Silvia Castro Méndez.
Este lluvioso mes del bicentenario de nuestra independencia, he querido poner ante los ojos de los lectores diez poemas de autores costarricenses que hablan, de uno u otro modo, de la patria (aquí más bien con minúscula): ya sea como un proyecto en marcha, como el pequeño sitio del arraigo (a veces incluso más pequeño que el país), como terruño, como una realidad que tiende a desdibujarse pero que aún así se afirma, como una naturaleza impactante y envolvente, como un sitio necesario y deseado del retorno, como lugar mudable, ligero e impreciso, como lugar que habita en la memoria y cuya utopía se nos ha extraviado, como inevitabilidad o, incluso, como negación.
Son todos autores vivos, hombres y mujeres cuyas visiones alternativas mostrarán los diferentes modos de entender este lugar que llamamos patria y que, lejos de las visiones grandilocuentes y férreas de la Patria con mayúscula, nos dan cuenta de los conflictos y la diversidad con que se vive y se conceptualiza esa pertenencia en la actualidad.
Ellos y ellas son: Alfonso Chase, Julieta Dobles, Ana Istarú, Rosibel Morera, Macarena Barahona, Shirley Campbell Barr, Oswaldo Sauma, Carla Pravisani y Goldy Levi. He querido incluir también a Jorge Boccanera, poeta argentino, que nos acompañó e influenció durante muchos años y cuyos vínculos afectivos son, con respecto a Costa Rica, como el de cualquiera que aquí haya visto la luz o que haya elegido esta tierra como destino.
De Alfonso Chase:
Admonición a la historia
La historia de mi patria no está escrita.
La hace el pueblo en su barullo,
en el escándalo que estalla en los mercados,
en la soledad que vive el hombre adentro de su sangre.
Hacia el futuro el hombre vive, arrancando
del mundo las palabras. La historia no la escriben
amanuenses o políticos con discursos monocordes.
Los poetas no escribimos la historia.
Sólo hacemos el elogio de los nombres y los rostros,
tocamos el coral de los recuerdos, el alegre canto
de las piedras
rodando siempre hacia lo plano.
La historia de mi patria se construye, diariamente,
en la lucha del fuego con el agua, en la sed.
Temblando en el labio, en el párrafo que olvida
un niño en el cuaderno. La historia no se escribe.
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Sólo se vive en las manos sucias, entre el barro
que dejan los zapatos en el suelo. En los ojos vacíos
del pobre ante su plato viejo, en el óvulo lanzado
contra el tiempo, por alguna madre anónima.
De Julieta Dobles:
Espejos de San José
San José me conversa
desde sus espejismos embozados:
cada esquina de niebla, cada parque girando
en su verde burbuja sonora de yigüirros,
cada calle, barrida por un vientos de hojas ateridas,
cada edificio que alza
su juventud o su decrépita sustancia
en otro vértigo de amaneceres,
todo en esta ciudad gira al recuerdo
y para cada espejo yo tengo alguna imagen
una fecha indeleble en algún calendario,
un júbilo dormido que despierta,
una diminuta agonía cotidiana,
trivial o dolorosa, pero siempre enraizada
al humus sensitivo de mi alma.
San José de mi infancia, en cuyo Parque Morazán
choqué por primera vez con la banca continua,
serpentina de tiempos y cementos,
desde una bicicleta alta y ajena,
árbol extraño de manubrios y barras,
quimeras del ciclista,
que todos manejaban, menos mis cinco años
y su angustia de acortar la distancia
entre mis pies desesperados
y sus pedales ciegos.
San José desvelado y taciturno,
con sus noches de lluvia adolescente
y sus charcos desconsolados
en el asfalto opaco,
con sus aceras malintencionadas
donde las piedras de mil años
las de verdad y alcurnia, irregulares y ásperas,
se codean con las losas nuevecitas,
hijas de los cementos,
para crear trampas de relieve y luz
al pie desprevenido.
San José, el del Parque Nacional,
donde la tarde vela cada rincón furtivo
y las parejas de estudiantes
se besan tras el libro que no leen.
San José, el de los mercados sorpresivos
donde, entre los aromas terrenales,
y los colores tercos y silvestres
de las telas, los marañones sabaneros,
el pescado que languidece en sus escamas
el sol que a todos llega
los claveles carmesíes intentan
dominar todo olor con su incienso
de redondel en fiesta.
San José y sus mendigos,
los de ayer, los de hoy, sus eternos mendigos,
algunos chispeantes,
otros atrevidos y pícaros
y otros tristemente solemnes, o ateridos,
mirándose y mirándonos desde la gran burbuja
de locura y de pánico que exhala el desamparo.
San José y sus escuelas de campana y recreo
mañaneras, jubilosas a papel y a pizarra,
donde el bullicio salta sobre el silencio,
y éste sobre el bullicio
con una regularidad de convento
que serena y reconforta,
como un árbol de yigüirros
y su acorde repetido e inmenso
en tus abriles breves,
como el sol de las cinco en tus cristales,
puntual sobre las tardes de verano impoluto.
San José y tus lloviznas de montaña tristona
en las tardes de octubres musicales.
San José y tu cerco azul y montañero,
velado por el polvo biennacido en la bruma
de tus mañanas de febrero,
o por la transparencia, total descaro de lo azul,
en las mañanas lavadas de setiembre.
San José y tus aires de gran ciudad
en medio de tus calles de pueblón provinciano,
de transeúntes caprichosos
y humos invasores que no han respetado
ni a los blancos ángeles del are,
perfectos y neoclásicos, con senos y sin alas,
de tu sufrido Teatro Nacional.
San José y mis juegos de niña de ciudad,
donde aprendí como saltar de a dos en el mecate,
la cuerda endurecida y latigueante
como un tambor del ritmo,
junto a mi corazón desordenado.
A competir por la amistad,
a perder y a ganar jugando “cromos”
y “yaxes” y “escondido”,
a saborear el frío azul, azul
de alisios desgajados
a tus tardes domingueras de enero,
dando vueltas en el Parque Central
desde la juventud hacia la música,
hacia el amor desde la música.
San José, San José, te amo como eres,
con tus fealdades, que olvido fácilmente,
o con tus hermosuras,
que han brotado conmigo en la nostalgia
de todos mis exilios.
De ti recibí el mundo en los primeros pasos
y en ti dejaré al mundo, -tan ancho que me ha sido-
mirándolo y mirándote,
cuando deba decir algo solemne
enfrente de mi muerte,
en cualquiera de tus rincones
asombrados y míos.
De Ana Istarú:
Este país está en el sueño
Que digan yo lo admito que no existe
pondré no importa mi piel por territorio
este país no es nada no hubo nunca
este país no ocurre
está en el sueño
mi boca se desangra
no es nada nunca y es todo cuanto tengo
si no de dónde vengo
si no es de este asterisco
y este país no existe
estoy por tanto un tanto consternada
yo no inventé la lluvia sin embargo
que nadie me la arranque
es el agua quien define esta frontera
este glóbulo de luz
este barquito mísero y amado
donde el cielo deviene catarata
me importa un pito
yo nada tengo contra octubre
muy al contrario
yo sé que no hubo historia
si acaso fuimos un rumor maledicencias
un trillo nebuloso la huérfana del mundo
no tuvimos virrey qué pretensiones
tuvimos eso sí
me reconforta
A Juan don Juan y don Juanito
(Santamaría por supuesto y Mora y Mora)
pero somos pocos en saberlo
Me alegra tanto decir que nuestro héroe
el único por cierto
era moreno descalzo pobre campesino
para colmo era un chiquillo
luchó qué novedad contra los yanquis
podría besarlo
con tanto hollín se atoran las palabras
quiero llorar zurcirle las heridas
esto está hecho y consumado
tenemos héroe para rato
y qué carajo a ver quién me lo quita
este país no es
y qué me importa
puedo tomar mis venas tejerle un barrilete
que digan yo lo admito que no existe
yo no inventé la lluvia y sin embargo
yo sé que no hubo historia
estamos entre tanto por hacerla
estoy un poco triste
puedo donar mi traje hacer las velas
amar con un amor inenarrable
este terrón del aire adonde vine
pondré no importa mi piel por territorio
Este país está en el sueño que nos toca
sobre la faz del mundo
que nadie me lo arranque
es todo cuanto tengo
más este corazón para simiente
y qué carajo a ver
con tanto amor
quién me lo quita
De Rosibel Morera:
Terroncito (Costa Rica)
este hermoso país en el que vivo
este territorio acunado por montañas elevadas
y pequeñitas
la seda de verdes que lo cubren
la oración que asciende segura de provocar el milagro
el volcán que se yergue sin amenaza
cerca del corredor un árbol me provee
de frutos y de sombra
de agua para multiplicar los seres
y de ese fluido eléctrico maravilloso
con el que alumbro la noche para escribir poesía
yo no sé, Dios, qué me dijeras,
pero no es posible querer otro portento
que este lugar del mundo al que llamas América
ni un pedazo de ella tan gentil, tan de a de veras
como este terroncito donde me sembraste
con tus dedos curtidos y rugosos
De Macarena Barahona:
Patria
Para mí los quetzales en las verdes espesuras de las selvas
los gorriones pequeños y frágiles que inundan los altos
sauces a las orillas de los ríos
los cangrejos ermitaños revoloteando bajo los picos
de las palomas hambrientas en las costas de la patria
los vagabundos perros mordisqueando despojos
cazando golondrinas horadando la tierra
junto a gatos sin dueño
para mí el tepezcuintle el mono tití el cariblanco
bajo robles y almendros lagunas y esteros
donde las serpientes son libres consumiendo las ratas
los solitarios jaguares
esos inmensos charcos de agua que hallan después de los
naufragios de la lluvia
multicolores insectos que infectan los paisajes
y hacen en su ardor quemar las pieles
los soles fuertes donde los ahogos no existen
y nadie sabe del frío
solo del viento
que refresca
bajo las palmeras y a orilla de las frías piedras que
completan los cauces
o debajo de los cafetos en flor
en esas sombras olorosas a jazmín y limón
en que consumimos los cítricos
de los naturales espontáneos árboles
Para mí
solo quiero esto
cuando llega la noche
los olores de azucena junto a mi ventana
y el ruido del viento cuando azota
la puerta de mi casa
De Shirley Campbell Barr:
Regresar
A veces temo morir por estas tierras.
Temo morir antes de que llegue
el tiempo del regreso
y entonces mi alma no
encuentre descanso.
Por eso a veces despierto
con un deseo enorme de volver.
Y me desespero y sueño por las noches
que tomo un tren largo e iluminado
que me lleva para casa.
Llego a una estación enorme
y están allí esperándome
para darme la bienvenida.
A veces me da miedo morir
y que me entierren en el lugar errado
al lado de los muertos equivocados
cubierta por una tierra extraña
rodeada de olores distintos
de los que siempre conocí.
Por eso escribo estas notas
como un amuleto
contra la incertidumbre.
Por eso quiero volver
a vivir con los míos
para no morir con los ajenos.
De Oswaldo Sauma:
Patria
El colibrí teme detenerse en esa rama
los que sólo saben avanzar sobre muertos
urden en nuestra costa su rapiña
Patria apenas ayer eras una panacea
firme en la cuerda floja del crimen
las carretas atravesaban los barrios de la capital
y olía a nobleza el paso del hombre y los bueyes
y no es que lo perdido manche la marcha
de los días
sino que la locura premeditada atenta
contra los sueños
y más que nunca se hace necesario definir
hombre tierra aire río celaje lapa oropéndola
hermano
trazar un mapa
una muralla
un corazón salvaje que nos salve
y vuelvan a pacer de nuevo en el mundo
los unicornios.
De Jorge Boccanera:
Exilio
Expulsados de la selva del sur de Sumatra
por los hombres que vienen a poblarla, 130
elefantes emprendieron hoy una larga marcha
de 35 días hacia la nueva ciudad que les fue asignada.
(AFP. 18/11/82)
No hay sitio para los elefantes.
Ayer los expulsaron de la selva en Sumatra,
mañana alguien les impedirá la entrada al Unión Bar.
Yo integro esa manada hacia Lebong Hitam,
yo sigo a la hembra guía,
cargo con la joroba de todas mis valijas sobre las
cuatro patas del infierno.
Llegarán a destino-dijo un diario de Yakarta.
los colmillos embisten telarañas de niebla.
Llegarán a destino,
viejas empalizadas que sucumben bajo mareas de
carne.
Llegarán, dijo el diario.
Mas la estampida cruza por suelos pantanosos
y mi patria -la mía- es sólo esta manada de elefantes
que ha extraviado su rumbo.
¡Guarde celosamente la selva impenetrable este ulular
de bestias!
Tambores y petardos, acompañan.
Algo del polvo que levantan, es mío.
De Carla Pravisani:
Tierrero
Es mucha tierra
la que se acumula debajo de mis pies.
Capaz de teñirlo todo
con solo pasar el dedo o la memoria.
Esa tierra es pintura, un paisaje abierto
donde corren todavía indios muertos.
Tierra con alma de montaña.
Tierra en la que uno se desliza
como una sombra hacia atrás:
Hacia un paisaje verde y sudoroso
porque las hojas sudan y suda el viento,
o peor aún, no hay viento,
es ausencia de viento lo que suda.
Suda la tarde también que cae plomiza
sobre la tierra. Dicen que es así
porque es volcánica,
porque escupir es prodigioso.
Dicen que es el hierro,
que por eso los niños la chupan
como a un helado.
Dicen muchas cosas
de esa tierra abrillantada.
Mientras yo cada día
digo menos. Quizás
porque prefiero el agua.
En cambio esa tierra pica,
pican los pies cuando se vuelven hojas,
y no hay jabón que borre
el tatuaje de la pobreza.
Y pica la vida porque esa tierra
es un mal designio:
Obliga siempre a volver a ella
como un náufrago de puertos.
De Goldy Levi:
Ciudadana del mundo
No sé cómo echar raíces
en un solo suelo.
¿por qué querer
el mundo a pedazos
si lo puedo querer entero?
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