Víctor Valembois. valembois@ice.co.cr
Cariñosa, ella, todas las noches, menuda pero grande en entrega. Fiel al encuentro. Se sabe querida, ¡cómo no! Tenemos una relación estable y no es para menos. Me gustan sus curvaturas, su caricia*, suave por definición, pero además duradera. Me encanta voluminosa, qué digo, voluptuosa. Se amolda a mis caprichos. Me hechiza su exuberante y provocativa blancura. Sus ondulaciones, su delicada dulzura-dureza, todo ella me fascina.
Antes de acostarme me invita a soñar, noble compañera de ruta, mucho más que mi carrito Sidekick, en el garaje. No tiene rival: con ella nunca me pongo a mirar tele. Tanto me acostumbré a ella que ya no podría conciliar el sueño sin su sostén*. Me acomodo, casi me acurruco en sus sinuosidades y ella, benévola como pocas, se deja acariciar. Disfruta cualquier posición mía. Todas las noches me llama y acudo. Yo, Ulises, ¿cómo voy a resistir su encanto? Humilde como es, bajo mi peso aun más menudita se hace. Así, durante horas nocturnas, estamos en contacto, digno dúo dormilón.
En la mañana, le doy su palmadita en forma de agradecimiento. No chistea ni se enoja; está acostumbrada a ese lenguaje táctil. Durante el día, apenas tenemos tiempo de saludarnos, pero perseverante,* el amor sabe esperar. Faltan horas para el nuevo encuentro. Cabe saber vestirse para la ocasión, recomienda el Principito* pero aquí, perdone, conviene desvestirse. Y así pasan los años, como diítas*.
¡Te necesito! Como Darío a Margarita. Elsa escarabajo, zarandajo no. Por presumida, por poca cosa. Para nada. ¡Despreciable con su ropita estrafalaria! Ni con su coqueteo ni con su moqueo*. Tienes unas formas, un perfume, y por tu propio nombre, un no sé qué de ascendente dulce gitano, ¿o será más bien árabe? Sobre ti me encanta reclinar la cabeza, en la cama por supuesto, no en camilla. Contigo, abrazaditos (¿abrasaditos?) ¡me encanta dormir la siesta! Ante ti me arrollo, acurrucaditos ambos. Contigo sí habrá fidelidad, porque hasta el último trance me acompañarás. Es más: si a los dignatarios egipcios los enterraban con sus seres queridos, para emprender el viajecito eterno, yo pido que a esa hora aciaga estés conmigo. Y que se mueran las demás, de envidia*.
Presumido, tengo para mí que ella también me quiere y lo más curioso: es como mi amante. Pero la mujer que yo quiero lo sabe, y paciente como es, me lo aguanta. Definitivamente yo, no puedo prescindir de esa menuda compañía. ¿Qué culpa tengo? Es un hecho, sin mi almohadita, mi almohadilla, no duermo.
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