX la provincia creció en todos los sentidos (también territorialmente, pues con los GPS se llegó a la conclusión de que el territorio era varios kilómetros más grande, para no hablar de la inclusión de las aguas territoriales como parte del área de la nación), y llegó a conformarse una “masa crítica” suficientemente amplia para sustentar el crecimiento de algunas disciplinas (la pintura, la música, el teatro…). Además el Estado intervino resueltamente en los asuntos culturales, creando instituciones, dictando políticas, etc.
No obstante, si bien hay cosas que hoy son diferentes, otras continúan siendo similares de lo que fueron siglo y medio atrás. Para mencionar rápidamente algunas, diremos que hoy, como ayer, la actividad cultural de la provincia continúa centralizada en la capital; en segundo lugar, la provincia continúa despreciando casi todo lo que produce; continúa volcada hacia las metrópolis, esperando que de allá le digan lo que es bueno, lo que es válido. El mayor criterio de legitimación en la provincia, continúa siendo el reconocimiento fuera de ella.
Para la mayoría de los creadores centroamericanos, este es un problema virtualmente insalvable, pues ser un gran creador -o al menos un creador mediocre- es difícil en cualquier lugar del mundo, pero no es lo mismo ser francés o gringo (o en otra escala, mexicano, cubano o argentino) que centroamericano… Como bien decía Camilo José Cela: “Hemingway es Hemingway más los cañones norteamericanos….”
Centroamérica no existe sino para nosotros mismos, pero nosotros tenemos los ojos puestos en Francia y en Estados Unidos. De modo que Centroamérica no existe ni siquiera para nosotros.
Esa ansiedad de putilla en horas de trabajo con la que los creadores centroamericanos nos apostamos en las aceras gringas y europeas esperando que se fijen en nosotros, es uno de los rasgos más patéticos de nuestro medio, pero hasta cierto punto es comprensible. Después de todo, Centroamérica no existe: es una geografía, pero no una región; cinco países pero no cinco naciones…
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