Víctor Valembois. valembois@ice.co.cr
¡Un momentito! Para no dejarlo confundidillo, separé mis notitas en dos. Aquí va la percepción de uno, sobre el tiempo en diminutivo; en otra columnita irá cómo perciben otros el minutero, para nosotros mínimo, para ellos…
En realidad, el diosecillo cronos pasa y le importa un comino* qué pensamos de él. En Puerto Limón, Joaquín Gutiérrez recurre a un personaje para visualizar esa exageradilla perspectiva desde el ombliguito* que nos caracteriza: “Sabemos tan poco. Pestañas muertas que se detienen unos instantes en las mejillas secas de la eternidad y después siguen cayendo, cayendo, interminablemente por quién sabe qué agujero sin fondo.”
A como para la dimensión espacial pequeña existe este maravilloso término del intersticio, para el minutero y los nano-pedacitos, tenemos el intervalo. En versión más poética: el parpadeo, frontera entre la realidad interior y la exterior. Los colibríes* andan todavía más aceleraditos que nosotros. Durante siglos cortos existía el rato (hasta un rato de tenmeallá, en precioso cuento* de Alfonso Chase), como también el instante de una instantánea. Javier Cercas acaba de publicar Anatomía de un instante. Pero ahora, con pilitas* postmodernos, surgió la manía del lapso y hasta ese “lapso de tiempo”, redundancia feílla. (Igual, eso de “breves momentos” y “breves instantes”)
Desde Heráclito hasta Manrique, pasando por el relojito de sol de Virgilio, tantos han ponderado doctas frasecitas sobre el aprovechamiento de ese fluir inevitable del riachuelo*. Corre, y no a pasito tun-tún, sino irreparable. Sacando fruto de esa experiencia, Marañón nos incita todavía a aprovechar hasta las migajas de tiempo.
Frente al semáforo, yo aprovecho de ver las chiquillas, tu rezas, ella retoca su maquillaje, nosotros todos avisamos por el celular que llegaremos un pelito tarde, vosotros lo aprovecháis para hablar mal del prójimo. Por cierto, ellos también deberían utilizar positivamente esos mini-momentos.
Todo es cuestión de actitud*, que es una coleccioncita de fugaces instantes. En el consultorio médico, sea digno de su nombre: paciente tenga paciencia. Al rato puede continuar leyendo ese librillo, tomar un apunte, revisar su agenda con ese mini-asistente en el bolsillo. Ese restaurante, carillo, me manda un coreíto de fin de año deseándome: “mil momentitos de felicidad”.
Un millón de gracias, como contestan, acordes con la ligera inflación. Ella me movió el entrecejo solo esta brizna de tiempo… y me sonrió*. ¿Cuántos mili-segundos durará ese recuerdo? Señala T. S. Eliot que midió su vida con cucharillas de café. Son momentos.
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