Teatro Nacional, una joya que no debemos dejar perder
Arturo Garro, Ingeniero en software.
Costa Rica, 1890. Un grupo de cafetaleros le dicen al presidente Dr. Carlos Durán, que están dispuestos a pagar voluntariamente un impuesto de cinco céntimos por cada arroba de café para la construcción de un teatro en San José. Se calcula que serían necesarios 200 mil pesos para la construcción, que saldrían de ese impuesto. Pero tres años después se dan cuenta que la obra apenas se pudo empezar con esa plata y que no se podría terminar a tiempo solamente con el impuesto al café, por lo que se cambió a un impuesto en muellaje de un céntimo por cada kilogramo importado. Por lo que en realidad la obra no fue financiada solamente por los cafetaleros, sino por cada costarricense de aquella época.
Y nuestros abuelos construyeron una joya arquitectónica en medio de unas fincas de café, cuyos planos fueron hechos por costarricenses. Y para terminar de hacer de San José una ciudad adelantada para su época, le pusieron luz eléctrica seis años antes de siquiera empezar la construcción del Teatro.
Hoy, el Teatro Nacional se ve pequeño y humilde en medio de una ciudad que se lo tragó con edificios alrededor. La modernidad lo alcanzó, y quizá no se vea tan impresionante como en el pasado. Pero imaginen ese Teatro en medio de casas de bahareque y cafetales y unas cuantas luces eléctricas alrededor, donde podía entrar el oligarca cafetalero y el peón de finca a escuchar las óperas que engalanaban los teatros europeos. Desde esas épocas hemos sido demasiado “igualiticos”.
No podemos dejar perder esa lección de la historia, donde los abuelos voluntariamente aceptaron un impuesto para hacer de Costa Rica un mejor país.
Construir un teatro nuevo
Es cierto que en la situación fiscal actual, 31 millones de dólares es una suma considerable para nuestras actuales finanzas. Y es cierto que matemáticamente con ese dinero se podría construir un teatro más moderno y más acorde a las necesidades actuales.
En este momento, el Teatro Nacional significa mucho más que la simple suma de sus materiales. Por ejemplo, la “alegoría del café y el banano” de Aleardo Villa ¿cómo se le puede asignar un valor monetario a esa pintura? Y entonces tenemos que reconocer que ante las esculturas, las escaleras de mármol de Carrara, los vitrales franceses, y muchas otras obras históricas que contiene, hay que decir que el valor del Teatro excede por mucho los 31 millones de dólares que están presupuestados, y que ningún otro teatro, por más moderno y amplio, puede sustituir.
Falso histórico
Otro argumento es que la intervención al Teatro es tan grande que al final alteraría su “valor histórico”. Sin embargo esta es una discusión filosófica que ya se ha hecho en el pasado, con la famosa “parajoda de Teseo”
Para simplificar mucho, la Paradoja de Teseo es una paradoja de reemplazo que se pregunta si cuando a un objeto se le reemplazan todas sus partes, éste sigue siendo el mismo.
Ante esto hay que recordar a Aristóteles y el realismo filosófico, aun muy vigente en el pensamiento occidental.
Aristóteles dice que la esencia de las cosas está determinada por cuatro causas: Causa Formal, Causa Material, Causa Final y Causa Eficiente. Estas causas definen los entes, las cosas. La Causa Formal es el diseño de la cosa, que claramente define lo que es, sin perder su esencia. Por ejemplo, una silla es una silla por el diseño que tiene. A lo que sumamos la Causa Eficiente. La silla, al igual que el Teatro, seguirá siendo el mismo, porque sigue siendo cumpliendo esencialmente el propósito para el que fue construido (Causa Final) aunque cambien sus materiales (Causa Material).
Para complementar este ejemplo, hoy sabemos que el 100% de las células de nuestro cuerpo son renovadas cada siete años, aproximadamente. Podemos decir que nosotros no somos los mismos de hace siete años, sin embargo, en esencia, seguimos siendo las personas que fuimos. No hay un cambio de identidad, ni tenemos que cambiar el nombre o el número de cédula cada vez que nuestras células (Causa Material) son renovadas.
Entonces, como conclusión, no es que haciendo esta intervención al Teatro Nacional se esté alterando el valor histórico de nuestro inmueble.
Este es el momento para recuperar la identidad como costarricenses, y restaurar una de las obras arquitectónicas más grandes del siglo XIX, para ponerla a disposición de las futuras generaciones, y que nos recuerden como la generación que le devolvió al Teatro Nacional el mismo esplendor que le dieron nuestros visionarios abuelos.
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