Victor Valembois: Titulillos titubeantes

Para muchos, el titulillo es lo más importante. No es para andarlo debajo del brazo: peligrosillo, en esos tiempos, a no ser que creemos vivir en ese otro pueblito macondiano donde no roban (pero ya se sabe: la ocasioncita hace al ladronzuelo).

El cartoncito ese, con un montón de firmillas y sellitos, es como los trofeos esos de caza: en casita que se den cuenta las horitas que me ha costado. Sobre todo con el profe ese, que me hizo volver tres veces: no quería entender que solo me faltaron dos puntitos.

Pero bendito Dios, ya está: ahora es para colgarlo en la salita o en el pasadizo ese, por donde pasa más gente, por ejemplo la de espera y esperanza. Ahora, ojo, mano: a la mayoría importa un comino* el montículo de conocimiento que debería haber detrás de esos añitos de buscar donde guardar el carrito.

En la práctica, para ellos ese cartoncito constituye sin más una garantía jurídica para una aumentillo y una mencioncita en la tarjeta: maestrito de todo, ducho de nada en el que se otorga un derecho.

De allí, tres rapiditas para Nando, caso típico con titulillo*, pero por el que no pasó ni la escuelita:

-¿Acaso es lo mismo: mentalidad de pobre que una pobre mentalidad?

-¿No estará confundiendo gatear* con andar tras gatas y gatitos?

-¿No sabe que villancicos no es lo mismo que chicos villanos?

Lo mismo, el título de un librillo, nada garantiza la etiquetita. Puede ser puro paquete, cintillas, nuditos* y nada más. El enredadillo del título suele ser entonces que el portador es nominativo porque lleva el nombrecillo pero no designa ningún sujeto del verbo activo. Es un puri-tico objeto de consumo, en mínimas cuotas semanales por poquitillas centurias.

De allí, pues, lo titubeante: ante la dudilla, abstente. Pero, descuide: por lo menos los perdigones* ofrecidos aquí vienen de cartuchera segura, con bastante airecillo comprimido, hasta tocar cualquier corazoncito. Ya es bastantillo.