
Este 1° de diciembre se conmemora un aniversario más de la Abolición del Ejército en Costa Rica. Un hito histórico, que hemos pavoneado ante el mundo, como distintivo característico de nuestra democracia y avanzada cultura política. Cada quién podrá hacer valoraciones de ello, lo cierto es que ha sido parte del discurso oficial de nuestro país durante décadas el hecho de presentarnos al mundo como un auténtico ejemplo de civismo. Como hecho histórico, la Abolición del Ejército tendrá miles de valoraciones, pero como hecho político, es difícil negar el poderío de este acto.
Se le ha atribuido a la ausencia del ejército el hecho de que nuestro país no haya seguido los caminos de guerrilla y dolor que siguieron nuestros vecinos centroamericanos, en eso yo difiero en alguna medida, pero para no ser mezquino, se debe decir que fue una decisión acertada. Si algo se le debe reconocer a José Figueres Ferrer, es el hecho de hacer algo que a nuestros políticos actuales parece les aterra: tomar la decisión correcta en el momento correcto. La supresión de esta institución le permitió al país tener estabilidad en un ambiente convulso, irónicamente, promovido por quien luego le daría el mazazo al Cuartel de Bellavista.
Dicho esto, en mi opinión, la historia pacífica de nuestro país radica en los valores democráticos, republicanos y liberales que se forjaron gracias a generaciones de políticos con vocación para gobernar, por mencionar un par, un Cleto González Víquez o un Ricardo Jiménez Oreamuno. La historia de este país no inicia en 1948, pese a que el proyecto socialdemócrata casi logró borrar por completo el recuerdo del país que fuimos previo a la guerra civil.
A día de hoy, sin ejército, nuestro país permanece bajo el asedio a la institucionalidad democrática por parte de agitadores que se aprovechan de la parálisis política que sufre nuestro país. Una clase gobernante incapaz de tomar las decisiones correctas en el momento correcto, incluso si estas son obvias o, si bien, suponen lo mejor, no solo para el país, sino para la gobernabilidad. Esa parálisis le ha robado la paz a los costarricenses y ha evidenciado la decadencia política que padece nuestro país.
Al consultarme sobre este día haciéndome la pregunta sobre lo que significa este para un Millennial, debo confesar lo medité en demasía. No es un hecho al que me sienta particularmente cercano, quizá por mis opiniones y sentimientos a la figura de José Figueres Ferrer, sus gobiernos y su rol en la crisis del 48. Pero si algo pude concluir casi de inmediato, es que la ausencia de ejército no significa ausencia de conflictos. Y que, si queremos reivindicar nuestra cultura de civismo, bien haríamos en rescatar los valores republicanos y erradicar la decadencia política que nos sumerge en la mediocridad, la pobreza, el conflicto y la incertidumbre.
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