Ronald Bonilla Carvajal.
Cartel
A Laureano Albán, maestro,
que entraba con sus libros a otros mares pero se devolvió…
Y siguió cantando.
Deja en el poema un verso como un bambú,
que se doble pero que no se quiebre,
que aúlle como un lobo,
que cruja como si doliese,
que sea un latido, que sea un latido.
Deja en el poema tu pálpito como un bambú
que cuando intrincado pase
parezca que viaja el agua entre las piedras.
Deja en el poema una lágrima
sobre una cuerda floja que nos recuerde
que somos aire, que somos viento,
como un quijongo, como un bambú.
No pidas permiso al municipio
para pegarlo en el poste de la ciudad,
tan solo deja que mire absorto
como lo miran los ojos nuevos.
Deja en el poema una gota de sangre
que se resbale, que se deslice
entre la noche.
Signos del agua
Todo signado por el agua, como
van las ondas del pájaro en la cresta
simulando eternos veranos.
Todo dicho por la fruta ganada,
-digo Granada,
y se instaura el poema, agua del Nicarao,
agua del hombre,
agua para los ojos de esta mujer
que siempre es un incendio, ciudad
que nos abisma entre sus adoquines.
Tú conoces las noches y los días,
los trabajos y sus fatigas, las apacibles
frondas de la laguna.
Tú sabes a veces cómo somos islas
y sus vasos comunicantes
que extasían el poder del tigre,
del ocelote oscuro y
de un viejo manatí perdido.
Somos solo pueblos pequeños,
lajas incrustadas,
labios que quisieron ser espada,
machete del camino, compás perdido
en el movimiento de caderas
potentes para diseminar el mundo.
Las mariposas que nos sobrevuelan
entienden también
cómo permanece lo efímero del agua,
cómo se forman sus cristales armoniosos.
Hemos venido de hace centurias
y la palabra, el signo preclaro
del concepto
nos precede…
Dejaremos los huesos acaso sellados
por el olvido.
Tú que conoces
los sagrados intertextos que nos fundaron
en esta llama,
en el incendio de una ciudad
fijado en los ojos de una mujer
que no se rinde,
que mira hacia los cuatro vientos.
Festival donde cada quién olvidó que es cada quién.
Granada…fruta con un pie descalzo
y el otro calzado con zapatilla de oro.
¡Albricias!
Granada, Nicaragua, 20 febrero 2016
Bajo la ducha
Esta es una ducha de palabras,
un baño impertérrito
donde una mujer descalza se acicala;
yo estoy al lado
con mi rebaño de letras volátiles,
me humedezco los pies
cerca de las piedras por donde salta el río.
Hay un canto que solo sabe repetir que vive,
que ama, se curva con el viento
y vuelve a prorrumpir en lluvia.
Es imposible nombrarnos
sin esta sed que a veces duele,
sin la danza que irrumpe con las mareas
o en el espejo primigenio del lago.
Una mujer se ducha en el silencio
de una desnudez que apenas sospechamos:
en ella los cánticos son benditos.
Loada sea su imagen que irrumpe en esta alcoba;
aquí resucitar es cosa diaria…
Dame tan solo la palabra que no encuentro
para ser este poema con su árbol a cuestas,
su manzana,
el chorro feliz de nuestros besos
que cantara Debravo en su inocencia.
Barro y estrella
Después vendrá despacio el mediodía,
el sudor exuberante y quizá
un bocado frugal para el poeta.
Las mujeres dirán una palabra
y serán en el equinoccio esas voces
una revelación de ancestros y conjuros.
Todos haremos una ronda, quemaremos
las piedras en el rito sonoro
de nuestros pensamientos.
Ella, la madre, ha de venir
en su más pura significación de barro y estrella,
diseminará su poder entre la tribu que somos.
Debemos recordar entonces con premura
a aquellos que cantaron, profetas de la desolación,
Vallejo, Hernández, Panero, Pizarnik,
Jesús en el retiro de cuarenta días,
Sánchez Mejía, Pasos, Buda
y otros ermitaños de la noche, soledades
capaces de revertir el abismo en claridad.
No puedo dar más nombres, algunos son la clave
al revés del insomnio: Mistral, Neruda,
Rilke, Darío, Lorca, Quasimodo.
Algunas llevan el cántaro al borde del río
y recogen el agua como si fuera el sueño,
(Ibarboroú, Storni, Loinaz),
y como el cántaro está roto,
todos vamos tratando de alcanzar unas gotas,
un chorrito que salta como en la canción,
un resquicio de respiración franca y amable.
Es difícil saber por qué Whitman
sigue dando baldazos de sí mismo
en las espaldas de todos.
Bienvenida la ducha de sus manos.
Tendedero
Tiéndeme la ropa en las ventanas, la terraza,
y extiéndeme luego en el mar que hace la mirada,
nos torna serenos o tumultuosos,
espejos de la niebla a veces, oleaje de la tormenta
cuando amamos.
Tiéndeme la vida y sostenme
asida a las barcazas la nostalgia,
o la euforia al timón
de tanta incógnita.
Somos un devaneo en el aire,
en el polvo que se levanta del camino,
quizá la estela, el rostro sumido
que se tiende en la atmósfera intangible.
De todo lo soñado estamos hechos,
no basta la sonrisa que del rostro
depusimos,
no basta el llanto
que se marcó en el cauce
de todo lo que viaja al silencio;
extiéndeme la cobija o hazme el amor,
señala con la mirada el mar
que forja el horizonte, pedalea,
baila, entra a las tienditas
por los souvenires, pídeme
estar en esa foto sin que pose la brisa,
dame tu mano hasta que seamos uno
o todos los andariegos sobre las baldosas,
deja que las viejas edificaciones
se restauren y que los gatos
firmen al pie de mis palabras su grafiti,
su incontinencia
o su relax, maestros para el ocio.
Extiéndeme en tu mirada; tiendo a tus pies
mis simples llaves, mi locura,
el trasiego infinito de esta sed.
Tiéndeme la ropa en el traspatio,
en la baranda.
Extiende mi corazón contra estas rocas.
Ámame ahora, furtiva o renovada.
La Habana, 10 de mayo 2017.
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