Silvia Castro Méndez: La herencia del asesino, de Marjorie Ross
Hoy yo los insto a leer La herencia del asesino, una historia que nos deja ver las tripas de una gran paradoja existencial y nos conduce a reflexionar de nuevo sobre un hombre que, a lo largo del tiempo, ha sido visto bajo el caleidoscopio de innumerables miradas.
Silvia Castro Méndez.
Hoy hablaré de la última novela de la pluripremiada Marjorie Ross, a saber escritora, poeta, periodista, abogada y crítica gastronómica. Marjorie ha sabido conjugar muchos de sus saberes en La herencia del asesino, publicada por la Editorial de la Universidad Estatal a Distancia en el año 2018, en una edición muy cuidada y con la compañía póstuma del pintor Joaquín Rodríguez del Paso, quien se dio a la tarea de establecer con ella un verdadero diálogo artístico, tanto en la portada, como a todo lo largo de la novela. La herencia del asesino es una obra maravillosamente escrita, llena de drama, humor, ingenio y valentía, así como de referencias políticas, culinarias y musicales, de conocimiento histórico, y de inteligente creatividad para dar un giro final completamente inesperado a un relato del que podríamos creer que ya lo sabemos todo.
Debo confesar que tuve un verdadero debate interior sobre la manera apropiada de comentar esta obra, pues temía furiosamente introducir un spoiler. ¿Cómo puede ser esto, se dirán ustedes, si ya todos sabemos de qué va cualquier historia que tenga que ver con Ramón Mercader? Escribir una obra sobre él es casi es como empezar, a la manera de Ernesto Sábato en El Túnel, diciendo (leo al argentino y cambio los nombres de los personajes): “Bastará decir que soy Ramón Mercader, el hombre que mató a León Trotsky; supongo que el proceso está en el recuerdo de todos y que no se necesitan mayores explicaciones sobre mi persona. Aunque ni el diablo sabe qué es lo que ha de recordar la gente, ni por qué. En realidad, siempre he pensado que no hay memoria colectiva, lo que quizá sea una forma de defensa de la especie humana.”
En efecto, Ramón Mercader es el asesino de Trotsky ¿Pero además de eso, quién es ese personaje para cada uno de nosotros? ¿Héroe o asesino repudiado, burgués de mundo o presidiario, revolucionario convencido o marioneta ideológica? Puedo imaginar muchas otras posibilidades. En mi caso particular, desde mi adolescencia tardía aprendí a verlo con una creciente y franca animadversión, por no decir repugnancia.
Supe que Marjorie estaba escribiendo esa novela cuando yo acababa de leer el famosísimo y extraordinario libro de Leonardo Padura: El hombre que amaba a los perros (obra que -me consta- Marjorie se resistió a leer durante el tiempo que duró la escritura de la suya, y pienso que quizás no lo haya hecho aún ahora). Valga decir que el libro de Padura cambió mucho mi perspectiva de Ramón Mercader. Con Padura aprendí a sentir una verdadera lástima por este individuo, y la lástima es un sentimiento –a mi modo de ver- mucho peor que el odio o el desprecio. ¿Y entonces, adónde podría arrastrarme esta nueva obra de Marjorie Ross en mi particular historia con este personaje?
Pues bien, mientras el Ramón Mercader de Padura es un hombre puramente instrumental, una tuerca de una gran maquinaria –no carente de ciertos atractivos que lo hacían apropiado para la tarea encomendada- y un hombre débil, necesitado patológicamente de aprobación externa (especialmente la de su madre, pero también del partido), el Mercader de Marjorie Ross es un hombre con una tremenda capacidad de reflexión y autoanálisis –aún reconociéndose instrumental (convencidamente instrumental, todo sea dicho) en algún momento de su vida. Y es, por encima de todo, alguien que se siente capaz de dar un nuevo significado a su propia existencia, a pesar del calibre de su historia y de su circunstancia.
En el libro de Padura nos enfrentamos a un par de historias de vida que se aproximan inexorablemente. Y estas historias−como si de un choque de trenes se tratara− están destinadas a converger violentamente en el momento terrible en que Mercader clava el piolet en la cabeza de Trotsky.
Por el contrario, La herencia del asesino nos coloca en una especie de movimiento centrípeto de reflexión de un hombre enfermo y ya viejo, movimiento cuya fuerza termina provocando en el personaje una verdadera implosión. Así las cosas, en la novela de Marjorie Ross asistimos al reacomodo integral de la conciencia de Ramón Mercader con respecto a lo que él llama “la acción más importante de su vida”: ésa que precisamente le arrebató veinte años de libertad. Y en ese reacomodo, el hombre se transforma en un personaje trágico, en el sentido más clásico de la palabra. Y también, simultáneamente, se constituye en un personaje mucho más redondo y mucho más humano de lo que yo hubiera podido anticipar.
Es un individuo que, con la resistencia inicial de quien ha creído con todas sus fuerzas en el socialismo soviético, va deconstruyendo su historia personal con la Unión Soviética, así como sus actos individuales y el conjunto de sus convicciones y complicidades. Desde el momento del crimen en 1940 (cuando a Stalin le quedaban aún una decena de años en el poder) y el día de la muerte de Mercader en 1978, el asesino ve cómo su acto fundamental, y su significación para el Estado soviético, para el proletariado internacional y sobre todo para sí mismo, se va transformando de manera categórica.
Las consecuencia de toda esta reflexión, de toda esta resignificación, es parte de lo que el lector debe encontrar en La herencia del asesino. En el escenario cubano donde pasó sus últimos tiempos y donde Mercader buscó encontrar un último reducto que lo salvara de su fortísima autocrítica, Marjorie Ross nos propone un desenlace inédito y sorprendente, no sólo para Mercader, sino también para su hija Mila, que es otro personaje muy importante en la obra y que le sirve de interesantísimo contrapunto.
No quisiera concluir sin decirles –y quizás sea demasiado- que, a medida que leía la narración, me venía a la mente aquel famoso poema de Cavafis que lleva por título La ciudad, donde un interlocutor dice al poeta:
“Iré a otra tierra, hacia otro mar
y una ciudad mejor con certeza hallaré.
Pues cada esfuerzo mío está aquí condenado,
Y muere mi corazón
lo mismo que mis pensamientos en esta desolada languidez.
Donde vuelvo los ojos sólo veo
las oscuras ruinas de mi vida
y los muchos años que aquí pasé o destruí”.
Y entonces Cavafis responde:
No hallarás otra tierra ni otro mar.
(…)
Pues la ciudad es siempre la misma. Otra no busques -no la hay-
ni caminos ni barco para ti.
La vida que aquí perdiste
la has destruido en toda la tierra.
Hoy yo los insto a leer La herencia del asesino, una historia que nos deja ver las tripas de una gran paradoja existencial y nos conduce a reflexionar de nuevo sobre un hombre que, a lo largo del tiempo, ha sido visto bajo el caleidoscopio de innumerables miradas. Elijan ustedes a su Mercader particular. Sea cual sea la perspectiva desde la que lo hayan considerado –incluso la del odio, el desprecio o la lástima-el piolet de la escritura de Marjorie Ross les dará aún un nuevo y sorprendente golpe, una verdadera vuelta de tuerca, con algo completamente original e insospechado. Les aseguro que no los decepcionará.
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