Víctor Valembois. Escritor y Catedrático universitario.
Llevo casi 46 en San Pedro de Montes de Oca y como a raíz de artículos críticos me han tomado como una especie de vocero comunitario del cantón, aquí van algunas observaciones sobre los arbolitos en nuestra comunidad. ¿Un poco en tono de Grinch, el eterno disconforme? Puede ser, pero la idea es contribuir a mejorar la convivencia. Primero que nada…. que ese Grinch tiene razón: secuestraron el sentido de navidad enfocando a un arbolito en vez de admirar un niño con un mensaje.
Me alegra tanto que gente individual (¿o más bien una organización o los dos, quiero saberlo), en pasadas semanas se dedicaron a sembrar concienzudamente cantidad de arbolitos por aquí, bien protegidos del mortífero golpe de esas nuevas máquinas giratorias con las que se corta el pasto. Por mi San Pedro de Pocos Árboles, me volvió a sorprender que estamos viviendo sobre un puro cafetal, nada más que por ignorancia lo fuimos cementando to-i-tico.
Pero, díganme, ¿para cuándo por fin pondrán árboles todo alrededor de esa pelada cancha de futbol frente a la Escuela Roosevelt? Antes, un terreno sin árboles lo calificaban como “limpio”. ¡Resulta todo lo contrario: los árboles dan plusvalía! Aquello resulta inconcebible para mi pobre mente demente. ¿No queremos salir de la ignorancia que nos caracterizó por siglos? Era (o es, todavía) la época en que la gente consideraba que los árboles eran una lata, que las raíces, las hojas en la canoa, todo era estorbo (pues no ponga árboles sino a distancia confortable).
¿Será por eso que gente poco consciente -¿del mismo Incofer?-, por la línea, cerca de la municipalidad, se dedicó a cortar y hasta a destruir cantidad de arbustitos pacientemente sembrados y protegidos hace muy pocos años? Las arboledas proporcionan oxígeno gratis, son amortiguadores de ruido frente a ese tren protohistórico, dan belleza escénica. Y (no lo sé muy bien por tener el olfato poco desarrollado), hasta entregan también perfume perfecto. Con motivo de un congreso en la Argentina, che, qué alegría me dio observar, sentir y disfrutar que todo el centro de ese lindo Mendoza, cerca de la cordillera andina, genera un fantástico olor y buena sombra bajo tantos “castaños” como les llaman allí.
¿Qué más queréis, incrédulos? ¿Apurar cielos pretenden? Ay de mí…. ¿Por qué tanta gente terrestre y pedestre por estas latitudes tropicales no se atreve a soñar con que, en efecto, la vida es una fantasía… y sueños hay que verdad son? ¡Sí, busquemos una de esas fantasías por lo menos al día, no para la cama, sino como resorte desde ella, a disfrutar? Pero, claro, ya Segismundo y Raimunda se dieron cuenta: la paciencia y el pensar prospectivamente no son las mayores virtudes locales.
Sospecho que la tragedia que nos aflija, el covid-19, no constituye sino una revancha de la naturaleza contra tanto descuido y prepotencia, cosa que, tristemente, nos fue inculcado por el antiguo testamento, que nos declara reyes de la creación. Pues, con todo respeto por el pensamiento ético y religioso: ¡estáis equivocados, señores incrédulos! Ya sé que estoy predicando en el desierto…. Pero por favor que se den cuenta que aquí también la desertificación avanza: ello no se debe a un castigo divino sino a nuestra ignorancia.
A partir de abril, ¿nos quejaremos otra vez que falta el preciado líquido? ¿Clamaremos al cielo que esos de A y A no nos sirven el agüita de la quebrada gratis y en paleta desde el tubo aquel, para variar goteando, en la casa? De tanto sobarnos el ombligo -que somos lo mejorcito, claro, comparando con mediocres…. vamos cuesta abajo y rodando. El agua es vida, pero para eso, dejemos de deforestar no solo en Guanacaste sino también en nuestro cantón de San Pedro, en los últimos cincuenta años: la misma línea del tren, por los colegios Vargas y Calasanz habría podido, podría todavía, constituir todo un “Paseo de los ingleses”, una preciosa arboleda, como en Niza.
Seguimos con ideas a partir de Francia: por esas pistas verdes-que-te quiero-verde para bicis (lamentablemente ausentes), por favor sembremos sombra: era la idea que, para mover sus tropas a la sombra, promulgaba Napoleón. Correcto: era un militarote infame, pero aprovechemos de él las buenas ideas. ¡Ya sé! Los árboles también pueden servir para estrellarse, como le pasó al pobre Albert Camus, que por eso, entre nosotros sigue sembrando buena literatura, hoja por hoja….
Señores, para terminar mi letanía, ya para el próximo año, van dos ideítas (o ideotas, según algunos pobres de espíritu). En mi vieja tierra de Flandes aplican ahora una joven idea de regalar por doquier arbolitos de pino, pequeñitos. ¿Puro paquete? Pues no: solo las raicillas están cubiertas con un lindo envoltorio navideño….. La consigna es: ¡a sembrar se ha dicho, todos, para tener goce y belleza por doquier! Y pienso también en mi querida suegra, allí por un cerro en Valparaíso que, por obligación municipal, como cada vecino tenía que plantar, regar y cuidar “su” arbolito. Pero aquí… lo queremos todo regalado…
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