Víctor Valembois.
Comento esta vez otro brillante trabajo, investigativo y literario de Jacques Sagot , esta vez claramente bajo el signo de la amistad y la verdad, valores cosmopolitas, universales por excelencia. Van juntos, desde aquella tajante aseveración, atribuida a Aristóteles, según la cual “la más grande amiga es la verdad”.
Reconstruido por un pianista mucho más digno que el legendario comisario Maigret de Georges Simenon, el caso de Viviana Gallardo Camacho (1963-1981), no cabe en veloz página amarilla (¿de dónde salió esa fijación de color?); debe constituirse en lección para la posteridad. La investigación que comento constituye un trabajo meticuloso a no más poder.
Además, no sigue ni mucho menos el trillo machista del investigador belga de “chercher la femme”, causante malévola de una perversa intriga; todo lo contrario, nos ayuda a valorar que en este caso la fémina, idealista a su modo, fue una fue víctima de un macho miserable.
Mientras, entre los más jóvenes de mis lectores cundirá de inmediato la interrogación: ¿y quién es esa?, en contrapunto, entre los mayores prevalecerá la confusión: ¿y por qué evocar de nuevo esa triste y nada cándida historia de hace décadas?
Gratitud le debemos también a la Universidad Nacional, por medio de su Centro de Estudios Generales, por su ética audaz de contribuir a que saliera publicado ese monumental trabajo “Viviana Gallardo fue mi amiga”. La primera edición fue de hace un lustro. Quiero contribuir a que se divulgue. Porque la infamia no tiene prescripción.
Contábamos, esta vez con la perseverancia y la fidelidad de Jacques Sagot, condiscípulo y amigo de la víctima: ¡noblesse oblige! Así las cosas, el compañero de estudio y de trotes, por honda amistad se ha sentido obligado a investigar y llenar casi 450 páginas, anexo fotográfico incluido, sobre una vida joven injustamente segada.
Nosotros, si queremos pertenecer a una sociedad auténticamente democrática debemos ser capaces de conocer y hasta anticipar tales nubarrones. De lo contrario, todo el caso quedaría sepultado en un “suceso” de hace tiempo, sin búsqueda siquiera de la verdad, ya que la justicia quedó bajo tierra.
Vaya relato diáfano “humano, demasiado humano”, según Nietzsche, que Sagot por supuesto cita. Nada de humanitario: sin ser criminólogo sino agudo investigador, de oficio pianista y escritor, dejó por cantidad industrial de veladas las teclas y la pluma, para con pasión y compasión escudriñar el fuero interno de esa Viviana, ¡eso sí! sin deja de condenar con rigor y vigor el giro político de ella, tan brusco como incomprensible.
El minucioso trabajo del colega resulta útil desde múltiples puntos de vista. Por ejemplo, lateralmente, pero con fruición en filigrana, leí una especie de historia del Liceo Franco-Costarricense, desde su implantación en el Paseo Colón a su traslado por allí de Tres Ríos. Mis dos varones solo conocieron la segunda ubicación.
De los hechos inauditos y trágicos, a los 42 años, en la aldea costarricense (sigue siéndolo), ahora ya cabe bastante más claridad ideológica. La revolución sandinista, contra los Somoza (siempre con inconcebible intromisión gringa) resultó inicialmente una viva de esperanza; ahora, por los sátrapas en el -pareciera perpetuo- resulta poder ilusión absoluta.
Por internet existe la ficha del caso en Wikipedia bastante buena y completa; pero el relato re-constructivo de parte del inagotable Jacques Sagot resulta mucho más extenso, no por ganas de figurar, sino por postura ética.
Desgarrador se proyecta, por lo acucioso de su análisis: meritorio de aplauso. Intervinieron su prodigiosa memoria y su estilo siempre tan pulido como apasionado, pero sobre todo, el deber ético de la amistad más allá del tránsito inevitable de la muerte.
Pese a las décadas, con todas las cuerdas de su alma sensible, el músico evoca el sentimiento que prevaleció entre él y Viviana. ¡No fue amor de adolescente, no pululaban todavía los preservativos en el supermercado! Fue amistad grande y pura, sentimiento que pese a actual farándula de valores, ojalá prevalezca. ¡Tanta falta hace!
En términos de consecuente amistad, el sagaz Sagot a Viviana la describe como una especie de mártir, etimológicamente “testigo”, ella, de una situación que ya entonces mostraba sus tentáculos y ahora, basta leer los periódicos, no deja de evidenciar que ese idílico país del equilibrio social y de la paz, como arena ya se nos deslizó por los dedos.
Caben antecedentes: a lo Michel de Montaigne, nuestro escritor contemporáneo confirma que debe prolongarse la amistad hasta después de faltar uno de sendos componentes. Igual, más allá de siglos y características diferentes de la persona fallecida, asistimos a una nueva versión de las hermosas e inmortales Coplas por la muerte de su padre, de Jorge Manrique.
También cabe un paralelo contrario, ahora que acaban de salir más datos sobre el asqueroso caso Epstein, en Estados Unidos, exactamente opuesto en calidad humana: si allí un criminal pedófilo pudo suicidarse en la cárcel, en cambio por estos lares, Viviana Gallardo Camacho, joven idealista todavía un tanto inmadura, resultó asesinada, ¡víctima de ímpetu descerebrado en su propio guarda!
Una universidad privada aquí bastante comercialmente alude ahora al concepto perenne de “verdad”. Pero no bastan letreros. En cambio, este exhaustivo libro-memoria refrenda la amistad profunda a la que alude el filósofo griego clásico: “sed magis amica veritas”.
Encima de todo, ¡la verdad, valor cosmopolita y universal! ¡Aplauso y gratitud, por el rescate!
(valembois@ice.co.cr)
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